Adriana Amado (Argentina, 1966) es docente, investigadora y analista de medios. Se graduó como licenciada en Letras, es magíster en Comunicación institucional y doctora en Ciencias Sociales. En su nuevo libro, Las metáforas del periodismo (Ampersand, 2021), interpreta las metáforas asociadas con el trabajo periodístico –también aquellas que los propios periodistas y medios usan para hablar de sí mismos.
Por Valeria Sol Groisman
Fotos: Alejandra López
Para Amado, que es una atenta observadora de la manera en que nos comunicamos y nos informamos, la principal transformación que se ha dado en los últimos años no es ni una nueva tecnología ni una plataforma o red social emergente. No son los memes, ni Twitch ni TikTok y tampoco el periodismo 24/7. El verdadero cambio es el reconocimiento de las posibilidades que ofrece la interacción genuina con los otros. “Lo fascinante de la conversación es que cuando está bien planteada siempre salís mejor de lo que entraste”, comenta Amado, quien considera que uno de los desafíos del periodismo es justamente dialogar más con los públicos, integrarlos en el circuito informativo.
Hay quienes dicen que se escribe desde la bronca, desde el malestar o desde una incomodidad con el mundo que nos rodea. ¿Es “Las metáforas del periodismo” un libro gestado desde la emoción?
¡Qué buena pregunta! Nunca lo había pensado desde esa perspectiva, pero con seguridad la emoción que siempre impulsa mi escritura es la sorpresa, el asombro que me causa pensar las cosas de otra manera o leer cosas que me inspiran: ver las cosas de siempre con una mirada más profunda es algo que me fascina. Y en ese impulso –casi adictivo– siempre voy buscando más. El libro tuvo dos inspiraciones. La primera fue un artículo ya clásico de Barbie Zelizer, que se titula justamente “Las metáforas del periodismo” y que me hizo pensar que la enumeración de metáforas daba para mucho, que podían pensarse desde otra perspectiva. La segunda fue The Game (2018), el libro de Alessandro Baricco, que retoma la idea de las mutaciones que ya había delineado en Los bárbaros (2008). Esas dos ideas me parecieron súper poderosas y me dieron muchas ganas de seguir pensando. De hecho, me enamoré tanto que me llevó más tiempo del que estaba previsto.
Pensando en el concepto de “mutación” de Alessandro Baricco, ¿cuáles son las últimas transformaciones del periodismo y cuál es su relevancia? ¿Son los cambios en la manera en que nos informamos consecuencia de cierta transición cultural?
Alessandro Baricco planteó la idea de mutación en 2008, en su libro Los bárbaros, y fue bastante popular desde la palabra anfibia, que fue usada hasta el cansancio para nombrar a esa generación mutante que no era ni el renacuajo (totalmente acuático) ni un ser vivo completamente terrestre: tenía branquias y pulmones al mismo tiempo. Me parece que eso es muy interesante para pensar los cambios que estamos viviendo, y más ahora que somos todos especialistas en virus porque empezamos a darnos cuenta de que una cepa tiene una ínfima mutación, pero que la cambia completamente. La cepa sigue siendo el mismo coronavirus, pero ya no responde a los mismos anticuerpos ni a las mismas vacunas ni a los mismos tratamientos, algo parecido sirve para pensar el periodismo actual: sigue siendo periodismo, pero ha sufrido cambios que no por sutiles dejan de generar improntas muy importantes en lo que es la profesión.
Esos modelos cristalizados del periodista como el responsable de la verdad social y de la investigación, que da cuenta de qué es lo que los ciudadanos tienen que saber, no solamente son inalcanzables sino que se convierten en tóxicos porque, como la mayor parte de los profesionales no van a acceder a estos modelos tan cristalizados y tan extremos en sus ideales, se genera frustración.
Y queda poco margen para pensar estas nuevas potencialidades de la mutación que son muchísimas y que a mí me generan mucho entusiasmo, con un futuro del periodismo mucho más interesante que por lo menos en el pasado inmediato.
¿Qué es el periodismo mutante?
Periodismo mutante es aquel que acepta estos tiempos cambiantes y hace propias nuevas formas de ejercicio de la profesión.
