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Peggy Guggenheim. Mitad trivial, mitad pasional.

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Por Claribel Terré Morell

Revista Be Cult. Be Cult. Peggy Guggenheim.

Una tarde en Venecia paseé en góndola con una mujer disfrazada de Peggy Guggenheim. Se llamaba Mara y era tan parecida que podía haber sido su doble si hubiesen coexistido en el mismo tiempo. Mara era actriz y con su marido iban a  hacer una película que contara sobre su parecido. Me contó parte del guión y era realmente bueno. Yo le dije que el gondolero tenía cierta semejanza con Max Ernest y era verdad. Los gondoleros de Venecia no son tan hermosos como la gente cree, pero este era rubio, alto, elegante y sonreía con sus hermosos dientes blancos. Ella lo miró y rompió a llorar. Dijo que su marido también era similar y que hacía dos días la había abandonado.

Al otro día caminé hasta el Palazzo Venier dei Leoni, frente al Gran Canal y conté esta historia. En el hoy Museo Peggy Guggenheim, su nieta, Karol Veil, quien dirige la casa-museo dijo que cuando era niña en su dormitorio del Palazzo había muchas obras de Max Ernst que le daban mucho miedo y  no la dejaban dormir por la noche.

Poco después, cuando paseaba por el tranquilo y hermoso jardín, frente al trono de piedra donde le gustaba que le hicieran fotos, conocí a una biógrafa de Max Ernst que buscaba donde estaba enterrada Peggy. Era una mujer demasiado bien vestida que no pasaba inadvertida entre las hordas de turistas. La había visto varias veces durante la semana, en diferentes lugares de la ciudad, siempre con una copa en la mano.  Ella me dijo que me había escuchado hablar sobre Ernst y que estaba escribiendo un libro e intentaba descubrir el encanto que este ejercía sobre las mujeres.

“Sabes- afirmó con un triste acento español-  él fue amante de Gala, cuando era la esposa de Paul Éluard, dejó a la pintora inglesa Leonora Carrington por Peggy y a Peggy por Dorothea Tanning”. Frente a la lápida que avisa: “Aquí yace Peggy Guggenheim. 1898-1979″, mi acompañante lloró. Yo la dejé hacerlo en paz mientras fingía leer los nombres de los 14 perros, Lhasa Apso, enterrados también en el jardín bajo una lápida que tiene sus fechas de nacimiento y de defunción.

(Nota al margen: El año pasado encontré a la biógrafa en Jerusalem. A mi esposo y a mí nos dio otro nombre y nos dijo que escribía un libro sobre Lawrence de Arabia quien había vivido en el hotel donde nos hospedábamos. No quise decirle que ya nos habíamos conocido. Ignoro si llegó a escribir el libro sobre Max Ernst. No sé si realmente escribe)    

Peggy Guggenheim murió el 23 de diciembre de 1979 a los 81 años en Italia. Había nacido en Estados Unidos, el 26 de agosto de 1898. Durante gran parte del siglo XX, fue la enfant terrible del mundo del arte y una de sus mecenas más influyentes. “la última de las heroínas transatlánticas de Henry James, Daisy Miller, pero con bastante más cojones”, dijo de ella Gore Vidal, en su libro de ensayos, “Sexualmente hablando”.

Revista Be Cult. Be Cult. Peggy Guggenheim.

Peggy en la cama, detrás el móvil de Calder.

El interesante documental, Peggy Guggenheim: Art Addict, reconstruye la relación con el arte de una mujer amiga, estrafalaria, excéntrica, millonaria, atípica, lujuriosa y contradictoria.

«Yo no soy una coleccionista. Yo soy un museo«, decía de sí misma. Sus elecciones afectaron el curso de la historia del arte del siglo XX. Atesoró en Venecia, donde vivió sus últimos 30 años, una de las mejores colecciones de arte moderno del mundo. Antes había fundado dos importantes galerías de arte: primero, en Londres, Guggenheim Jeune (1938-1939); más tarde, en Nueva York, Art of This Century, templo de la vanguardia entre 1942 y 1947.

En abril de 1938, con 39 años, compró su primera obra: una escultura de Jean Arp, Concha y Cabeza. Marcel Duchamp se convierte en uno de sus asesores de confianza y en su amante, le presenta a numerosos artistas y le enseña, como ella misma admite, la diferencia entre arte abstracto y surrealista. Conminada a elegir entre una manifestación y otra encuentra una solución genial. Aparece en una de sus más famosas exposiciones y dice: “Me puse un pendiente Tanguy y otro de Calder, para demostrar mi imparcialidad entre el arte surrealista y el arte abstracto”. Samuel Beckett, el Premio Nobel, con quien también tuvo amores, amores conflictuados, la conmina a convertirse en mecenas y protectora del arte contemporáneo.  Hubo momentos en que llegó a comprar una obra por día, Picasso, Matisse, Braque, Miró, Dalí, a precios irrisorios. Descubre a Jackson Pollock, hoy considerado el más importante pintor estadounidense del siglo XX y el pionero del expresionismo abstracto e impulsa su carrera.

