Claro. Y lo mismo ocurre con este vínculo, el del padre con el bebé, que no está tan visible. En el caso de la salud mental, no se trata de agregar una locura al catálogo, sino de discutir qué es cordura, qué es salud, cómo atacar el centro de la cuestión, no simplemente poblar la teoría de casos. De igual modo, no me interesaba armar un catálogo de padres varones o hablar de los tipos de padres desde la excepción, porque siempre hubo padres, que, llevados por la necesidad o las circunstancias o por su sensibilidad personal o por su educación familiar, contraviniendo el canon, cambiaban pañales, eh. Pero la cuestión es que eso no dejó la huella de una conversación colectiva. Y no siempre eran los raros, volvemos de nuevo a lo mismo. No se trata de decir qué es lo normal y qué no. Pero ¿cuántos eran? ¿Cuántos? Se trata, en cambio, que esto se convierta ahora en parte de lo instituido. Por ejemplo, hablaba con un amigo español que tiene casi la edad de mi papá y se estaba jubilando. Después de leer el libro me dijo que se había acordado con mucha emoción de los momentos del baño de su hija y que él, que trabajaba hasta tarde, salía corriendo para poder bañarla. Es decir, existía cierta intención, en la generación ahora señalada y criticada por sus hábitos y costumbres. Seguro lo mismo ocurrirá con la nuestra dentro de… ¡cinco minutos! Pero entonces le pregunté: ¿y vos, en tu trabajo, con tus compañeros, hablabas de eso de bañar? Y me respondió que no: hacerlo lo hacía, pero hablarlo…. Entonces, para mí, la idea del gran sí es que entre hombres se hable de paternidad. Lo que me interesa es pensar cómo podemos construir una conversación que involucre a familias, sociedad, bibliotecas y toquemos el imaginario.