… deleitables páginas sobre la playa, el viento y otros elementos de disfrute vacacional
Por Matías Carnevale
Fotos: Constanza Peralta
Oliverio Girondo escribió que un libro tiene que construirse como un reloj y venderse como un salchichón. El libro de Andrés Gallina y Matías Moscardi sigue ese derrotero a la perfección: es ideal para una tarde de picnic en la playa. Es una lectura ligera, entretenida, con una prosa diáfana como el cielo en un día ameno. Uno desea que sea un éxito de ventas, porque detrás de estas páginas se encuentran dos docentes, investigadores y editores con sendos doctorados. ¿Quién dice que desde la academia solo se producen papers aburridísimos que nadie lee?
Mar del Plata, en tanto centro neurálgico de la costa atlántica, ocupa la mayoría de las páginas del libro. Es la vedette absoluta en cuanto a playa. Es verdaderamente la feliz. Allí uno ha podido cruzarse tanto a Pappo como al extraordinario periodista/narrador Fabián “Polo” Polosecki, o a Florencia Peña comprando fiambre en un almacén de la Avenida Paso. Mar del Plata combina lo excelso y lo refinado con la mugre más abyecta. Es de una heterogeneidad envidiable. Mar del Plata, en Europa no se consigue.
La costa es kitsch, pop, violenta, amarga, culta y brutal a la vez. Allí decidió acabar con su vida Alfonsina Storni, sucedieron los asesinatos de prostitutas en manos de un ficticio Loco de la Ruta, en los noventa, y Alicia Muñiz encontró su trágico final en manos de un boxeador idolatrado por las masas. Carlos Gardini, en La ciudad de los césares (2013), sitúa a la mítica ciudadela en algún lugar de la Costa Atlántica, y en Mar del Plata una librería –El gran pez – obtuvo el premio a mejor librería del año en 2021. Bioy escribió junto a Silvina Ocampo Los que aman, odian en el Viejo Hotel Ostende, y uno recuerda los muchos días de verano en los que asistió a recitales de bandas como Fun People (en Villa Gesell y Mar del Plata) o Loquero, en Mar del Plata. Por otro lado, las ciudades costeras tienen algo de mamífero, de reptil… entran en un letargo invernal que se interrumpe con la llegada de turistas a fines de cada año.
Pero volvamos al libro, de una lectura disfrutable, sin contratiempos. Puede remitir al lector a obras como el Islario fantástico argentino (Winograd, Gargiulo et al, 2018), o a Rarezas geográficas (Olivier Marchon, 2021), en los que la geografía es el pretexto para historias alucinantes. Las curiosidades de la costa están. La poesía y el humor están, y aun los pasajes lovecraftianos: las olas son “lenguas invertidas, pulmones que se dilatan y se contraen, manos o tentáculos que arañan de espuma la arena”. Los personajes extravagantes están. Los sitios que irradian nostalgia están, pero hay algunas omisiones imperdonables: la sala de videojuegos Sacoa, en plena peatonal San Martín, las eternas colas para comer en el restaurante Montecatini, la visita del portaaviones estadounidense Kitty Hawk en 1991 o los placeres plebeyos de viajar en el crucero Anamora. Esperamos que haya una segunda edición para enmendar estos olvidos.
Be Cult charló con Matías Moscardi, quien responde algunas preguntas sobre la fantástica guía para perderse en los encantos de la Costa Atlántica.
¿Cómo se les ocurrió el libro? La idea es muy buena, y tiene una veta comercial nada despreciable…
Con Andrés teníamos un libro previo que se llama Diccionario de separación: De Amor a Zombies, que salió por Eterna Cadencia. Cursamos la carrera de Letras juntos acá en Mar del Plata, y siempre quisimos hacer una escritura conjunta, y ese libro fue el primero que escribimos juntos. Eso fue en 2016, y nos quedaron ganas de hacer un segundo libro en colaboración. Luego fuimos padres los dos, vino la pandemia, cosas que dilataron la colaboración hasta que dijimos “Vamos a hacer un libro de vuelta juntos”. Empezamos con un libro sobre el mar, era un tema inmenso y no lográbamos dar con el tono. Nos íbamos mandando textos en un grupo de WhatsApp, y aparecieron cosas muy concretas sobre la Costa Atlántica: una plantita que había acá enfrente, un lugar emblemático… una escritura más situada. Y ahí encontramos el recorte que necesitábamos. Empezamos a tirar ideas, con listas de cosas. Obviamente el libro se dilató un montón porque eran cosas como muy proliferantes. Cada uno fue escribiendo sobre lo que tenía ganas y se armó una especie de itinerario de clichés: las olas, el trencito de la alegría… las cosas por las que la costa es parodiada, odiada o incluso amada. Los clichés nos permitieron hacer un recorte sobre el recorte; porque no era solo el camino lado b, el lugar que conoce solo el local… más bien fuimos por lo más conocido. Ahí se empezó a definir el libro, sobre el lugar común, el lugar popular de la costa.
La repercusión crítica y de parte del público ha sido muy favorable ¿Te esperabas esa recepción?