Revista Be Cult. Be Cult. Peggy Guggenheim.
Revista Be Cult. Be Cult. Peggy Guggenheim.

“El arte ha sido para mí como un refugio, aunque se desprenda de abismales tristezas. Por esta y otras tantas razones puedo decir que soy adicta al arte”

Durante la Segunda Guerra Mundial, su vida no está exenta de peripecias. De Europa asediada por los nazis escapa a América y logra llevarse su colección de arte. Se convierte en una mecenas activa que salva vidas, mantiene artistas y vive. Terminada la guerra, por una circunstancia inesperada, puede exponer parte de su colección en la Bienal de Venecia. Comienza así su romance con la ciudad a la que ayudó a convertirse en un centro de arte moderno y contemporáneo.

Compra la Casa Inacabada, como se le conoce al Palazzo Venier dei Leoni, propiedad anterior de la Marchesa Luisa Casati,  mecenas de Fortuny y Poiret,  musa de Man Ray, Marinetti i Boccioni, amiga de Jean Cocteau, amante de Gabriele d’Annunzio, quien solía pasearse  con una cobra alrededor del cuello a modo de estola.

En la entrada -aún permanece allí- colocó una escultura de bronce de Marino Marini que representaba a un jinete con un enorme falo erecto. Para hacer ver a sus amigos que no estaba en casa, desenroscaba el pene de la escultura. Cuando volvía a casa, la escultura recuperaba el miembro.

Por toda la casa museo hay obras de Picasso, Ernst, Miró, Kandinski, Malévich, Klee, Mondrian, Léger, Braque, Mark Rotko, Cyfrod Still, y Jackson Pollock, entre otros. Allí pueden verse, Caja en una maleta de Marcel Duchamp, El imperio de la luz de René Magritte o el Estudio para chimpancé de Francis Bacon. 

En el lugar también se encuentran sus famosos libros de huéspedes, cinco tomos repletos de frases, poemas y dibujos de personalidades como Patricia Highsmith, Louise Bourgeois, Truman Capote, Jean Cocteau, Tennessee Williams, Marc Chagall, Man Ray, John Cage, entre muchos otros visitantes ilustres del palacio. 

Está la cama en la que dormía, con la obra de Calder. «No solo soy la única mujer en el mundo que duerme en una cama de Calder, sino también la única que lleva sus enormes pendientes móviles«, acostumbraba a decir.

Visita guiada por el Museo a cargo de Karol Veil, directora y nieta de Peggy Guggenheim

“Nunca entenderé por qué tanto interés y alboroto en torno a mi vida privada. No creo ser muy diferente de los demás…”, afirmó. 

En su informal autobiografía, “Out of This Century”, llena de seudónimos, fácilmente reconocibles, escribe sobre sus amantes y sus siete abortos y se reconoce voraz.

Un día mi amigo Thomas Schippers, el director de orquesta, me preguntó cuántos maridos tenía y yo le respondí ¿Te refieres a los míos o a los de otras personas?”.

Hechas, según dijo, para olvidarse de la guerra, quiso titularlas “Cinco maridos y algunos hombres más” pero Laurence Vail, su primer esposo y padre de sus dos únicos hijos, le sugirió cambiar el título por el de “Fuera de este siglo”.

Herbert Read, el filósofo y su gran amigo, después de leerlas, le escribió para contentarla por el fracaso editoral: «Has superado a Rousseau y Casanova, así que quién soy yo para criticar ‘Out of This Century’. Lo encontré verdaderamente fascinante. (…) ¡Te acabarán llamando la Casanova femenina! Tal vez seas incluso más amoral que Casanova”

Fue una mujer, querida y odiada, también maltratada hasta límites insospechados por casi todos sus amantes. Francine Prose, lo cuenta en su libro, “Peggy Guggenheim, el escándalo de la modernidad”, que ahora releo.

El rey de la bohemia, el francés Vail le tiraba los zapatos por la ventana, destrozaba los muebles, le daba empujones por la calle, le untaba mermelada en el pelo.  El escritor inglés, John Ferrar Holms, su gran amor, quiso cegarla tirándole whisky a los ojos. Ella después de su muerte intentó suicidarse. «Él sabía que yo era mitad trivial y mitad extremamente pasional, y esperaba poder eliminar mi lado trivial». El irlandés, Samuel Beckett, la usaba y la abandonaba. Con el alemán Max Ernst se casó pero él la dejó por otra. La lista de amantes, entre nombres conocidos y no tanto, es interminable. A los 60 años empezó a despedirse de lo que llamaba vida disipada, se enamoró del norteamericano, Gregory Corso, uno de los poetas beat de 27 años. “Le ofrecí mi alma a cambio de vida”. Después de él solo se le conoció un amante más. Dicen que hasta el final seguía creyendo en el amor o en el sexo.

“Yo era una mujer liberada mucho antes de que se inventara un término para ello”, escribió poco antes de morir.

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