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En una calle sin mar

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Por Lidia Señarís (Cuba)

La abuela, los cocuyos

Luciérnagas eran las del tango
en el llanto celuloide
de las películas argentinas de tarde
y también en los libros
de aquella abuela que contenía el mundo.
Pero entre racimos de plátanos y rosales,
aquel titilar verde del tono más inquieto
se llamaba cocuyo
y nunca viajaba solo.
Entonaban en sincopado tropel
su danza entre la brisa oscura
en aquelarre colorido, incierto,
como esa libertad del patio de la infancia.
Jamás los encerró en una prisión de vidrio
no quiso amaestrar su luz de ningún modo.
Si la sinfonía de lluvia se adueñaba del patio.
a veces emigraban
(ese verbo luego tan gastado).
Pero de repente, sin fanfarria alguna,
regresaban a los ojos
de la niña que vigilaba a escondidas la noche.
Muchos años después
cada vez que se preguntaba
cómo respirar en extrañas calles
sin escribir con goma de borrar
sobre las puertas cerradas de la memoria,
cómo soportarlo
sin caminar sobre las ajenas espaldas
sin apretarle el cuello
siquiera a los malvados,
la respuesta llegaba
como un murmullo de luz:

— El patio, la abuela, los cocuyos…

Lo que perdimos en el mar

La ingenuidad
el asombro
las ganas de ser isla, 
lo que perdimos en el mar
puede desbordar cien
rascacielos
hilvanar
plegarias infinitas,
librerías de angustias,
indigestar
generaciones de obesos tiburones
a fuerza de temerarias esperanzas. 
Lo que perdimos en el mar
no cabe en los rugidos de las onomatopeyas
se resiste al machacón storytelling
de los posmodernos
recién salidos de la ducha
e incluso
importa menos
a los rebeldes de jamón y vino tinto
huérfanos de abuelas cariñosas. 

Lo que perdimos en el mar
no tiene nombre. 

Los cobardes

«…los viles, los cobardes, los vencidos, 
como serpientes, como cocodrilos de doble dentadura».
José Martí

Los cobardes
siempre tienen sus pesadillas
en mullidos colchones
-les aterra caerse de la cama-.

Los cobardes
siempre dicen «de esta agua ni un sorbo»,
mientras añoran en secreto
la parte de coraje que les falta
para beberla entera.

Los cobardes
se aferran a su silla,
su fútil silla desgastada de poder
no importa en qué bando, latitud o siglo.

Los cobardes
tienen su honoris causa en pantomima.
No dan un paso en falso,
seamos exactos,
no dan un paso.

Los cobardes
tejen sus campañas de turno a la sombra
y permutan de sombra según vengan los tiempos,
como temblorosos magos escondidos.

De tanto agacharse,
se saben de memoria el sabor del suelo,
los cobardes.

Que…

A Carlos.

Que la memoria
—esa perseverante—-
rehaga su tela de araña,
que intente testaruda
quitar el polvo de mis rincones olvidados,
y me juzgue.
Que todos los paisajes
reclamen el sonido de mis pasos asombrados
Que mi calle
me muestre su patente
de primogénita dueña de mis dudas
Que el frío
me envuelva con su lengua resbalosa
Que el viento
se atreva a moverme de este sitio
Que los sueños
—esos eternos incumplidos—
me presenten su impaga factura.

Con la memoria a cuestas,
Con el fantasma borroso de mi calle,
Con el cortante filo de este viento,
con los sueños bailando,
Yo elijo
vivir en territorio de tus labios.

La dignidad

El andar laborioso del cangrejo
es sólo una retirada táctica
Un percebe que respira
aferrado a la roca inamovible
es todavía un dato de esperanza,
al menos en el sueño atribulado
de quienes trocaron el sol natal
por los fríos mares de otro mundo.
La dignidad
—comprendieron al fin—
era más que una arquitectura muchedumbre
mucho más
que una orgía de sed en anegada charca
sustancialmente más
que los marciales himnos inflamados
La dignidad
era la lección del horizonte
renuente a las manos extendidas.

Lidia Señarís Cejas

(La Habana, 1966)
Periodista, editora, diseñadora gráfica editorial y consultora en comunicación, oficios que ha ejercido en Cuba, México, Estados Unidos, Chile y, por último, en España, tierra de sus abuelos, donde reside desde 2001, año en que ganó el Premio Internacional de Poesía Julio Tovar, por su cuaderno Sin isla, publicado en Santa Cruz de Tenerife en 2002.

Fundadora y directora de la agencia LScomunicación, con sede en Madrid y colaboradores en los sitios más recónditos, ha publicado en España en las dos últimas décadas numerosos libros sobre el universo de la Comunicación, los Derechos Humanos y la deslegitimación social del terrorismo, tres de sus particulares obsesiones, junto con la divulgación científica. Es también editora jefa de las revistas españolas Andalupaz (desde 2007) y Construyendo Sociedad (desde 2016). 

Colabora, además, con diversas colecciones de no ficción de la prestigiosa editorial Anaya, como correctora de estilo y traductora. Pero cuando el periodismo y la prosa no le bastan, la poesía es su último refugio, la mejor calle —con mar o sin mar— desde la que atisbar el mundo. 

Los poemas corresponden al libro EN UNA CALLE SIN MAR, publicado por la Editorial Ilíada Ediciones. El libro se vende en los siguientes enlaces:
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