“¿No era ateo Guayasamín?, esa pregunta la he escuchado mil veces. Sí, era ateo”, vuelve a responder el guía, casi como un mantra en cada visita. Cada santo, cada ángel, cada virgen, cada vasija son parte de la historia de una inmersión personal. Es uno de los tantos pulsos y mensajes expresionistas de Guayasamín. En ese “ambiente” queda retratado el “inicio” estético de Ecuador: arte precolombino y religioso. Quito y Ecuador están ahí. Pero allí no culmina. Es el punto de partida de un artista que arma su “Ecuador” con los mundos indígena, mestizo y negro. Se va develando su búsqueda. En esta, la expresión, como de aquellos ángeles y de esas esculturas precolombinas, se encuentra vinculada con las pasiones: el padecimiento, la alegría, el temor, el odio. Hombres y mujeres asediados y asediadas por las grandes pasiones, las cuales se “expresan” en sus cuerpos: rostros, manos, dedos. Hombres y mujeres asediados por las crueldades de otros hombres y mujeres. Por poderes incontrolables. En Guayasamín hay una persecución del “respiro humano”. Un “paréntesis humanista” entre tantos asedios.