Verónica Abdala (Buenos Aires 1973) es una de las mejores periodistas culturales de Argentina y es una entrevistadora sagaz, acuciante, casi perfecta. De ello dan cuentas las entrevistas que en 25 años hizo y publicó en distintos medios gráficos y digitales argentinos –diarios Clarín, La Nación y Página/12; revista Ñ y suplementos adn y Radar.
En el libro, Café literario. La pulsión de escribir, entrevista a destacados escritores en los que estos revelan pistas e intuiciones acerca de sus propios recorridos. La lista de entrevistados además de tres Premios Nobel de Literatura; José Saramago, Mario Vargas Llosa y J. M. Coetzee se completa con Elena Poniatowska, Ryszard Kapuscinski, Vlady Kociancich, Rosa Montero, Liliana Heker, Rad Bradbury, Carlos Fuentes, Gioconda Belli, Ariel Dorfman, y también con Andrés Rivera, Pablo De Santis, Guillermo Martínez, Samanta Schweblin, Josefina Licitra, Pedro Mairal, Leila Guerriero, Marcelo Birmajer, Alejandra Laurencich, Agustina Bazterrica, Mariano Quirós, Selva Almada, Julián López, Walter Lezcano e Inés Garland.
El libro editado por Factotum se separa de los que acostumbramos a leer, donde una entrevista se sucede a la otra ¿Es esto malo? No, por el contrario, en Café literario. La pulsión de escribir, el recurso funciona perfectamente.
Otros libros de Véronica Abdala son la biografía Borges para principiantes (1999) y el ensayo, Susan Sontag y el oficio de pensar (2004/2019). Además, participó como autora en la antología de ficción Buenos Aires Noir (2017), publicada en Estados Unidos y en Francia.
-¿Por qué un libro de citas y no uno de entrevistas completas? ¿Lo pensaste así?
Sí, fue deliberado. Me pareció que las entrevistas, extensas y siempre atadas a las circunstancias de la coyuntura -la presentación de un título, una feria editorial etc-, hubieran conformado un libro distinto, más en línea con los típicos libros de entrevistas al estilo de las de The París Review, que están más vistos, aunque no dejan de ser muy atractivos. Acá, en cambio, se reproducen fragmentos de casi cuarenta conversaciones y este es un libro, a caballo entre dos géneros: por un lado, esos pasajes rescatan esos momentos en que el autor o la autora revelan algo que no tenían previsto decir, o no sabían que sabían, bajo la certeza de que una buena entrevista es aquella que alcanza un descubrimiento. En este sentido, los textuales, de alguna manera, sirven como muestra de esa forma de reflexionar del autor, antes que como extracto de un diálogo de origen que pudo haber sido mucho más extenso. Pero, a la vez, se trata de un “libro objeto”, en el que tienen un lugar destacado las ilustraciones.
-¿Tuviste algún conflicto entre hacer un libro clásico y uno que podría convertirse en viral atendiendo a la importancia de los entrevistados y al tiempo actual donde se elige la lectura rápida?
Es una buena observación, porque me planteé ambas posibilidades y opté por la segunda. Es innegable que los pasajes de entrevistas con sus respectivas ilustraciones también permiten compartir el contenido, por ejemplo, en el formato del post (Instagram, Facebook), y en ese sentido esas “pastillas” informativas sobre los autores, acompañadas por las ilustraciones hechas en tinta de café por Tomás Gorostiaga terminan resultando muy atractivas, también, para los lectores virtuales.
-¿Por qué no se reproducen las preguntas que dieron origen a estas confesiones?
Podrían haber aparecido, pero esta “invisibilización del periodista” puede leerse casi como una contestación ante el exceso de protagonismo al que solemos asistir por estos días: una pregunta vale, supongo, por la respuesta que es capaz de provocar el entrevistador, no importa tanto quién la haga o cómo la formule. Opté por cederles todo el protagonismo a los entrevistados.