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Música a transistores

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Kraftwerk, Styx y los robots. Entre el rechazo y la celebración de lo tecnológico.

Por Matías Carnevale

Kraftwerk, la mítica banda de música electrónica nació en Düsseldorf, Alemania en 1970. Maquinales como una planta nuclear, los alemanes transicionaron de hippies de pelo largo —de familias prósperas— a robots en cuestión de años.

David Stubbs, en Sonidos de Marte, una historia de la música electrónica (Caja Negra, 2019), observa lo siguiente respecto del disco The Man-Machine, lanzado en mayo del 78: “por la pulcra e inexpresiva perfección de su sonido propulsado por las máquinas corre una respuesta seca al rock angloamericano en todo su histrionismo empapado de flema y sudor”. Los gélidos sonidos electrónicos del disco parecen contrastar del todo con la furia visceral (aunque coacheada) de “Anarchy in the UK” de los Sex Pistols, grabado en noviembre de 1976. Según Stubbs, la tapa de Die Mensch-Maschine “grita artificio, mecanización, afeminamiento y conformidad”; de camisa y corbata, los alemanes podrían ser oficinistas o miembros de una SS irónica.

Consultado para este artículo, el músico italiano Andrea Prodan, radicado en Argentina, destaca el humor germano perceptible en la banda: “bastante particular, presente en este elemento lúdico que es el juego de palabras” en uno de sus discos preferido, Radio Actividad (1975). El también actor considera que los sonidos del tema homónimo suenan más al código morse que a un contador Geiger. Prodan recuerda que escuchó The Man-Machine por primera vez en los años setenta, desmembrado, en entregas, y opina que es un disco de “hits”, pero que “Neon Lights” es su tema favorito. Los Kraftwerk, que fueron sumamente influyentes para Luca, pueden ser una banda pop y conceptual a la vez, según el italiano.

 “La separación entre hombre y robot es ambigua”

Comenta Prodan que “la separación entre hombre y robot es ambigua” en Kraftwerk, que opera como una banda netamente cienciaficcional. Lem o Philip K. Dick, por ejemplo, también van por una vía de ambivalencia entre el rechazo y la celebración de lo tecnológico. Prodan señala que los alemanes son una banda “inquietante”, término que se emparenta con el término freudiano unheimlich, que el padre del psicoanálisis había relacionado con las muñecas y también puede traducirse como “ominoso” o “siniestro”. Kraftwerk ha sabido explotar la sensación de extrañeza que sus presentaciones en vivo causaron; “nuestras máquinas tienen alma”, declaró en 1928 Ralf Hütter, miembro fundador del grupo, aunque no sabemos con certeza si las máquinas son los instrumentos, los maniquíes que usaban como dobles o ellos mismos.

Los norteamericanos Devo también incursionaron en la cuestión del ciborg en “Mechanical Man”, del EP del mismo nombre (1978). En el enfermizo track, el hombre mecánico del título dice que tiene “dos brazos mecánicos” y “dos piernas mecánicas”; en fin, que es un hombre de 2+2=4, una de las ecuaciones más básicas y racionales que podemos obtener y que suele ser citada como ejemplo de lo fácilmente comprobable, de una verdad matemática universal y asequible.

Una versión del primer tema del disco The Man-Machine, “Los robots”, está en inglés, pero contiene un verso que se repite ominosamente, “Ja tvoi sluga, ja tvoi rabotnik” (“Soy tu esclavo, soy tu obrero”) está en ruso. Como Jano, Kraftwerk tenía dos caras: una mirando al oriente soviético (también sugerido en el arte de tapa) y otra al occidente dominado por una lengua franca que adquirió ese status luego de la Segunda Guerra Mundial. Si el Berlín occidental era sede del avance tecnológico, el bloque comunista todavía evocaba escenas rurales. Recuerdo que una profesora de alemán, nacida en el Este, nos contaba que los tractores, por ejemplo, eran una presencia rara en el lado oriental del Muro. De estas tensiones también se valió Kraftwerk para su música.

Versión en alemán de “Los robots”. El video culmina con el texto Wir Sind die Roboter (“Somos los robots”), que se repite como si el monitor hubiera sido infectado por un virus.

Muchas gracias, señor roboto

El grupo estadounidense Styx lanzaba el disco Kilroy was here en febrero de 1983, a pocos meses del estreno de Blade Runner, film que podemos considerar esencial por el tratamiento que hace de los seres artificiales, y a un año del estreno de Terminator, advertencia neo-noir sobre el avance impertérrito de las máquinas en la vida social y económica de la humanidad. De aquel álbum me quedo con “Mr. Roboto”—un rock-pop teatral, con una puesta en escena digna del Tommy de The Who—, que tuvo un impacto profundo en la cultura pop.

