-Todo libro tiene su contra libro, que permanece oculto, lo que no se dice en él. En este sentido, podría contarte varias situaciones que se dieron en torno a las entrevistas. La verdad, hubo de todo: momentos difíciles, de tensión, momentos cómicos y hasta emotivos. Para no extenderme demasiado, me ceñiré a uno solo. La entrevista que más me costó llevar a cabo fue la de Bryce Echenique. Nos habíamos citado en la cafetería del hotel Suecia de Madrid a una hora en la que suponíamos habría poca gente y, efectivamente, cuando nos sentamos, no había nadie. Probé la grabadora, funcionaba. Precavida, como soy, había llevado pilas y cintas de repuesto. También mis cuadernos y lapiceras. Bryce tenía tiempo. Es un hombre muy amable y dado a la conversación. Todo estaba en orden y comenzamos a charlar. De pronto, llegan unas cuatro o cinco personas. A excepción de nuestra mesa, todas las demás estaban desocupadas. Pero con ese espíritu gregario que en Madrid funciona de manera realmente temeraria, esas personas no vieron mejor opción que sentarse en la mesa de al lado. Uno de los hombres advirtió la presencia de Bryce y vino a saludarlo. Era evidente que se conocían. Se dieron la mano, intercambiaron palabras de cortesía y ahí acabó la cosa -eso era lo que creía-, nosotros retomamos nuestra charla. Pero a los pocos minutos, el grupo colindante inició una de esas conversaciones en las que no se sabe si se trata de una conversación a gritos o de una discusión de las que van a terminar a golpes. Primero, pensé: están hablando animadamente, el carácter expresivo, apasionado del español. Después, cuando empezaron a decir palabrotas, dudé de que fuera solo una charla con nervio flamenco. A todo esto, Bryce Echenique seguía hablando con normalidad y en ningún momento demostró perturbación alguna, parecía ajeno a lo que allí sucedía. En cambio, yo me sentía cada vez más incómoda, subí el volumen de mi grabadora, porque no dejaba de pensar que, con ese ruido, clamor de fondo, me iba a resultar muy difícil distinguir las palabras de Bryce de las otras, a esa altura incalificables, que provenían de la mesa de al lado. Preocupadísima de que se me fuera a chafar la entrevista, comencé a tomar nota de lo que decía Bryce, de lo que podía descifrar que decía Bryce, porque todo era mentar a la madre y tú no tienes ni puñetera idea. Pero, luego, como si nada hubiera pasado, estos caballeros se levantaron muy tranquilos y se fueron de la cafetería con risas y bromas de amigos queridísimos. Bien, después de una semana de intenso trabajo, de oír un montón de veces el mismo fragmento de la conversación, pude transcribirla, organizarla, y se la mandé a Bryce Echenique por e-mail. A los pocos días, recibí su respuesta. “Me alegra mucho que hayas logrado desgrabar nuestra entrevista sin mayores problemas, aunque imagino fácilmente que por ahí escucharías alguna de las mil cosas soeces que dijo aquel personaje que en Madrid un grupo de amigos conocemos como Adolfito El Increíble”.