¿Qué podía frenar mejor el tiempo que una lágrima sin ganas, que en su recorrido la piel con sed absorbe? Saturno devorando a sus hijos, al igual que la piel, la gota, la nube, el mar, el amor, la carne y el universo a todos. Había, entonces, una gran declaración de amor en el acto descarado de matar. Parecía ser bien aceptado por todos aquellos embajadores de un patriarca, es decir todos, en la conversación más banal, la película más popular y el poema más erótico. Cogerte bien fuerte, matarte de amor, robarte un beso; así el universo nos devora. El acto primero del placer al ingerir, ingerir placer; alimentarnos es meternos cosas, comernos cosas. Besar, comprar, tener sexo y todo aquello que pueda ser automáticamente incorporado para incrementar el tamaño de nuestro cuerpo simbólico. El hambre del agujero negro; harina y agua para la masa madre. Los grumos viven y revientan, comen y descansan. La juventud insaciable; la bestia despierta. El poder era entonces aquel planeta de la llamarada fuerte, el magnetismo que atrae y quema incorporando todo en su órbita. El fugitivo por otro lado, sin imán alguno, liviano, se alimenta de sí mismo, porque puede ver. Escapó de lo que nadie veía. Y aguantar la metamorfosis de aquel cuerpo pesado, diluido en todo aquello que había incorporado, todas sus presas, premios como injertos, que abrían la distancia entre pierna y pierna. Veía aquel cuerpo sin alma que no tenía idea de lo que hacía, pero seguía comiendo.