El periodismo y los medios se han vuelto actores sociales muy reaccionarios, posiblemente porque son los que tienen todavía el manejo de las pantallas y de los micrófonos. Se los escucha todo el tiempo quejarse de los cambios, añorar el tiempo pasado, criticar las redes sociales, hablar de grandes héroes del periodismo como si estos fueran los que definen el periodismo, qué es lo que hay que hacer, y no seres excepcionales, escritores fantásticos que son individualidades y no modelos a seguir. Pero, por otro lado, hay un montón de experimentación. Hay mucha gente que está trabajando por fuera de los medios y creo que esa es una de las experiencias más saludables porque permite explorar narrativas que los medios, que tienen muy asumidas las propias del siglo pasado, no permiten. Periodistas que están en estado de alerta y con ganas de aceptar desafíos. Esos son para mí los mutantes, que, como la palabra explica, suelen generar horror en el espacio que no admite el cambio. Pero yo los veo con deleite y a ellos les dedico el libro, justamente para que no se sientan solos y se sigan y sigan experimentando. Necesitamos que ellos nos enseñen estas nuevas formas de hacer periodismo.
En el libro reforzás la idea de que informar de manera unidireccional es algo demodé, algo de lo que se viene hablando hace años, y, sin embargo, cuando analizamos los medios de comunicación tradicionales, persiste ese esquema donde pareciera que unos saben lo que es importante y otros deben conformarse con ese recorte de la realidad. ¿Qué es lo que mantiene al periodismo en esa lógica y qué te parece que hace falta para que empiece a adoptar la lógica de la conversación y la colaboración como punto de partida de la información?
Desde mi punto de vista la mayor transformación tecnológica no tiene que ver ni con una plataforma ni con un dispositivo ni con un canal de comunicación. O sea, no es Internet ni el teléfono ni Twitter. Para mí la transformación tecnológica es la conversación. Es decir, una comunicación que ya no admite la unidireccionalidad que tenían los medios masivos de uno a muchos, sino que se convierte en algo bastante personalizado aún de uno a muchos.
Es decir, un youtuber tiene millones de suscriptores en su canal y a lo largo del día interactúa con una buena parte de ellos o va contestando alguno de los comentarios. Obviamente eso implica nuevas habilidades, nuevas colaboraciones. Esta lógica de la autoría, que estaba tan sobrevalorada en el periodismo del siglo XIX, como el escritor que le pone su marca especial, se diluye cuando tiene que conversar, porque en la conversación somos todos iguales. Es el dispositivo que nos permite crecer y ser distintos. Entonces, lo que me parece fascinante de la conversación es que cuando está bien planteada siempre salís mejor de lo que entraste, y si el periodismo consigue eso, está consiguiendo también un objetivo muy loable y muy alto. Pero esto significa un cambio que va desde la iluminación que daba leer un texto o ver un reportaje de profundidad hecho en la televisión a una mejora que involucra también al periodismo. El periodista, en la conversación, con sus fuentes, con sus audiencias, necesariamente se convierte en alguien más enriquecido. Pero, bueno, ninguna de las carreras nos ha formado para conversar: nos ha formado para producir material audiovisual, digital, gráfico, pero no en ese delicado arte de conversar con otros.
Es muy interesante la metáfora del periodismo como servicio público y la analogía con el transporte. También en relación con esta metáfora, si se piensa al periodismo como servicio público, la idea que subyace es: ¿por qué debería tener un costo? ¿Quién debería pagar el periodismo?
El modelo del servicio público está presente en el periodismo. Y me llamó la atención, hablando de metáforas y de expresiones, que el transporte también en algún momento se llama medio de comunicación y posiblemente porque en el siglo XIX los medios y el desarrollo del transporte estuvieron muy vinculados, particularmente porque el telégrafo y la distribución de los periódicos iba en paralelo a las vías del ferrocarril y sincronizaban sus tiempos y sus impresiones con la del transporte por la que era distribuido. Lo público, en una definición que me parece muy interesante, es eso que está accesible a cualquier persona en igual cantidad y calidad. Una ruta es un servicio público porque justamente está para todos igual, lo mismo que un parque. Ahora, no todo lo que nosotros llamamos servicio público cumpliría el rol de público, y ahí está la información. Entonces, ¿qué tenemos que hacer para que la información esté accesible a cualquier persona en la misma calidad y cantidad? ¿Quién debería pagar: el que la recibe, el que la promueve? La financiación de los medios es un modelo que está claramente en crisis, con lo cual estamos obligados a pensar otras cuestiones. También es cierto que nada es gratis. Que incluso lo que nosotros suponemos que son servicios públicos gratis lo pagan las personas. De hecho, la educación pública universitaria es utilizada por una minoría de la población y financiada por la mayoría de la población. Creo que ahí hay mucho para pensar con relación a quién es el responsable del financiamiento de la información, qué consecuencias tiene y si eso sirve para que sea efectivamente pública.
