He aguardado mi recompensa, mi comida, suspendida en la nada del tejido más leve, entre dos árboles, sacudida por el viento del anochecer y por la duda. Nunca desfallezco, nunca acecho en vano.
Pero antes he elegido ser un sapo confiando ciegamente en el amor, en el verano, en las recompensas que la belleza entrega al que se fía de ella.
Y antes fui una cigarra impenitente y necia, en el calor que sofoca, insistiendo en la música, recurrente como un ciego que solo supiera tres notas, tres colores del mundo para dar cuenta de la vastedad del mundo. Una música sacra y tonta y repetida. Y así y todo porfiara en esas notas deslucidas para que el mundo me escuche y diga acá me cantan.
¿Cómo decirte? Me confío contra toda evidencia.
Las mariposas monarcas, por ejemplo. Son tan tenues. Viven hasta nueve meses, viajan hasta cinco mil kilómetros mueren por millones e insisten e insisten en su aleteo.
(poema inédito)
Fernando Pessoa se lamenta por sus heterónimos
Todo se lo llevaron. Mis mejores ropas, mis modales, las palabras del manantial secreto. Esa mañana que no le he ofrecido a nadie uno de ellos la arrojó al mundo, a las bestias y los periódicos. ¡Mi secreto de dandy! ¡Mis ridículas poses ante el espejo! Mis inexistentes cartas de amor.
Por donde avanzo, ellos se han adelantado quemando la hierba, convocando a las gentes con artificios de circo y de matones. Llego cuando la estación de trenes está vacía, los brindis acabaron y el último camarero me mira a través de la puerta, descortés y hastiado. Adiós, me señala con la mano, ya no abrimos hoy.
Cada uno de ellos a cada uno de los cuatro vientos y confines. Adiós, me dicen también, no te recuerdo.
Entraron a saco en mí, me dejaron como un espantapájaros. Seco. Viejo.
He vivido la vida que más horror me dio. Me afané por las calles de Lisboa y no conocí otras. Cada adoquín fue granito, cada fachada una máscara, cada máscara, espejo.
Así he sido, así fui, y ellos huyeron al galope con sus otras vidas a la grupa.
Ahora me siento ante el baúl y voy extrayendo sus rostros. Me detengo en la engañosa honradez de la frente de uno, en el gesto sereno de un pedante de provincia, el ojo estrábico de uno que yo me sé.
Todos existen y yo desaparezco.
La sombra, al fin, ha sido mi cosecha.
(Cabeza de artista. Ediciones en Danza. Buenos Aires – 2016)
Estamos hablando de Ezra Pound
una cara de la moneda está abierta a los vientos, la otra es abrasada por el sol. en cualquier caso esas caras cambian y la pregunta es si la moneda cambia o si las caras de las monedas son la moneda, erosionada. o si la moneda existe sin la corrosión del tiempo. esto es lo que yo llamo las preguntas pertinentes de la economía de la política.
cuando a Ezra Pound lo encerraron en una jaula y lo exhibieron para regocijo y espanto de las almas buenas el problema de la corrosión del tiempo en nuestras caras se puso en evidencia. ¿podía un anciano caballero cargar con nuestras culpas o ese anciano nos daba la certeza de haber expiado alguna? así, el viejo anatema de expulsar a los poetas lejos de la ciudad se ha resuelto para alegría y piedad de las almas buenas: dejad que gocen y retocen en los parques porque a prudente distancia tenemos nuestras jaulas.
Pero a prudente distancia nuestras monedas exhiben cara al sol y cara al tiempo sus rugosidades.
(Cabeza de artista. Ediciones en Danza. Buenos Aires – 2016)
Segunda parte. Poema II.
Caminamos a la orilla de nuestra mente, un lugar al que llegan pensamientos rotos, y dejan en la arena restos de algo enorme, ya perdido, y unos caracoles como orejas, y algas entre muertas y vivas, enroscadas en los hoyos de la playa. La mente se ha ausentado
hace tiempo, y nadie tiene noticias de ella. Nadie sabe muy bien adónde se ha ido, si ha logrado olvidarnos esta vez, o si puede volver, luminosa y altiva. Caminamos por campos neblinosos, repletos de charcos y ahí está la mente, ahí respira.
No la vemos, no la escuchamos, por más que un susurro monocorde, autómata, nos sobrecoge mientras caminamos, quizás en círculos, quizás alejándonos de ella, de su centro. Hay algo más allá de cuanto miramos, algo que se eleva y se desploma, y que nos habla.
***
Quisiéramos un lugar quieto para todo, un lugar que conservara la conversación que sostenemos con el mundo. Pero el mundo resulta esquivo, nuestra mente casi ajena en su soliloquio, y todo fluye hacia el ruido de la aniquilación.
Al caminar hacia la intemperie intuimos un lugar de ruinas, un pasado donde algo estuvo antes, no construido sino eterno, y así nos perdemos en cierta neblina, donde nadie ha estado ni ha hecho pie.
Es curiosa esta pretensión de inmovilidad, cuando somos quienes más nos movemos, inquietos por la hora que se avecina, y sin saber qué trae la hora, que trae después de ella, qué vacío.
***
Acaso lo más extraño de este lugar sea que haya existido una vez, que haya guardado calor y textura, y un sentido para quien lo vio levantarse en el aire como un sol benigno. Ahora dudamos
de nuestros recuerdos, si alguna vez los tuvimos, o fueron nuestros. Una cadencia como de música perdida nos ronda, una definición arcaica y sin aplicación a cualquier fenómeno que recordemos.
Porque eso somos, un viejo chiste que se frena y recomienza sin solución alguna. Una referencia a algo que extraviamos y no sabemos dónde ni en qué nos afecta su pérdida, pero por ella estamos acá, y perduramos.
(Tríptico de la Memoria. Ediciones en Danza. Buenos Aires – 2022)
Miguel Gaya
Escritor y Abogado, argentino. Ha publicado once libros de poesía, cuatro novelas y un libro de cuentos, siendo los últimos Tríptico de la Memoria (Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2022) y Las hormigas argentinas conquistan el mundo (GES Grupo Editorial Sur, Buenos Aires 2020) Finalista premio Clarín 2012, 2015 y 2019.