Siempre empezamos a escribir con Andrés por la amistad, por una cosa descontracturada y entre nosotros. Nunca empezamos con la idea definida sabiendo para dónde iremos. A veces nos lleva un año y medio entrar en calor. La veta comercial no estaba al comienzo. Cuando encontramos lo de la costa nos dimos cuenta de que era una idea que podía funcionar muy bien, aunque no teníamos editorial, nada. En un momento nos dijo Santiago Loza la costa estaba de moda ahora, y ahí nos cayó un poco la ficha. El periodismo todo, el gráfico, el televisivo, el radial, en el verano transmite su versión de la costa. Si está todo el periodismo de verano ahí, ¿cómo no van a hablar de un libro sobre la Costa Atlántica? Cuando se nos abrieron las puertas en Sudamericana vimos mejor ese aspecto… cuando publico novela o poesía no me pasa eso, no estoy con esa expectativa. Es un libro convocante, tuvimos mucha repercusión con los amigos… y a la vez es amable, es sobre el amor, es entrañable.
No se mete en recovecos muy oscuros o a contar historias macabras de las ciudades…
Fuimos por el lado de la maravilla.
¿Qué partes escribió cada uno?
Como es medio caótico lo que hacemos —movemos mucho texto en una vorágine de información— se fue mezclando. A veces no recuerdo bien qué es lo que escribí yo. Y como escribimos muy parecido, no se nota qué es lo que puso cada uno.
Son como un Bustos Domecq de la costa (risas)
Quizás yo soy más profuso, voy escribiendo a los ponchazos, sin corregir, y Andrés pone más el freno. Fluye muy rápido. Si Andrés me dice que algo no va, y yo quiero que vaya, lo saco.
En el libro se intercalan varios datos históricos y científicos, por ejemplo el tsunami de 1954 o el meteorito que cayó en la zona del bosque energético, ¿te interesa la divulgación científica?
Bueno, yo soy investigador, así que en el área literatura me parece muy importante. En el libro, lo científico, o lo informativo, está muy supeditado al efecto que eso genera. Nosotros intentamos conservar lo que genera un dato como efecto de lectura; en este caso el asombro. Esa condición asombrosa, infantil, del dato, es lo que nos importaba. El libro no está producido desde el saber experto, sino que parece que el narrador va descubriendo los datos a medida que los va diciendo. Tiene un costado muy extraterrestre, porque parece que no sabe ni lo que es una ola, y por momentos tiene un grado de experticia altísimo. Queríamos preservar la frescura del primer contacto con el dato.
Para usar una imagen del libro, como el buscador de tesoros en la playa…
Claro. Incluso hace pocos días encontraron una caparazón fosilizada de gliptodonte. Vas caminando lo más pancho y te topás con esta cosa arqueológica.
En la disposición de los textos parece haber un orden de prioridad: primero la naturaleza, después el resto. ¿Cómo ordenaron las entradas?
Tuvimos una discusión por eso… ¿Por qué empezamos por lo natural? En realidad, la naturaleza no aparece en estado puro sino que está todo el tiempo hibridada, con cultura, con lo humano… “La arena es la ametralladora del tiempo”, dice. Sirve para hacer castillos, para hacer milanesa —entra la comida ahí— la naturaleza aparece atravesada por microprácticas cotidianas de la playa, juegos, costumbres… Luego hay información más dura, la arena en tal lado es más fina, en otro lugar es más gruesa… pero nunca aparece el dato duro. Es un falso comienzo natural el del libro.
Visité Liverpool y Cádiz, ambas con sus playas, diferentes entre sí, y no podía dejar de pensar en Mar del Plata cuando estaba ahí. Es el metro patrón para las playas que conozca… ¿te pasó algo levemente parecido alguna vez?
¿En qué sentido?
De decir, al final estoy en una playa y tiene esto, pero Mar del Plata tiene esto y esto…
Yo vivo en San Patricio, acá pasando el Faro, a cinco cuadras del Acantilado. Entonces hay un momento en la ruta, que tiene muchas curvas y contracurvas, y muchas subidas y bajadas. Y hay una instancia en la que empezás a elevarte hacia la izquierda, yendo de Mar del Plata a Miramar, y tenés una panorámica del acantilado que es una vista muy de película. A veces el atardecer se pone violeta con rosa… Vas a otras playas y pensás que sí, que Mar del Plata compite, re-compite. Hay un libro que salió el año pasado, Un reino junto al mar, de Santiago García Navarro, es un libro rarísimo, absolutamente intelectual, pero a su vez una escritura muy hermosa. Es una mezcla de novela con tesis doctoral de turismo y con fotonovela, porque tiene fotos por todos lados, y va comparando cómo se forman las playas en los cincuenta y los sesenta en Río de Janeiro y en Mar del Plata, las relaciones entre una y otra. Es alucinante. Es una de las mejores cosas que leí el año pasado. La pregunta es: ¿por qué la gente de Río viajaba a Mar del Plata?
Hay mapas (uno no sabe con qué seriedad fueron hechos) que proyectan a futuro la desaparición de las ciudades costeras, por la elevación del nivel del mar, ¿a dónde te irías llegado el momento? ¿O enfrentarías el cataclismo con la frente en alto, orgulloso por el sitio en el que has vivido y sobre el que has escrito?
Es una gran pregunta. Yo creo que me iría al sur, a un lago. Cerca de la montaña. O me hundiría con el barco, no sé. El otro gran paisaje que me atrae mucho es la onda carpa en el sur. Es algo que hago siempre. Meterme adentro del territorio es algo que me genera cierta asfixia: necesito ver algo de agua, un lago, un arroyo, por lo menos. Otra ciudad que siempre me gustó mucho es Rosario, pero en verano hace un calor tremendo.
Los holandeses pudieron con el mar, ¿quién dice que no podríamos nosotros?
¡Claro!
Matías Moscardi y Andrés Gallina, Guía maravillosa de la Costa Atlántica. Buenos Aires, Sudamericana, 3199 $. 192 páginas.