El 27 de enero de 1979 moría en Argentina, Victoria Ocampo. Fue una gran escritora de cartas y sostuvo correspondencia con personalidades tan notables como Virginia Woolf, Albert Camus o Adrienne Monnier. El intercambio epistolar que mantuvo con Gabriela Mistral se destacó en ese marco por su intensidad, voltaje de ideas y coincidencias: una amistad para la que la distancia geográfica no fue un obstáculo sino una condición de posibilidad.
Por Osvaldo Aguirre
Obra de Anselmo Nieto
Victoria Ocampo y Gabriela Mistral se encontraron apenas seis veces en el transcurso de los treinta años en que se trataron. Sin embargo, construyeron una intensa amistad a través de las cartas que intercambiaron desde enero de 1926, cuando la escritora chilena estuvo de paso por Buenos Aires y trataron de reunirse. A primera vista diferentes, coincidieron en definir la identidad americana más allá de las fronteras nacionales y de los valores patriarcales y “utilizaron la privacidad de sus cartas para atesorar la afinidad que sentían y para construir un espacio donde alimentar un futuro mejor”, dicen Elizabeth Horan y Doris Meyer en Esta América nuestra, el libro que recopiló la correspondencia.
La primera conversación personal, en diciembre de 1934, estuvo a punto de ser también la última. Gabriela Mistral le hizo tres reproches: por qué había nacido en Buenos Aires, por qué era tan afrancesada y por qué no había sido amiga de Alfonsina Storni. Pero según recordaría Victoria Ocampo, la sorpresa no fue tan fuerte como la impresión de belleza que tuvo de su interlocutora: “La belleza de la estatua quieta con el don de la palabra”.
En la carta que siguió a ese encuentro, del 9 de enero de 1935, Mistral insistió en sus observaciones y la criticó por escribir en francés. “Algunas gentes a quienes preocupa el hecho americano como unidad, la necesitamos y solemos sentir que Ud. nos falta -escribió-. (…) Comienza faltándonos en la lengua, continúa faltándonos en una especie de europeísmo mayor que… el europeo, acaba faltándonos en la preferencia de los temas exóticos cuando escribe”. Sin embargo, la encontraba “criolla, tan criolla como yo, aunque más fina”, había reparado especialmente en el primer libro de Ocampo, De Francesca a Beatrice (1924), y reconocía en ella una aliada contra los nacionalismos cerrados en sí mismos y coincidente en que “la americanidad no se resuelve en un repertorio de bailes y de telas de color ni en unos desplantes tontos e insolentes contra Europa”.
Habían nacido el mismo día, 7 de abril, aunque en años sucesivos: Mistral en 1889; Ocampo en 1890. Las primeras cartas establecieron otra coincidencia fundamental: la preocupación por las cuestiones de género. “Es fácil comprobar que hasta ahora la mujer ha hablado muy poco de sí misma, directamente. Los hombres han hablado enormemente de ella, por necesidad de compensación sin duda, pero, desde luego y fatalmente, a través de sí mismos”, planteó Ocampo en el artículo “La mujer y su expresión”, publicado en el número 11 de Sur, de agosto de 1935.
Entre aquel año y el siguiente la revista publicó además en cuatro entregas Un cuarto propio, de Virginia Woolf, con traducción de Jorge Luis Borges. “La primera vez que a mí llega un alegato feminista es en la lectura de ese trabajo de V. Woolf”, destacó Mistral en una carta de la época. También en 1936 Ocampo fundó con María Rosa Oliver y Susana Larguía la Unión de Mujeres Argentinas y fue su primera presidenta.
Escritos íntimos
“La literatura epistolar es una fuente poco frecuentada, aunque vital para informarse sobre la vida de la mujer, especialmente cuando el acceso a la escena pública ha estado sujeto a restricciones de género”, destacan Elizabeth Horan y Doris Meyer. Si bien “fueron capaces de ser más libres que la mayoría de las mujeres de su tiempo”, Gabriela Mistral y Victoria Ocampo encontraron en la correspondencia “una posibilidad de expresar cosas íntimas, algo que la fama por lo general les impedía”.
Las dos llegaron a escribir más de una docena de cartas diarias y tuvieron otros corresponsales. Y sobre todo, otras: Victoria Ocampo también sostuvo correspondencia con Delfina Bunge, María de Maeztu, Victoria Kent, Vita Sackville-West, Virginia Woolf, Anna de Noailles, Adrienne Monnier, María Rosa Oliver y Fryda Schultz de Mantovani.
