Atormentada y genial, andrógina y outsider, autodidacta y premonitoria, el origen de sus largas temporadas en el infierno podemos intuirlo como el resultado de una serie de sufrimientos y experiencias vividas sin auxilio ante los reiterados actos de acoso y abusos de parte de sus dos hermanastros mayores (los hijos del primer matrimonio de Julia). Virginia carga además con otras luchas: lidiar con la pesada obligación de representar una condición puritana propia de las exigencias culturales de la vida social que tanto despreció, esas fiestas en los grandes salones para “cazar maridos apropiados”. Sus desvaríos pueden verse también como “traumas heredados” de un clan de alcohólicos, violentos, exóticos, frívolos, exiliados, geniales, artistas y torturados personajes de su árbol genealógico. Un arco con dos extremos: desde Laura –incapaz mental, recluida en una casa de salud psiquiátrica– hasta Adrian dedicado al psicoanálisis. Y, dato que no es menor, el avance nazi al correr los años ´40, siendo su marido judío, les había planteado la posibilidad de envenenarse si Hitler llegaba al Reino Unido.