Tengo que ir al baño otra vez. Bajo de la cama descalza y camino con cuidado. Se que voy a expulsar algo pero no sé cuándo. Eso me tiene ansiosa. Quiero que llegue ese momento. Salgo de la habitación pasando a través del rayo de sol que entra por la ventana y percibo por un segundo la tibieza. Estoy unos cuantos minutos en el baño y cuando salgo, Rita me espera detrás de la puerta. Me abraza y los pasos hasta la habitación se llenan de ternura. Vamos pegadas, mejilla con mejilla. Durante ese rato, Rita había acomodado la ropa de los últimos días que estaba sobre la silla: el jean roto en las rodillas, el buzo rojo con capucha, remeras y medias del lado de revés. Guardó en el ropero mis borceguíes gastados y las zapatillas sin desanudar. Había barrido debajo de la cama donde mi gata insistía arañando el colchón con sus uñas. Se negaba a aceptar otra cosa para rascar pero los ronroneos nocturnos en mi cuello podían calmar cualquier enojo. Las patas presionaban de a una por vez en mi pecho y el pelaje me daba calor.