No obstante, la correspondencia con Mistral se destacó por su constancia y volumen (se conservan 84 cartas de la poeta y premio Nobel chilena y 36 de Ocampo) y por el entendimiento que tramaron por encima de las discordancias respecto a la cultura francesa y al indigenismo. A diferencia de Virginia Woolf, dice Flaminia Ocampo en el libro Victoria y sus amigos, Mistral pudo ver a Ocampo “más allá de sus poses y sus capas de riqueza” y esa perspectiva estuvo a la vez impregnada “de la seducción que Victoria ejercía tanto en hombres como en mujeres”. Roger Caillois dio cuenta de ese aspecto al confiarle una conversación mantenida con la chilena: “Gabriela dice que la intimidas mucho: dice que eres a la vez animal y celestial, como los animales del zodíaco”.
Escribir una carta es representarse ante otro, construir una imagen personal, y este rasgo vincula a la correspondencia con la autobiografía y el diario íntimo. Pero también supone un tipo de texto que no se concibe para su publicación (Mistral redactó gran parte de sus cartas con lápiz, lo que dificulta su conservación) y posibilita una comunicación en la que cuentan las confesiones, los secretos compartidos y la franqueza de las opiniones.
La correspondencia de Victoria Ocampo es indisociable de la serie de sus Testimonios, pero también en este aspecto la que mantuvo con Gabriela Mistral se recorta con características singulares: su período más intenso es el que transcurre durante el segundo gobierno peronista, en el que la situación política desplaza a las reflexiones literarias. Las confesiones personales se cargan de tensión ante la vigilancia que pesa sobre Ocampo y que la lleva a la cárcel en mayo de 1953, acusada de participar en un complot terrorista.
“Decirte que la vida se ha vuelto desagradable en Argentina es decirte muy poco”, dice Ocampo en una carta enviada desde París en septiembre de 1951. Por entonces la Sección Especial de Represión al Comunismo -conocida por mantener un elenco estable de torturadores- había allanado su casa y la redacción de Sur. En esa misma carta se manifiesta escandalizada porque la acusen de comunista – “¡a mí!”- pero en particular la enerva “el desconocimiento de todos los valores que me importan en la vida”.
El 17 de junio de 1953, recién salida de la cárcel, Ocampo le escribe una carta a Mistral en la que expone detalladamente la trama de su detención, los interrogatorios policiales y su reclusión con presas comunes y políticas en el Asilo del Buen Pastor. Pero rescata un aprendizaje en la experiencia: “Las miserias, las debilidades de la humanidad y también sus arranques de generosidad nunca se me aparecieron con tanta evidencia como en esos 26 días, y me alegra el haber tenido oportunidad de vivirlos -dice-. Además nunca he sentido como en esos días lo que significan la camaradería en la desgracia y el calor de la ternura humana entre desconocidas”.
Antes de ese episodio ya tomaba precauciones: hacía enviar sus cartas a través de amigos, o desde Montevideo, para prevenirse de la censura. Y después soportaría las trabas burocráticas para obtener un certificado de buena conducta y gestionar su pasaporte. Se reivindicaba como “una persona que ha conservado su libertad de pensamiento” y que criticaba “à haute et intelligible voix la dictadura monstruosa que nos aplasta”.
No obstante las cartas posteriores a la caída del peronismo documentan también las tensiones con los militares golpistas. Sur le dedicó un número “a la revolución”, pero en la intimidad con Mistral aparecen las objeciones de Ocampo al clericalismo del nuevo gobierno y a su antifeminismo, patentizado en la oposición a que fuera nombrada como embajadora. “Para mí, las dificultades siguen”, confió Ocampo.
En el origen de la amistad, Mistral comenta que en el ambiente literario circulaban “novelones” sobre Ocampo: había una Victoria casi comunista, otra soberbia, otra fascista. La correspondencia fue el modo de conocerse, de confrontar, de identificarse. “Sus posiciones en la época las definen como humanistas que además tomaron distancia de las políticas partidarias y desafiaron el canon masculino tradicional del discurso imperante en Latinoamérica”, dicen Horan y Meyer.
Ocampo escribió sus cartas con plena conciencia del tipo de texto sobre el que trabajaba. Tanto que citó el sentido de la palabra corresponder según el diccionario de la Real Academia: “atenderse y amarse recíprocamente”, como probó al hacerse cargo de la edición de Tala, entre otras acciones por su amiga. Mistral creía que el género se ubicaba entre la prosa y la poesía y “en tal caso, la carta se vuelve esta cosa juguetona, tira de aquí y de allá por el verso y por la prosa que se la disputan”. En esas definiciones pueden encontrarse las claves de la amistad, y de la literatura que escribieron a través de la correspondencia.