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I love to be The Sheriff. Amores de pandemia

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Por Esteban de Gori.

La pandemia es un gran laboratorio de nosotros mismos. Potencia ciertas zonas de la subjetividad y otras las (re)crea. También modela el cuerpo: engordamos, adelgazamos, regresamos compulsivamente al sedentarismo, optamos por la hiperactividad, lo exhibimos, lo publicitamos o lo escondemos. Un cuerpo-pandemia que circula por todos los registros comunicacionales. Que está yuxtapuesto al cuerpo que teníamos. Somos fluidos y zoom, siempre condicionados por el territorio en que vivimos y por esa Fase que nos guía y orienta. ¿Cómo quedaremos después de esto? Cyborgs sociales, tal vez. Hechos de vida orgánica y virtual.

Los interminables días de cuarentena, aislamiento, confinamiento, encierro o como se denomine, han creado figuras sociales interesantes. Algunas imágenes provienen de memorias visuales y fílmicas. Como estar frente a una TV. Todas ellas salidas de fronteras apretadas y ceñidas, como las que nos propone socialmente este virus. Imágenes muy reconocibles e identificables. Donde todo circula alrededor del orden.

«No me sheriffees hijo de puta!» Se escuchó en la cuadra. El dueño de un bar de Palermo le grita a un vecino que lo increpaba por dejar pasar a unos, probables, comensales. Las cortinas estaban cerradas. Un par de horas después una periodista entrevista al vecino. Tiene una sonrisa en su cara. De hombre satisfecho. Se siente un buen samaritano.

Las crisis, no solo desgastan vidas, también presentan oportunidades vitales para ciertas personas. Algunas se empoderan, se benefician, se alimentan de ellas. Inclusive, encuentran un lugar en el mapa social. Pequeño, pero un lugar al fin que imprime un sentido. Hay soldados que aman profundamente las guerras, dice Oriana Fallaci. Porque solo en la guerra existe ese misterio de no saber qué ocurrirá. Y eso, pese a la incertidumbre extrema, otorga un significado.

Una mujer obliga al portero de su condominio a que advierta a todos los residentes que deben usar barbijos para transitar por los espacios comunes. El tipo, por momentos deja de hacer los quehaceres y se para en la puerta y vigila. Se para mejor. Erguido. Duro. Ese condominio está en un municipio que no tiene casos. Cero. Un vigilante contra lo posible. Alguien le tira por el balcón de un patio interno una pistola de juguete. «Usala donde quieras pelotudo».

No hay nada, tanto para la sociología como para los mirones y mironas, como una puesta en duda de las rutinas. Y esta pandemia se ha cargado con muchas. La crisis que se ha suscitado otorga, sí otorga!, la posibilidad, entre otras, de ayudar a los gobernantes para salir de la misma. The power of crisis. Empoderados de crisis salen al espacio público mientras la padecen. ¿Cómo? Rene Descartes en sus Meditaciones decía algo así: cuando uno está perdido en el bosque debe decidir un camino y continuar recto, si eso no pasa seguiremos dando vueltas en círculos. Las normas, las disposiciones y los decretos pueden transformarse en ese sendero recto. Algo disponible donde abrazarse para ayudar al poder. Las abrazo para empoderarme y ordenar a los otros y otras en ese territorio o parcela social que consideran propia. Así surgen los y las Sheriffs. Es parte de esa filmografía que está en nuestra memoria. Identificable. Patean la puerta de la cantina y entran a poner orden en su condado. Hacer cumplir la ley o una disposición es de gran ayuda para los dirigentes. Es un poder invisible que funciona. «Cumplí que salimos!»  

Ella insiste. Corrió a unos jóvenes de la puerta del edificio porque estaban sin barbijos. Saca su celular. Escribe en el chat de residentes alertando de los “sin barbijo” (una especie de nueva clase social). Una mueca de goce se produce en su cara. No hay mejor rumor que el que viaja con el morbo. Velocidad dactilar y risa justiciera. Está a la caza. Los caga (se imagina). Una fisgona furtiva. «Nunca le vino tan bien una pandemia», me comenta su amiga.

No hay mejor rumor que el que viaja con el morbo. Velocidad dactilar y risa justiciera

Foto: Armando Zambrana

Esta pandemia otorga de manera tácita capacidades de mando y denuncia. Ningún presidente o presidenta las reparte. El mando no es un cheque, se toma y se pone en circulación. Se tiene o no se tiene, como el virus. Se construye. No se acumula ni es para siempre. El poder del y de las Sheriffs en esta pandemia sigue el mantra de la cura de las adicciones: día a día. Un día lo jodés y podés perderlo. Mientras lo ejercen son el vínculo, la bisagra, el nexo entre las normativas y ese territorio en que viven o habitan. Guardianes.

«A ese pelotudo que trajo el virus que lo expulsen». «Mano dura intendente!!» «Lo apoyamos!!» «Que se vaya!!!» «Es una burla a la sociedad!!» «Escriba los nombres!!» Llovían pedidos de “mano dura” en el Facebook del medio local. Los likes se amontonaban. Un ejército de piccoli Nerones dispuestos a quemarlo todo escribían sin parar. Dispuestas y dispuestos a cocinarte. A exigir todo. «Que un patrullero lo vigile!» La Directora de Comunicación del municipio hacía capturas de pantalla y se restregaba las manos. Una victoria (imaginaria) se acercaba.

Nadie está a salvo de los y las sheriffs sociales. Son parte del relato necesario del orden. Ni siquiera el poder político que necesita su apoyo y ayuda está a salvo de ellos y ellas. The powers of crisis te clavan el visto moralista e integran ese rumor social que construye coordenadas, límites y sanciones a otros ciudadanos y ciudadanas. Pero no se detienen ahí. Con su accionar van reduciendo, también, la autonomía de esos gobernantes que buscaron ayudar. Que por un tiempo los contaron entre sus aliados. Se suben al corazón del que manda y hablan en su nombre y cuando eso sucede pueden “colonizar” su palabra y hablar por él. Las autoridades representativas pueden ver limitado su poder por esas personas que piden orden, castigo y reducción de variadas libertades. Les pueden soplar la nuca. Votantes que pueden volverse sheriffs pueden custodiar y limitar –al mismo tiempo- las aspiraciones gubernamentales de oficialistas y opositores. Pueden acotar el espacio para la política, restringir esa zona gris donde se acuerda y negocia.

La política ve surgir estas figuras, que aunque amigas o aliadas, siempre pueden poner en duda su lugar. Allí se juega su territorio. Tendrá que defenderse de esa capacidad de “producción” de figuras sociales que propone esta pandemia. No solo los cuerpos fueron arrasados por esta crisis, sino que la política (democrática) puede ver menguadas sus condiciones ante tantas demandas de orden.

«Por Twitter y otras redes me pedían que expulse a esa gente que estaba en el parque tomando mate. Los vecinos subían fotos de personas sentadas en el pasto. Nadie respetaba la distancia. Cuando llegué no pude. Eran muchos. Ya sé. Ahora me están puteando en colores, pero bueno. Ya hablaré con esos vecinos que se quedaron preocupados, que cumplen las normas y nadie los premia. Pero en este caso no podía ir contra toda esa gente. Era mucha».

Las crisis, no solo desgastan vidas, también presentan oportunidades vitales para ciertas personas. Algunas se empoderan, se benefician, se alimentan de ellas. Inclusive, encuentran un lugar en el mapa social. Pequeño, pero un lugar al fin que imprime un sentido.