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Pandemic Book… quedate y no vengas

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Por Esteban De Gori

Fotos: IG plastique.fantastique

Los paraísos imaginarios pueden transformarse, a veces, en infiernos

Habría que escribir o filmar Pandemic Book. Sin dudas. Una road movie (sociológica) al modo que lo hizo el gran Peter Farrelly con su Green Book.

Viajar desde la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o del Conurbano hacia otros distritos de la provincia de Buenos Aries nos permitiría observar las modificaciones que se han establecido para acceder a los distintos pueblos. Solo basta tomar la ruta, alejarse un poco y comprobar que existe una nueva geografía visual que reduce cualquier deseo de desviarte de la ruta y acceder a un municipio. La ruta ya no tienta. No te podés salir de ella. Es como subirte a un tren sin paradas. Nadie te acoge con ganas. El Pandemic Book no tiene hoteles sino avisos de que deberás, ante la llegada a un “puesto fronterizo” municipal, firmar declaraciones juradas, asumir cuarentenas y modos de aislamiento de dudosa legalidad. Un libro que te dice qué hacer en el checkpoint charlie para transitar de la Argentina infectada a la Argentina libre de virus o que se aprecia de tal. Un día, tal vez, tendremos intercambios de contagiados por sanos, recordando las peripecias del Muro de Berlín

Intentemos desviarnos de las rutas provinciales 65, 5, 205, 226, 55, 33 y de otras tantas. Los pasos están cerrados. Las entradas bloqueadas. Vallas y montículos de tierra delimitan y restringen las calles. Se han montado tiendas donde se realizan guardias diurnas y nocturnas para que nadie transite, para que nadie tome un camino anexo, conexo, tangencial. Se ha creado en cada municipio una fortaleza resistiendo los embates del virus y, por cierto, resistiendo amablemente a ese otro que viene de fuera. El virus es eso. El otro, definitivamente. En noventa días se desmanteló esa imagen de bienestar y confort rural que se había creado durante los últimos años en algunos municipios de la provincia de Buenos Aires. No more parrillas y turismo en pulperías. Los paraísos imaginarios pueden transformarse, a veces, en infiernos. Ahora que nadie venga. Ese es el reclamo. Que se queden en sus casas. En este momento de recrudecimiento de contagios, muertos y anuncios de cuarentena estricta los municipios del interior de la provincia profundizan los controles. Se reactualizan las miradas desconfiadas sobre la Capital y el Conurbano y por todo aquello que puede llegar desde ahí. Pero esa mirada no se queda allí. En estos días ha trascendido a otras grandes ciudades como Olavarría y Bahía Blanca. Que la peste no venga.

La desconfianza en el forastero (camionero, visitante con permiso o turno) ha aumentado en demasía. Las redes sociales se llenan de denuncias, fotos y críticas a cualquier movimiento anticuarentena. Cada ciudadano y ciudadana con su celular puede montar un tablero de control social. Ese idilio campestre puede ser un Big Brother. Espiar, poner su nombre en una red o tirar una foto posee habilitación pública y cierta legitimidad social. Inclusive esto se profundiza en pueblos donde no hay ningún contagio. Todos y todas combaten la pandemia como pueden.

Los actuales cincuenta y dos municipios libres de covid19 de un total de ciento treinta y cinco que integran la Provincia de Buenos Aires buscan sostener el sistema sanitario, mostrar capacidad de gestión y mando frente a su ciudadanía y mantener a rayas las fronteras. Existe acompañamiento social al checkpoint Charlie. La mayoría está alerta. La luz de la vigilancia social está prendida las 24 hs. Hay una rumorología social que se activa cuando uno quiere entrar a un pueblo y que circula con conjeturas, hipótesis, especulaciones. Más rápido que cualquier inversión financiera. El Pandemic Book debería contener las imaginaciones sociales. Desalentaría cualquier eroticidad del viaje.

La pandemia también es una jaula. Todo intendente o intendenta queda atrapado o atrapada por sus reglas y las que provienen, paradójicamente, de la Capital. Aumenta su poder local pero se ciñe a una suerte de protocolo del orden pandémico. La libertad de mando, aunque parezca importante, queda reducida. Nadie es tan libre como cree. Todos los mandatarios municipales ganan poder político en un orden que reduce capacidad de maniobra. Hay poco margen para crear en un momento donde se aplican fórmulas conocidas. Todos están atrapados por la vigilancia y el miedo del otro. Entonces. Mejor quedate en casa. No vengas.

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