La línea de tiempo sigue, porque Andrés, Andrelo, El Salmón y todos sus demás sujetos artísticos son inagotables. Pero confieso que la historia, para mí, podría detenerse acá. Es una elipsis tan injusta como personal, privada, porque hasta aquí llegan mis recuerdos con estas, sus -muchas, muchas- canciones. Hasta aquí las vivencias, las madrugadas, las bromas y la ‘suite Cacho Fontana’, como bautizamos con amigos a tantas de las habitaciones donde hemos dormido. Después de esa etapa, su retórica se tornó un terreno más esquivo; entrevistarlo es una emboscada, casi una misión imposible, e hilvanar sus tweets exige una paciencia a contramano del espíritu mismo -instantáneo, inminente- de las redes. Con seguridad, el problema es mío (‘revísenme a mí, el coche no tiene nada’, Calamaro dixit).