La pandemia de Covid-19 nos llevó a una nueva normalidad en todos los ámbitos, también en el de la información. Quizás como consecuencia de una dificultad en el acceso a la información pública o una deficiencia en el análisis de los datos sobre transmisión, vacunación, etc., ciertos actores sociales cobraron un nuevo y relevante rol en el circuito informativo: especialistas en estadística, biólogos, científicos, influenciadores, tuiteros. Estas figuras, ¿afectan al periodismo y la confianza? ¿Lo reemplazan o colaboran con el periodismo?
Ese nuevo circuito informativo no es nuevo: la pandemia lo hizo visible. Esta aparición de nuevas voces y nuevas fuentes de consulta alternativa que nos mostró la pandemia era algo que ya venía ocurriendo. Pensemos, por ejemplo, en la agenda del calentamiento global. Fue una agenda que apareció por fuera de los medios, impulsada por fuentes bastantes especializadas y muy comprometidas con la causa. El tema y el interés público que tiene hace que más allá de que la fuente interesada pudiera generarle un sesgo a la información, la información también era valiosa. Pasa con las universidades como fuente de información de la pandemia. Es obvio que la Universidad John Hopkins va a tener la perspectiva de una universidad pequeña de la costa este de los Estados Unidos y Our World In Data tendrá la de una universidad del Reino Unido, pero esa perspectiva propia no hace menos valiosa la información, porque se trata de información verificable, información de altísima calidad que nutre los medios. Entonces también acá lo que se ve es esta mutación hacia lo colaborativo. Hacia exponer las fuentes también a los públicos y no considerarlas como ese tesoro que ocultaba muchas veces el periodista en un off the record o en un anonimato. El desafío del periodismo es qué valor agregado le aporta a una fuente que está pública. Y ahí aparece la confusión, porque si van a publicar el mismo gráfico que publica la universidad en su página, posiblemente pierda el periodismo. Pero, en cambio, si sabe cómo agregarle valor obviamente ganan el periodismo y la fuente.
La clase política aterrizó en las redes sociales hace rato: busca mostrarse “cercana” a la ciudadanía con un discurso anclado en la emoción y un tono cada vez más coloquial. La pregunta es: ¿están los políticos realmente conversando con la gente? ¿De qué hablamos cuando hablamos de conversación?
Es interesante el ejemplo de la política y las redes sociales porque nos muestra la diferencia entre una conversación virtuosa y franca y un simulacro de participación en las redes sociales. El hecho de que, desde ya hace varios años, las mensajerías sean las redes sociales más concurridas y más usadas nos muestra que lo que la gente potencia en las redes sociales es la conversación simétrica. Sabemos que la política no sabe conversar. No tiene todavía desarrollados ni mecanismos ni aptitudes ni tampoco un sistema para escuchar verdaderamente lo que le dice la ciudadanía, al punto tal que es la primera sorprendida de los resultados electorales ya hace varios años. Y ahí, en esa sorpresa, también la acompaña el periodismo, que, priorizando siempre la mirada y la declaración de la política, se olvida que tiene esta deficiencia de conversación pública. Entonces, sacarse una cuenta en una red social no significa ni que el medio ni que el político estén conversando. Los indicadores tienen que ver con la narrativa transmedia. Es decir, cuando las audiencias se apropian de lo que el medio y la política hacen para difundirlo, para diseminarlo por su cuenta. Claro que hoy la mayoría de la diseminación, tanto de los medios como de la política, va con indignación o con meme. Por lo cual creo que por ahí es mejor opción ir por el meme y ver qué devuelve la parodia o qué devuelve la crítica para abrir un canal de diálogo a partir, justamente, de ese emergente. Pero el periodismo y la política están todavía muy lejos de eso.
