Para resumir la experiencia Maradona en Nápoles. Cuando era chiquito, lo dibujé. Miraba el Mundial, hice los primeros dibujos, mis expresiones de niño estuvieron vinculadas a Diego. Digamos, ahí ya hay algo que me formó y lo digo muy vinculado a la felicidad compartida. Nunca volví a ver a mi familia tan feliz como en el Mundial 86. Eso me impulsó a ir a Nápoles para el 30 aniversario del Mundial. Era una excusa medio zonza para sacarme las ganas de ir a Nápoles y un poco ser parte de esa historia que había visto en VHS y con esa estética medio vintage de la época, Cuando llegué a Nápoles era una ciudad más, no sé, un puerto, lleno de barcos y bingos, ¿viste?. Como un poco no me imaginaba que no sé, tenía una idea totalmente distorsionada. Re loco porque vos podés googlear pero igual pensaba que iba a haber un gran santuario de Diego. No era así pero lo que sí descubrí es que Nápoles es como un cementerio, santuario, iglesias, o sea está lleno de estampitas, de mensajes. Cada vez que muere alguien lo recuerdan como con unos posters con todos los nombres. Toda esa estética de la muerte presente. Estamos todos acá ¿viste, no? No se fue ninguno. Están con sus nombres. Eso sí me impactó y al meter a Diego en ese ecosistema traté de buscar un Diego menos futbolista y más humano, como apoyado mirando la tele, tomando un café. Se volvían locos, hay una de Diego tomando un cafecito, o sea, ese es como el icono de lo napolitano, ahí te das cuenta y ese orgullo desenfrenado por el barrio y la pertenencia que quizá uno acá no lo tiene tanto. Que se yo, yo no tengo tatuado Boedo, ¿viste? Tenerlo a Diego ahí casi como vivo me encantó y bueno, estaba vivo. Dios estaba vivo entre los muertos por así decir. Fue muy fuerte la reacción de la gente, las abuelas también, mucha gente mayor conmovida.