Los títulos proponen, invitan a los lectores a jugar juegos nuevos, es como si les dijese, vamos a jugar una partida de ajedrez, pero quitamos los peones, a ver qué sucede. O vamos a poner dos caballos más, a ver qué pasa. O en esta partida vamos a jugar solo con una mitad del tablero o vamos a quitar las torres. Ese tipo de desviaciones de la norma son las que me interesan a mí. Creo que son las que producen mis libros y el tipo de conversaciones que mis libros tienen. Como decía antes, la literatura es una especie de inmenso reservorio de ideas acerca de quiénes somos y eventualmente de quiénes queremos ser. Y supongo que es mucho más atractivo para mí, y tal vez para otros, el ampliar el repertorio de posibilidades con juegos nuevos y discusiones nuevas que reducirlo mediante la repetición de lo mismo, de lo ya leído, lo ya escrito, lo ya hecho. Creo que nadie quiere vivir una y otra vez un mismo día en su vida, ni siquiera el día más feliz de todos. Yo tampoco quiero. Entonces, lo que se trata siempre es de escribir algo que no haya escrito, de ir a un lugar al que no he ido y llevar conmigo a algunos lectores y algunas lectoras, proponerles una experiencia que en su condición de experiencia sea para ellos tan nueva como la es para mí. Y creo que eso se consigue apelando al capricho, apelando al azar y apelando también a este tipo de apuestas que yo hago contra mí mismo básicamente porque en realidad hay buenas razones para creer que no voy a lograr la apuesta. Cuando eso sucede simplemente se trata de una sesión de escritura fallida o malograda y ya está. No se ha perdido mucho, pero cuando sale bien, tienes una novedad como esta.