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Especial Marruecos: Arlt en Tánger

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Por Carlos Godoy

1.    El viaje

En 1935 Arlt viajó a España y a África como corresponsal del diario El Mundo, y en julio y agosto visitó Tánger y Tetuán, en Marruecos. El escritor estaba en una nueva etapa de su producción -la última-, ya que había abandonado la novela con la publicación de El amor brujo en 1932, y se había abocado al teatro. El viaje a Marruecos fue un viaje determinante en su vida, todo lo que produjo luego de él, ya sea en teatro, crónica o cuentos, estuvo atravesado por el paisaje africano.

Lo que en un principio fueron crónicas o “aguafuertes” después formaron parte de su obra de teatro Áfricapublicada en 1938 y finalmente, luego de un trabajo estilístico y formal, esa misma materia prima fue transformada en relatos de su último libro El criador de gorilas.

El trabajo con el estilo no fue inocente. Se concentró en pulir un estilo preciosista aprovechando el paisaje y las descripciones de las costumbres africanas buscando llevar su escritura a una zona más fina, ya que, como es sabido, era acusado en el campo cultural como un “mal escritor” por trabajar un lenguaje soez y tosco, en contraposición al trabajo perfeccionista de la prosa del escritor contemporáneo con el que durante algunos años disputaron el trono de la literatura argentina: Jorge Luis Borges.   

2.    La invención

Arlt, como todo lector de su obra sabe, siempre comulgó con una presencia esotérica y fantástica en su escritura que por momentos se interceptaba, también, con una vocación científica que fue representada en su vida con incursiones en el campo de la invención. Su invento más conocido, patentado en 1934, fue un sistema de galvanización de medias de nylon femeninas. Algo así como unas medias irrompibles. También creó, con diferentes socios que iba sumando a sus empresas, un detector de estrellas fugaces, una máquina de escribir que funcionara con el dictado de voz, una tintorería para perros, puños metalizados de las camisas de hombre, un matasellos que va cambiando de fecha, una máquina para prensar ladrillos y muchos inventos más que nunca se sabe del todo si fueron patentados y realizados, pero de cualquier modo no dejan de parecer una ficción.

Tanto en sus invenciones como en sus escritos, que también son invenciones, Arlt dejaba entrever una preocupación por la técnica y ese cruce mediante la tecnología del hombre con la máquina. Arlt nació en el año 1900 y fue testigo de grandes cambios tecnológicos que fueron presentándose a medida que transcurría su vida: la fotografía, el cine, la producción tecnológica a gran escala, los principios técnicos de la robótica. Todos estos cambios que avanzaban sobre los modos de pensar el trabajo del artista, el escritor y el artesano, son los que Arlt piensa en su viaje y en su modo de retratar Tánger, buscando una nueva forma de escribir que representa, a la vez, a un nuevo tipo de hombre. Arlt usa su viaje a Marruecos para sumergirse en aguas renovadoras que le permitan ser un escritor nuevo, con un estilo nuevo asociado a las transformaciones que se estaban dando en el campo de la técnica.

Si bien desde la novela Los lanzallamas (1931) ya imparte en sus ficciones cierta preocupación por el avance de la técnica por sobre la cultura del hombre, es en Tánger donde Roberto Arlt puede ver aflorar de un modo mucho más avasallante la presencia de la técnica (sostenida por la industria), gracias a las diferentes comparaciones típicas de un viaje de contrastes que realiza entre la cultura marroquí y la occidental a lo largo de sus diferentes aguafuertes.

Un dato curioso, y a la vez determinante en este contexto, es que el crítico alemán Walter Benjamin, precisamente en 1935 año en el que Arlt escribe sus aguafuertes, publica la primera versión de su célebre La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica, donde problematiza, muy a su estilo marxista alemán, sobre las mismas apreciaciones que realizó Arlt en sus aguafuertes.

Arlt recurre a menudo a citas de películas para narrar las tensiones que se manifiestan entre la cultura oriental y la occidental. Es un recurso ilustrativo y pedagógico, pero al mismo tiempo un modo de reflexión sobre la técnica narrativa que empieza a adquirir la escritura a partir de las influencias del cine al que califica como “prolongación de la adobada mentira literaria”.

Con estas citas de cine contemporáneo en las que se ve o se retrata de algún modo al mundo marroquí, Arlt reflexiona sobre la escritura en este nuevo mundo dominado por la técnica y la copia.

Marruecos se independizó del colonialismo francés en 1956. Tiene un antiguo pasado que se remonta a los fenicios, al Imperio Romano y Bizantino, fue un enclave estratégico entre Europa y África, fue clave para la expansión musulmana, fue protectorado francés y español hacia finales del siglo XIX, fue terreno de intrigas y espionaje en las dos guerras mundiales. El peso de 12 siglos de historia intensa conmovieron al escritor Argentino Roberto Arlt al punto que dio un vuelco en su obra y vibró al pulso de las ideas más innovadoras de la época, ideas sobre la técnica en la producción de obras de arte de las que aún no salimos. Quizás todo esto se deba a que Marruecos en lengua bereber significa “La tierra de Dios”.

