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El femicidio no flota en el vacío

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Por Cecilia Abdo Ferez

El femicidio es uno de los crímenes más imperturbables. La batería de agravamientos de las penas, a partir de la modificación de los códigos penales en la mayoría de los países de América Latina, no logran bajar su incidencia. Hay femicidios todos los días, como si los femicidas no se enteraran de que les espera la cárcel de por vida, o no les importara. Muchas veces, los femicidas mismos visten uniforme policial.

La pena parece llegar a destiempo, cuando el mar de furia se llevó puesta, otra vez, a una mujer o a una disidencia sexual. Que muchas veces había dado aviso, sí, y pedido ayuda, pero no alcanzaron las medidas. Si hubo. Porque el femicidio no flota en el vacío.

Antes bien, es la cima de una montaña bien sedimentada de micro y macro-violencias, que lo sostienen bien amarradito. El camino sedimentado de las micro-violencias cotidianas, que se abona desde hace siglos y sostiene el patriarcado, es lo que debe verse en su continuidad y removerse, para que la cima tambalee. Excavar como topos en esas micro-violencias, para que el femicidio no aparezca como un relámpago en un cielo celeste. Sacar el pico y la pala y perforar, para respirar, para existir.

La pandemia ayuda. Ayuda porque repuso la ficción de lo doméstico como lugar de refugio. Lo doméstico no es refugio, si hay desigualdad. No es refugio, si hay destrato. No es refugio, si impera el miedo y la dominación. El “quedate en casa” imposible, para muchas mujeres y disidencias. La elección entre un virus invisible y el destrato conocido.

El aislamiento de la red de las otras que sostienen y que hacen que la vida diaria sea una maraña amable de estrategias de reinvención y creatividad social.

Los femicidios son modos extremos de aleccionar. Por eso no son asesinatos de persona a persona, cualquiera sea su género. Son intentos desesperados de sostener la propiedad del cuerpo de la otra, que muestra que no, que no es una cosa; que no, que no quiere más. Desesperados intentos por sostener la epistemología que se heredó y se cae: la de la mujer-propiedad, pasiva, objeto a disposición, sirvienta, atenta al goce y la mirada ajenos. Por eso, el femicida alecciona: a los otros, les recuerda su común inscripción en la mala educación compartida; a las otras, les muestra lo impotentes que pueden ser, en su calidad de víctimas potenciales. Pero resulta que surge una otra que no entiende y se niega y otra y otra y los femicidas se multiplican y multiplican su no-poder desesperado. Se les escurre de las manos una forma social que se derrumba y que en su sombra que cae, los oscurece, como también oscurece a las muchas mujeres que se sentían protegidas y privilegiadas por ese edificio en ruinas. Porque la división no es la sobreimposición moral de una biología: las mujeres intrínsecamente buenas, los hombres intrínsecamente malos. Tampoco hay división moral de los géneros. Pero sí hay socialización, sí hay mala educación, sí hay privilegio que no se ve más, de tan arraigado a la carne.

Revista Be Cult. Be Cult. El femicidio no flota en el vacío

obra de Sebastián Andreatta @bih_art

El femicida comparte con los otros la mala educación, solo que se la tomó demasiado en serio, demasiado al pie de la letra. O quizá esa mala educación era lo único que le otorgaba un rol importante, en una economía venida a menos, y no lo quiere perder. ¿Qué es él, si pierde ese reinado que le parece tan natural?.  

Las formas de mostrar el femicidio no deben sumarse a la lección. No hay destino de ataúd si se es mujer o feminizado y se desea ser libre, sea lo que sea que eso signifique. No hay cuerpos desechables, si es que se quiebra con lo que se tiene que quebrar. Así como hay femicidas que dan cuenta de su inscripción en la mala educación compartida, se están sembrando redes de mujeres y germinan, salen de a montones por debajo de las taperas, como yuyos. Esas redes van a remover la montaña de micro-machismos diarios, van a remover esa tierra sembrada de desprecio y de furia. Es tiempo. Al menos ese odio, va a caer.

Foto de Portada: «Una muerte, una silla». Obra de Esther Ferrer.