Un hoyo de verdor, por el que canta un río enganchando, a lo loco, por la yerba, jirones de plata; donde el sol de la montaña altiva brilla: una vaguada que crece en musgo y luz.
Qué mejor que esta estrofa de su Rimbaud adorado como telón de fondo para mi encuentro con un artista de inmensa talla, cerca de La Cumbre, una mañana tibia de otoño.
Por una escalera empinada de piedra llego a su casa. Quiero enterarme de lo último de su obra.
Me recibe coronado por su clásico gorro, su pelo y barba largos, en su rincón de lectura. El sol mancha la sierra de naranjas, amarillos y verdes. En la mesa, libros y cuadernos apilados. A juzgar por lo que se ve en su taller, pareciera que todavía pintase, pero Remo me sorprende diciéndome que ha decidido no hacerlo más.
¿Hay un reemplazo que ocupe hoy, todo ese tiempo que dedicabas a la pintura?
Escribir poesía, escuchar música, bucear las aguas profundas de la vida para reconocerlas y tratar de entender. Releer La Ilíada cada año y a mis autores preferidos.
Entendí que lo principal es despojarse, para encontrase en una existencia silenciosa que armonice con las leyes de la naturaleza.
¿No te hace falta nada más?
No. Esta es una elección de vida. Esto es lo más parecido a lo que había deseado. Mis emociones hoy las vuelco en la poesía, las convierto en metáforas. Además, al no estar presente el deseo de publicar, el lector desaparece y eso me serena.
¿Te fuiste del sistema?
Yo no me fui, simplemente me inventé otro. Uno que me sirva. Me propuse saber cómo vivir del modo que quiero y lo voy encontrando. Que un argentino se proponga saber cómo vivir ya es un acto revolucionario. Trato de entender las leyes del Cosmos que son, felizmente, más predecibles que las otras.
Tu pintura pasó por distintas etapas. ¿Cómo fue ese camino que te llevó a la no figuración de tu último trabajo, la serie “Calma” y a la escritura?
Siempre escribí, pero el camino hasta hoy fue largo. Uno de los momentos de quiebre fue cuando, en la pintura, necesité dejar de lado la figura humana. Lo conversé mucho con mi gran amigo Miguel Ocampo y él me instó a probar con el paisaje. Entonces integré la naturaleza, que hasta ese momento sólo me rodeaba, a mi obra. De allí salió Calma, la última serie que hice.
¿Qué es Calma?
Calma es un conjunto de pasteles de pequeño formato, huellas apenas insinuadas de las distintas horas en las sierras, de rayos de sol que desaparecen en el rojo previo a la noche, de montañas violetas, de las últimas vibraciones de del sol al atardecer. Es una serie donde intento pintar el tiempo.
¿Escribir te da felicidad? ¿Corregís?
Escribo todo el tiempo. Lleno cuadernos y no corrijo. Soy más bien taciturno y, más que felicidad, escribir me da serenidad. Quedo exhausto después de hacerlo. Para mí la palabra es un ritmo, un acorde. Se escucha y se escribe como si fuera en un pentagrama. Creo que hoy no busco más, pienso que dejar testimonio de lo hecho es suficiente. No quiero entrar todo el tiempo en el recuerdo de mi trabajo pasado. Hay que tener cuidado con eso porque recordar es una trampa muy fácil para uno mismo. Hace que nos repitamos en aquello que creemos que fue seguro.
¿Tus escritores preferidos?
Además de Borges, Rimbaud, Macedonio y muchos otros tipos que supieron decir que no, en el momento correcto.
¿Novela, cuento, poesía?
Todo, y mucha filosofía. Soy un gran admirador de Epicuro y de su filosofía práctica.
Me despido. Ya me espera un taxi en el camino. Atrás queda su casa al borde de una barranca. El aire huele a humo de chimeneas. Hasta pronto, Remo.
Ayer caminé leguas Tierra adentro Respiré polvo y estrellas Caminé caminé Sin parar Me abrí paso Entre los yuyos Salvajes -inocentes- Absortos Ayer caminé. Calmando olas Cubriendo la laguna Durante horas caminé Tocando el horizonte cada vez. Caminé hasta agotar Pendientes las horas Al borde del papel Caminé norte y sur Caminé descalzo Las nevadas orillas Tocando mejillas Los curvos hombros dorados Caminé sin darme cuenta que No puedo caminar Feliz por haberlo logrado.