Roberto Arlt, hijo de inmigrantes europeos, nació en 1900 en Buenos Aires y ya desde niño quedó subyugado por el arte de escribir. A los dieciocho años publica su primer cuento, y en 1921 se traslada a Córdoba, donde hace el servicio militar y conoce a su primera esposa, con la que pronto tuvo una hija. De vuelta a la capital en 1924, escribe su primera novela, El juguete rabioso (1926), a la que le siguen Los siete locos (1930), Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1932), que lo colocan como uno de los autores más originales y provocadores de la Argentina. Asimismo, debuta como dramaturgo con la obra 300 millones (1932) y publica la antología de cuentos El jorobadito (1933). Desde 1928 hasta su repentina muerte, en 1942, publica una columna casi diaria en el periódico El Mundo, y selecciona algunas de ellas para los libros Aguafuertes porteñas (1933) y Aguafuertes españolas (1936), este a partir de su viaje de más de un año por toda España y Marruecos.

                  Tánger es ese sitio en el que siempre habíamos deseado estar

La ciudad de Tánger fue desde principios del siglo XX un lugar de encuentro y esparcimiento para los escritores más reconocidos de Estados Unidos, Europa y Latinoamérica.

Durante el siglo XIX el expansionismo capitalista cambió los modos de participar en los viajes, tanto por el desarrollo tecnológico como por la instauración de la moral burguesa en los modos de vida. Así es que si durante los anteriores siglos el viaje era parte de un trabajo expansionista o comercial, en el siglo XIX aparece el viaje recreativo por placer. El espíritu aventurero modernista hizo que algunos escritores buscaran, en destinos lejanos y exóticos, aquello que las grandes metrópolis donde vivían ya no podían brindarle a su literatura. Por ello es que durante ese siglo se produjeron gran cantidad de obras que hoy conocemos como «literatura de viaje».

Siguiendo esta línea de ofertas turísticas, los periódicos de Norteamérica promocionaron durante meses una “Excursión a Tierra Santa, Egipto, Crimea, Grecia y lugares de interés intermedios” que culminó con que el 6 de julio de 1867 llegara a la Bahía de Tánger el Quaker City, un barco a vapor de ruedas que había zarpado desde Nueva York y se trataba del primer crucero turístico norteamericano y uno de los primeros viajes organizados de la historia. A bordo viajaba un joven estudiante de periodismo que fotografiaba y escribía fascinado sobre todo lo que veía. Su nombre era Mark Twain y aquel viaje quedó inmortalizado en su libro Guía para viajeros inocentes publicado en 1869, donde especialmente, en el capítulo ocho, expresa su asombro por la ciudad de Tánger: “Tánger es ese sitio en el que siempre habíamos deseado estar”, “Aquí no hay ni una sola cosa que hayamos visto antes, a no ser en pintura, y siempre hemos desconfiado de las pinturas”, “Los fenicios, los cartagineses, los ingleses, los moros, los romanos, todos han peleado por Tánger, todos la han ganado y la han perdido”. Quizás allí podemos situar el origen del mito.

Luego, en 1923, la declaración de ciudad como “zona internacional” también contribuyó a que Tánger, ubicada en el norte de Marruecos en el punto más cercano a Europa, empezara a recibir más y más escritores que, movilizados por la excentricidad y los bajos costos, hacían de esa ciudad parte de sus obras.

Entre todos los escritores norteamericanos, europeos y latinos que  estuvieron en la ciudad, como el historiador y gran promotor de la vida en Tánger Emilio Sanz de Soto o los beatniks Jack Kerouac, Gregory Corso y  Allen Ginsberg, a los que se le suman escritores y críticos de gran reconocimiento como Lawrence Durrell, James Joyce, Barthes, Capote, Genet, Juan Goytisolo, Kessel, Morand, Gertrude Stein, Tennessee Williams, Yourcenar, Rodrigo Rey Rosa, Samuel Beckett, entre tantos otros.

Hay dos casos emblemáticos: el del matrimonio compuesto por Paul y Jane Bowles que hicieron de la ciudad de Tánger su hogar durante más de 40 años, en el caso de Paul, y poco más de 20 para Jane que falleció en Málaga en 1973 a los 57 años. Allí Paul escribió y situó su primera novela El cielo protector (1949).

Y el de William Burroughs que maravillado por la ciudad situó allí su novela más importante: El almuerzo desnudo (1959).

De izquierda a derecha, Gregory Corso, Paul Bowles y William Burroughs en Tanger en 1961.

Roberto Arlt dejó asentada su visita en unas Aguafuertes africanas que se publicaron por primera vez entre 1936 y 1937 en los diarios argentinos El Mundo y El Hogar, y que luego formaron parte de la obra de teatro África, publicada en 1938 y del libro El criador de gorilas publicado, en 1941, un año antes de su muerte.