“En ese lugar se escucha la fuerte respiración estética de Guayasamín. Mientras Quito duerme, Guayasamín respira” me escribió una amiga especialista en Historia del Arte.
Por Esteban De Gori
Con ese impulso llegué a la Fundación del artista ecuatoriano. En el lugar de la venta de tickets puede observarse un gran folleto de una muestra en Argentina. Mendoza, 2018.
Visitar la obra de Guayasamín (1919-1999) en el museo que él mismo construyó es introducirse en las estaciones culturales de su propia biografía como las del Ecuador. Es meterse en ese país a través de sus latidos artísticos. Sierra, Costa y Guayasamín (esa es mi fórmula personal). Oswaldo resuena. Lo hace desde su primera exposición en Quito y desde su paso por la Escuela de Bellas Artes. En 1942 en un viaje que realiza Nelson Rockefeller a Ecuador conoció la obra del joven artista ecuatoriano, compra varias de sus obras para el MoMA (vinculado a Rockefeller) y lo invita a una estancia en Nueva York. Vendió todos sus cuadros. Permaneció siete meses y después visitó México y a sus artistas.
En los años 40 los museos norteamericanos (parte de la estrategia gubernamental de “buena vecindad” para contrarrestar la “influencia fascista”) realizan intercambios, viajes a América Latina y exposiciones. El arte latinoamericano va asumiendo un lugar relevante en el mercado del Norte. Artistas argentinos, como Lino Spilimbergo o Antonio Berni entre otros, también mantuvieron un fluido contacto con el MoMA y esa institución con sus obras. Si consideramos las obras de Guayasamín y Berni existe un diálogo común, principalmente, a su mirada sobre trabajadores y trabajadoras. Los rostros sufrientes.
El artista ecuatoriano armó su museo y su casa como parte de un mismo combustible estético. Una invitación a su intimidad creativa, cotidiana y familiar. Sus hijos e hijas trabajan en la Fundación (institución que gestiona el museo) e inclusive integran el grupo de guías.
El guía de nombre Mateo, desde el inicio, nos conduce por los distintos ambientes de su casa/museo. Sus colecciones, sus primeras obras, su mirada ineludible de Ecuador y de América Latina. Sus retratos y cercanías con Mao Zedong, François Mitterrand, Fidel Castro, el Rey Juan Carlos hablan de la policromía de sensibilidades políticas que lo vinculaban a esas figuras.
Su museo/casa no es otra cosa que una invitación a observar cómo Guayasamín nos propone una búsqueda desenfrenada por la expresión. Un “detective” que indaga acerca de los sentidos de la expresión. Allí reside su más potente obsesión expresionista.
Conozco bastante poco sobre arte pero al llegar a su taller me lo imaginé a Guayasamín como nuestro Charly García. Pincel en mano (“no usaba paleta”, acotó Mateo) buscando una expresión perfecta. La nota musical más sublime. Retratándola de manera milimétrica, casi religiosa. La música era una gran inspiración en su vida. Mateo, el guía, nos cuenta que Oswaldo repetía la misma canción cuando hacia una obra. Repetición como una forma de insistir en su búsqueda estética. Machacar en la forma y en su “alma”. Como si quisiera que “salga”.
La casa tiene un principio. Oswaldo Guayasamín era un gran coleccionista de arte precolombino y religioso. El arte sacro vinculado a la escuela quiteña desborda el ambiente.
“¿No era ateo Guayasamín?, esa pregunta la he escuchado mil veces. Sí, era ateo”, vuelve a responder el guía, casi como un mantra en cada visita. Cada santo, cada ángel, cada virgen, cada vasija son parte de la historia de una inmersión personal. Es uno de los tantos pulsos y mensajes expresionistas de Guayasamín. En ese “ambiente” queda retratado el “inicio» estético de Ecuador: arte precolombino y religioso. Quito y Ecuador están ahí. Pero allí no culmina. Es el punto de partida de un artista que arma su “Ecuador» con los mundos indígena, mestizo y negro. Se va develando su búsqueda. En esta, la expresión, como de aquellos ángeles y de esas esculturas precolombinas, se encuentra vinculada con las pasiones: el padecimiento, la alegría, el temor, el odio. Hombres y mujeres asediados y asediadas por las grandes pasiones, las cuales se “expresan” en sus cuerpos: rostros, manos, dedos. Hombres y mujeres asediados por las crueldades de otros hombres y mujeres. Por poderes incontrolables. En Guayasamín hay una persecución del “respiro humano”. Un “paréntesis humanista” entre tantos asedios.
Las pinturas de Paco de Lucía y Mercedes Sosa que se encuentran en su taller, son obras últimas, que por esas cosas del azar y del destino no llegaron ni a manos de Paco ni de Mercedes. Quedaron ahí. Un testamento de esa obsesión por la expresión y la belleza. Mateo nos muestra un video, donde se lo ve a Guayasamín pincel en mano retratando a Paco de Lucía con su música resonando de fondo. La sensación era como estar en una obra de teatro. Oswaldo y Paco mirándose, dialogando a su manera a través de la pintura, de los ojos. Su abrazo fraternal al final. Piel, música y expresión reunidas. Y nosotros mirando una escena mágica. “¿Cómo hace eso preguntó una visitante?” Mateo levantó las cejas y dice algo sobre el “Maestro” que no se le entiende.
Desde la casa/museo puede observarse la Capilla del Hombre. Bajamos por una explanada angosta. Y nos encontramos con un espacio muy luminoso donde lo humano está en el centro de la escena. Pero no una humanidad abstracta sino con sus potencias, dolores y asedios. Las manos, las dictaduras, las formas de América, la lucha entre el toro y el cóndor, habitan, entre otras obras, la Capilla. Lo propiamente sacro de los humano, en imágenes de Guayasamín, fue y es violentado y allí los y las visitantes pueden reconsiderar la historia. Hay un llamado a un “respiro humano” y expulsar las violencias. Un llamado a que lo humano vuelva a pensar en sí mismo, a suspender la voracidad por someter a otros y otras.
Guayasamín propone palabras e imágenes vivientes. Incisivas. Tienen una gran fuerza vital. Respira con fuerza en el oído de quienes viven en ese país. A veces solo hay que dejarse tentar por el acto de la escucha.