Cada vez que llueve hago mi contribución a la industria del paraguas. ¿Adónde irán los paraguas que uno pierde? ¿Qué será de ellos? ¿Pasarán a otras manos que a su vez los olvidan y así hasta dar la vuelta al mundo de mano en mano, de lluvia en lluvia, de olvido en olvido?
Yo soy apegado a las cosas. No a todas, y no acumulo porque sí, pero tengo ciertos objetos sin ningún valor de mercado que atesoro y cuido. Tenía un paraguas, por ejemplo, uno muy lindo que me había regalado un amigo para un cumpleaños. ¿Quién tiene un amigo que regale paraguas en los cumpleaños? Pues yo tengo. Mi amigo me había regalado un paraguas elegante, de buen diseño, con un estampado fino que relucía bajo la lluvia, y un mal día lo perdí. No importa cuánto cuidado ponga uno en no olvidarse el paraguas, es el paraguas el que quiere ser olvidado y pone todo de sí para mudar de dueño, que nunca es dueño sino adueñado. Así de veleidosos son.
Todavía extraño a mi paraguas y a veces suelo pensar en él. Desde entonces no he vuelto a tener uno al que quiera tanto, pero como sigue lloviendo –gracias a Dios, dice mi tía Norma, que siempre agradece todo–, al salir del subte me compro unos de esos mal llamados económicos que están diseñados para durar una cuadra de caminata bajo la lluvia, siempre y cuando la lluvia sea sin viento. Si hay viento –aunque no se precisa tanto, una suave brisa basta–, el paraguas dejará de serlo y se transformará en otra cosa, un árbol seco de ramas retorcidas y quebradizas. Y ya no servirá como paraguas, que es para lo que fue creado. Entonces busco un reparito y trato de volverlo a su forma original: acomodo con paciencia sus alambres, estiro y plancho la tela con mis manos, lo vuelvo a llamar paraguas, mi paraguas, y siento que él me lo agradece. Después me da no sé qué abrirlo por temor a que vuelva a despelucarse, así que lo uso de bastón, al estilo inglés, y por un instante me siento John Steed en Los Vengadores.
Luego llego a alguna oficina en la que entro a hacer un trámite o me siento en un banco a descansar y lo olvido por ahí, para cumplir su deseo.