En 1981 el grupo había sido acusado de encriptar mensajes satánicos en sus discos, así que de alguna manera experimentaron la censura de primera mano. Hacen su primer viaje a Japón en 1982, y en esa oportunidad el cantante Dennis DeYoung se da cuenta de que los japoneses estaban “dominando el mundo” gracias a su tecnología de punta. En aquel viaje el cantante también pudo comprobar que los japoneses eran trabajadores, industriosos, de una amabilidad incomparable, y que decían “Domo arigato” todo el tiempo. DeYoung volvió a Estados Unidos con la idea de hacer que Styx apareciera en un film, como una especie de evolución para la carrera del grupo. Se le ocurre allí una idea en donde su país, en un futuro, cae en una depresión económica terrible, y en la búsqueda de respuestas encuentran un chivo expiatorio perfecto: la música de rock, que es prohibida por un telepredicador.

La banda ficticia liderada por un tal Kilroy, una del montón, decide rebelarse en contra del edicto. El doctor Everett Righteous, a cargo de la fuerza de choque encargada de reprimir a los rockeros, ordena que maten a alguien en un concierto para poder echarle la culpa a Kilroy. El cantante termina en la cárcel, que está vigilada por robots japoneses llamados…Mr. robotos.

Los shows de Styx, después del lanzamiento del disco, comenzaban con un film de 12 minutos que daba pie a la canción en sí: a fin de cuentas, una historia sobre la censura y la persecución, la tecnología usada para vigilar y castigar y los modos colectivos de resistir esto. De Young añade que otra de las fuentes de inspiración fue un documental que vio en Japón, sobre las fábricas de autos, completamente automatizadas. Espantado por un futuro en que los trabajadores fueran obsoletos, especialmente porque sentía un aprecio por los obreros, el cantante volcó al papel sus miedos. La proliferación irrestricta de las máquinas en la industria metalúrgica o automotriz aniquilaría las posibilidades laborales de personas que DeYoung conocía y amaba. Las líneas “Demasiada tecnología/máquinas para salvar nuestras vidas…nos deshumanizan” bien pueden servir para sintetizar la idea de la canción.

DeYoung, histrión rockero preocupado por la automatización

Japón y los robotos

Creo que el primer robot que vi en mi vida era japonés: Mazinger Z, cuyo protagonista tenía como compañeros de aventuras a un robot gordo y torpe y a una fembot, Afrodita, que podía disparar sus pechos como misiles.

A esta altura de los hechos, es fama la capacidad nipona para asimilar ideas, movimientos u objetos de la cultura occidental. Como muestra el documental Tokyo-Ga (Wenders, 1985), Japón está llena de imitadores de Elvis y se ha debatido entre un pasado tradicional y un futuro hipertecnologizado. Desde luego, este artículo no pretende dar cuenta de las enormes complejidades que resultan de este choque, pero bien vale la pena mencionar algunas de ellas, aunque sea al pasar. A propósito de esto, el periodista Julián Varsavsky considera que Japón puede ser definida como una “distopía tecnoconfuciana”.

Hoy Japón es un país que abraza a una diosa budista con cuerpo de aluminio y silicona, capaz de impartir enseñanzas, responder consultas y otorgar bendiciones a sus fieles en un templo de Kioto. Esto ya lo había pensado George Lucas en THX1138 (1971), en donde un panel automatizado con la imagen de Jesús recibe las confesiones de los pobres devotos de una religión estatal que los mantiene dopados. El ícono por sí mismo ya no es importante, es necesario que tenga voz y alma. Ya no basta con endiosar a los robots: un dios se ha robotizado.

Styx y Los Simpson

En algún momento de la vida todos hemos citado a los Simpson. No será esta la excepción. En la temporada 7, episodio 12, Homero arma un equipo de bowling compuesto de perdedores como Moe, él mismo y Otto. Para darle ánimo, en la versión con la que crecimos escuchamos:

Dale duro, Otto, dale duro, Otto,
como nuestro equipo, nunca habrá otro.

En inglés, la gracia es otra. Homero recita el verso más conocido de un tema de Styx, y tiene sentido porque la banda es un ejemplo paradigmático del AOR, Adult Oriented Rock, es decir, rock para viejitos piolas, que es lo que escucha hasta aquel episodio en donde se topa con el poster de Nine Inch Nails y se pregunta qué pasó con los nombres de las bandas:

Domo arigato, Mister Roboto,
You can do it, Otto.

Esto recitan, en rima, los de Springfield.

La canción, que en las giras requería de los músicos una representación teatral de ciertos roles, eventualmente llevó a la renuncia del guitarrista Tommy Shaw, que no tenía el talento ni el interés para actuar. El guitarrista James Young recuerda en una entrevista de hace unos años que con la canción del robot “corrían el riesgo de espantar a la audiencia masculina”. Aparentemente, los fans de Styx de principios de los ochenta no simpatizaban con la cibernética, el uso de sintetizadores o los efectos del vocoder. Young observó que las ventas de los discos se redujeron a la mitad debido a ese rechazo. Esto llevó a que la banda dejara de tocar “Mr. Roboto” por 35 años, hasta que la incluyeron en una gira de 2018. Pese a este impasse, el músico señala que la canción generó una segunda generación de fans, adolescentes y preadolescentes.

Video clip oficial de “Mr. Roboto”. Sirviente, carcelero, bailarín: las muchas facetas del robot.