Muchos autores hablan de un supuesto clima de infoxicación: es tanta la información que nos “bombardea” cada día que estamos “intoxicados”, sugieren. ¿Qué pensás de esta idea? ¿Contamos hoy, más que antes, con la información que necesitamos para tomar las mejores decisiones?
No me gusta mucho el concepto infoxicación porque si uno hiciera la analogía con lo alimenticio, uno se da cuenta de que si alguien cae intoxicado por un alimento nadie piensa que todos los alimentos están en sospecha. En cambio, cuando se habla de infoxicación, sí pareciera que toda la información circulante es sospechosa, todo es potencialmente fake news, todo el mundo está consumiendo en exceso. Lo que nos dicen los estudios es que, por un lado, la información tóxica, hostil y desinformativa es una mínima parte del volumen total de lo que circula en las redes sociales. La mayor parte de lo que circula en las redes sociales ni siquiera es información: es contacto, es interacción, intercambio, con lo cual es muy difícil evaluar eso desde lo informativo. Pero, por otro lado, tampoco es que la mayoría de la gente está consumiendo toda la información disponible. Que tengamos ese gran supermercado que es Internet, lleno de cosas, no significa que todo el mundo está atiborrándose con eso o pasando infinidad de horas ahí. Incluso esos cálculos de la cantidad de horas que pasamos conectados no consideran que muchas de esas horas estamos haciendo trámites bancarios, inscribiendo a los chicos en el colegio o haciendo un examen para la facultad. Eso también cuenta como conexión a Internet. Con lo cual, lo que vemos es que mucho de ese tiempo que nosotros pasamos en las redes sociales son en cuestiones vinculares, no necesariamente informativas. Se piensa el concepto desde una tipificación en la que generalmente siempre se acusa al otro. Nadie hace esta evaluación de la desinformación o de la infoxicación pensando en sí mismo, nadie dice: “Bueno, soy yo el que tengo que cambiar”. Siempre proyectan en los demás. Como si fueran un grupo ilustrado que hasta el siglo pasado manejó la lógica de lo que se leía y lo que se pautaba y ahora estuviera inquieto porque lo que se lee y lo que se pauta en gran medida ya no depende de ellos. Entonces me parece, y acá vuelvo a citar a Alessandro Baricco en el libro de 2008, que estamos presenciando una casta que perdió sus privilegios y la aparición de una vanguardia. Obviamente eso genera inquietud, críticas y reacciones para volver al mundo feliz, tal como era cuando lo conocimos.
Con los datos que tenemos hoy, ¿hacia dónde va el periodismo y cuáles son los mayores desafíos a los que se enfrenta?
A mí me gusta pensar que el periodismo no va a ningún lado, ya llegó: los cambios ya se produjeron. Lo que sí estamos es conviviendo con un pasado que no quiere asumir que ya es pasado. Entonces el periodismo es esto que estamos viendo: una circulación mucho más entrópica, frenética de información, ciclos de 24/7 que redefinen esa lógica de una periodicidad estable que está en la misma palabra “periodismo”. En todos los idiomas aparece la idea de periodicidad o de diario, como está en journalism. Esta idea de ciclos: el periodismo preparaba una edición que salía para el otro día, que hoy se mantiene en las revistas, quizás. Porque los diarios ya empezaron el 24/7 horas desde sus portales digitales. Eso ya existe, ya no hay nada nuevo. Lo que sí el desafío es aceptar, entender que es una instancia mucho más desafiante y nutritiva que la que teníamos cuando la información era decisión de unos pocos y el consumo estaba limitado a un grupo muy informado en contraste con una gran cantidad de gente que estaba por fuera, especialmente eso nos ha pasado en Latinoamérica. Así que el futuro es este, es el que estamos viendo y tengo muchísima confianza en que, sobre todo la generación de gamers, sepa escuchar a su intuición y honrar sus prácticas cuando empiece a ejercer el periodismo, en lugar de entrar en una redacción y desaprender lo que es parte de su vida para incorporar rutinas que solo tienen sentido en los viejos modelos que se guardan del siglo pasado.