Nora dijo que fueran a la cama, que ahí le iba a mostrar lo que era roca viva. Campaci decidió tomar otro café y subir más tarde. Cuando la espalda de Nora desapareció en el piso, salió del hotel como quien se arranca un vendaje. Había decidido algo unas horas atrás, pero todavía no se daba cuenta. Sólo percibía el aire filoso de la noche, el hondo derrame de estrellas sobre las piedras y la rara quietud, como un estancamiento, que perpetuaban en todo su enigma los viejos edificios. No encontraba la esquina de la casa, pero se dejaba llevar por esa estrecha red de callecitas sin veredas, casi ahogadas bajo el peso de tantos aleros y balcones. Emocionado, confuso, subió y bajó escalinatas que morían en patios de piedra, caminó por pasillos para desembocar en pasadizos ciegos de los que sólo guardó la impresión de una ventana iluminada, una cariátide rota y aquella luna redonda, repentinamente pálida, incapaz de ahogar a las estrellas, que bañaba apenas un portal antiguo, una inscripción en latín o el aleteo inmóvil de un águila sobre su columna romana. Al mismo tiempo, un recuerdo demasiado dormido iba subiendo a su memoria. A veces, fragmentado; por momentos, luminoso como una revelación de Dios. Campaci se sentía vivo, se sentía solo y vivo y enormemente ansioso de gastar esa vida mientras el recuerdo de una placita de Buenos Aires terminaba de armarse en su memoria y le hablaba de una tarde invernal, un grupo de hamacas embarradas y un viejo con un enorme atado de globos. Ahora podía recordarlo: el día más hondo de su vida, cuando acompañó a su padre al hospital para que lo revisaran, después de la operación. En realidad no había querido hamacarse, ni tener un globo, sino simplemente estar sentado con él en uno de los bancos, porque había escuchado algo en el pasillo del hospital, veinte días antes, y creyó que iba a morirse en la operación. Tampoco había podido hablar; sólo tenerle la mano, para que pasara el tiempo, todo el tiempo del mundo. Su padre lo había entendido. Después de un largo hueco de silencio, le preguntó: