Al principio fue mágico, novedoso, excitante. Con el tiempo se volvió insoportable. Ceñirnos a la literalidad, sobre todo en las discusiones, fue un infierno. En pocas horas nos convertíamos en oso, caballo, zorro, monstruo, nuestros padres, y una pila de mierda. Dejamos de vernos en público y se nos volvió frecuente discutir acerca de en qué casa encontrarnos por los desastres que hacíamos convertidos en animales gigantescos.