Fragmento del libro “La búsqueda del infinito por los esclavos de la frustración«
Por Martina Servio Olavide
Obra Martina Servio Olavide PH Catalina Romero
La manifestación del orden es el principio básico del caos. La manifestación del caos, la puerta al inicio. La manifestación del inicio, la búsqueda de armonía. La manifestación de armonía es el principio básico del conflicto. La manifestación del conflicto, la creación del deseo. La manifestación del deseo, la reproducción-creación de la curiosidad. La manifestación de la curiosidad invoca la vocación. La manifestación de la vocación demanda estructura. La manifestación de la estructura es el principio básico de la fragmentación. La manifestación de la agrupación es el principio de la rebeldía. La manifestación de la rebeldía recrea el sistema. La manifestación sistémica ineludiblemente desata el caos.
Un día simplemente me di cuenta de que si pensaba dentro del mismo sistema, jamás iba a dejar de dar vueltas de la mano de aquel hilo en el yoyó. Me tenía que deshacer de aquel juguete. Había intelectualizado y dormido en paz sobre ideas contradictorias al comprender de alguna manera que no eran excluyentes de sí. Lo paradójico. Me sentí identificada con aquel flujo seductor que no mataba el juego, donde no habría ganador sino contingencias y emoción.
Las nubes envolvían el sol en remolinos grises, densos. Las primeras manchitas en el vidrio, recorriéndolo hasta el marco de madera, anunciaban tormenta. Viento errático, discontinuo, ruidoso. En el segundo en que desaparece el sol y los tejados lamentan, rompe el viento, el blanco pálido, histriónico, empoderante.
Mientras se ahogaba la ciudad de Buenos Aires, bajo la ducha de aquel cuadrado seco, donde viví estos últimos tres años, me mojaba yo también. Entendí, definitivamente, que el destino que me había anunciado aquel brujo porteño, en 2018, eran palabras que provenían de algún otro espacio inteligente. Si seguía pensando dentro del mismo sistema, jamás iba a dejar de dar vueltas de la mano de aquel hilo en el yoyó. Me encontré mareada. De repente todo pensador de libro me parecía idiota. Dejé de comprender hacia dónde iban mis lecturas; las fallas eran muy evidentes. Incluso, la de los últimos escritores “héroes contemporáneos” que se pararon sin miedo, de ambos bandos, en lo ambiguo, para decir que la complejidad y el poder de la palabra merecían aún más espacio, estudio y respeto.
Paredes invisibles que soportan todo delirio, como la muerte de mi colega Franco.
Dijo el diario Bifurcación:
El sábado por la mañana murió el profesor Franco Inaudi activista por los derechos Lgbtq+, amigo, hermano y amor más grande que tendrá el colectivo.
De ahora en adelante vamos a entender que la sexualidad es fluida porque es lo que hoy concierne hacer difuso, políticamente correcto; pero la palabra tal y como la conocemos —progresista, evolutiva, de izquierda a derecha— seguirá hegemónica. Y he ahí la tonelada de etiquetas y tiempo que hemos de reorganizar para seguir cumpliendo la sentencia que propone el lenguaje del gran acuario, trampa invisible.
Sonaba en mi mente sin parar:
Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña. Y como veía que resistía, fue a llamar otro elefante…
Franco Inaudi me había enseñado mucho más del dolor que tenía adentro, que mis propias heridas. Tenía siempre en la mesa de luz la hebilla de mariposa que me había regalado en una marcha. Era de alambre con canutillos azules. La posesión más valiosa de todas, el aleteo de la mariposa, la trans-formación como decía remarcando la composición de aquella palabra que atesoro.
(…) Dos elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña. Como veían que resistía, fueron a llamar otro elefante…
Las marchas eran espacios convocados por el magnetismo del dolor colectivo. Servían para descubrir que aquel viento sutil del revoloteo es potente como la identidad que atraviesa esa necesidad. El día que Franco desapareció, tenía algo en común con todos los días: un hombre blanco, un lienzo virgen, una sensación amorfa en la boca del estómago y el paralelismo con una canción infantil. Me gustaba llevar a Franco conmigo en esa hebilla me hacía recordar con más afecto la búsqueda del infinito.
(…) Tres elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña. Como veían que resistía, fueron a llamar otro elefante…
¿Qué podía frenar mejor el tiempo que una lágrima sin ganas, que en su recorrido la piel con sed absorbe? Saturno devorando a sus hijos, al igual que la piel, la gota, la nube, el mar, el amor, la carne y el universo a todos. Había, entonces, una gran declaración de amor en el acto descarado de matar. Parecía ser bien aceptado por todos aquellos embajadores de un patriarca, es decir todos, en la conversación más banal, la película más popular y el poema más erótico. Cogerte bien fuerte, matarte de amor, robarte un beso; así el universo nos devora. El acto primero del placer al ingerir, ingerir placer; alimentarnos es meternos cosas, comernos cosas. Besar, comprar, tener sexo y todo aquello que pueda ser automáticamente incorporado para incrementar el tamaño de nuestro cuerpo simbólico. El hambre del agujero negro; harina y agua para la masa madre. Los grumos viven y revientan, comen y descansan. La juventud insaciable; la bestia despierta. El poder era entonces aquel planeta de la llamarada fuerte, el magnetismo que atrae y quema incorporando todo en su órbita. El fugitivo por otro lado, sin imán alguno, liviano, se alimenta de sí mismo, porque puede ver. Escapó de lo que nadie veía. Y aguantar la metamorfosis de aquel cuerpo pesado, diluido en todo aquello que había incorporado, todas sus presas, premios como injertos, que abrían la distancia entre pierna y pierna. Veía aquel cuerpo sin alma que no tenía idea de lo que hacía, pero seguía comiendo.
(…) Cuatro elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña. Como veían que resistía fueron a llamar otro elefante…
Cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez elefantes se balanceaban, sobre la tela de una araña. Como veían que resistía, fueron a llamar otro elefante.
El libro “La búsqueda del infinito por los esclavos de la frustración”, forma parte de la muestra «Lo efímero de las cosas”, de Martina Servio Olavide, curada por Agustina Rinaldi.
Foto: Eve Grynberg
Martina Servio Olavide
Argentina – 1996. Se inicia en la pintura de manera autodidacta. Cursa tres años de la Licenciatura en Ciencia Política en la Universidad Católica de Córdoba. Funda y dirige el Espacio Cultural Media Verónica (2016- 2018) en el barrio de Alberdi, Córdoba, desarrollando distintos proyectos culturales entre los que se destacan: la radio independiente MV; la exposición colectiva “Fiestas eleusinas” en colaboración con la galería Mommia. De 2018 a 2020 estudia Actuación en la AAAC. Ha realizado diversos cursos, talleres y participado en residencias en España, Estados Unidos e Inglaterra. Fue asistente de los artistas argentinos, Eduardo Basualdo, Eduardo Hoffman y Culca. Actualmente reside en Buenos Aires, donde se encuentra su taller permanente en Central Park, Barracas. En 2022 hace su primera muestra personal, “Lo efímero de las cosas” en Unomasuno