Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) tiene una sonrisa apacible. Su tez blanca, blanquísima, casi transparente, deja expuestas, a quien lo mira de cerca, venas Y vasos sanguíneos ni tan lineales ni tan ondulantes. Algo en el medio. También entre orillas está su forma de hablar y de escribir. A simple escucha, o si uno lo lee a las apuradas, podría quedarse con lo obvio: la piel. Pero conversando un buen rato con este escritor que nació en San Telmo (Argentina) pero vivió casi toda su vida en Granada (España), lo evidente comienza a disiparse. Entonces, como si él fuera eso que está más allá de un vidrio empañado, van amaneciendo dos lenguas, dos tonadas, una dualidad indivisible.
Entre las dos patrias de Neuman -la de nacimiento y la adquirida- hay un océano, más de diez horas de vuelo, un pedazo de vida. Malentendidos, también los hay: lo que de un lado se dice de una manera, del otro expresa un significado distinto. Además, hay fronteras invisibles que delimitan el tiempo: unas horas más para un lado, unas menos para el otro. De un lado llega la hora de dormir y del otro, la del aperitivo de la tarde.
Autor de Una vez Argentina, Hablar solos, Fractura, El Viajero del siglo y Umbilical, entre otros, Neuman es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, donde se ha desempeñado como docente. Colabora en diversos medios y su obra se tradujo a varios idiomas. Casado con una escritora y flamante padre de un niño, en su última obra explora el lado poco escrito de la paternidad. “Hay pocas historias de amor entre hombres y criaturas que aún no nacieron”, advierte. Contra esa elipsis escribe. Quizás, con Umbilical, Neuman logre inspirar a esa cofradía de hombres que, entre los asuntos de siempre, intentan colar en la conversación el tema que aún no emerge, así, como si nada: qué significa ser papá hoy.
Arranco con la primera pregunta (eso es lo que le digo cuando le doy play al grabador, aunque la conversación empezó antes).
Bueno, en realidad, la primera fue la del acento (apenas me senté en su mesa y lo saludé, le comenté que pensé que me iba a hablar a lo español y, sin embargo, me encontré con un porteño, entonces le pregunté cuál era su acento natural, o algo así). Siento que siempre vivo entre dos lenguas y entre dos lugares.
¿Hace cuánto tiempo dejaste Argentina?
Joder, tía, claro (se ríe, nos reímos de su perfecto acento español, que súbitamente puede mutar a porteño). Sí. Yo era un niño de ocho años cuando nos fuimos. Hice la escuela primaria acá y el resto en España. Viví en Francia, en Inglaterra, en Escocia, en España. La mayor parte de mi vida la pasé en España. Entonces podría decir que soy más español que argentino, pero no es algo tan cuantitativo. A ver, ¿qué pesa más: el lugar donde nació tu madre o dónde murió? ¿Qué pesa más: la infancia o la adolescencia? Si lo medimos por cantidad de años, entonces, claro, todo indicaría que soy más español porque pasé más de dos tercios de mi vida en España. Pero todos mis ancestros y mi familia son de Argentina. ¿Qué pesa más? ¿Lo vivido por mí? No puedo elegir entre la vida y la tumba de mi madre. Mi mamá nació de “vos” y se murió de “tú”. A partir de ahí, claro, la regla no es elegir, sino sumar o tratar de armonizar, y no siempre suena bien. Yo a solas no sé cómo hablar, me mezclo entre las dos cosas y soy completamente bilingüe.
Además de tu hijo y tu pareja, tu mamá tiene un lugar protagónico en Umbilical.
Sí, mi mamá murió muy joven, a los 53 años. Si yo muero a la edad de mi madre, dejaré huérfano a mi hijo de pocos años. Y no dejo de pensar ni un segundo en esto. Creo que la urgencia de la muerte condiciona. Así que empecé la paternidad con la idea de fragilidad muy presente. Y para mí lo poético de todo esto tiene que ver con redescubrir el misterio de lo que parece evidente y uno de los misterios más evidentes que yo considero incomprensible es que mi hijo no conozca a la mujer que me dio la vida. Y entonces, claro, no me esperaba que al tener un hijo me sintiera más huérfano que antes. Al convertirme en papá quedé huérfano por segunda vez, porque mi hijo no tiene abuela.
Fuiste padre hace poco y escribiste un libro sobre esa experiencia. Retomando lo que has dicho respecto de tu madre y la lengua, ¿cómo le hablás a tu hijo? ¿Como porteño o como español? ¿Sos un padre de San Telmo o de Granada?
Abrochando las dos lenguas. No hace mucho que dejé de pensar. Justamente escribo para evitar un puente que tenga que ver con ir y venir entre esas dos orillas. Tengo un hijo español, su mamá es española, y él está a punto de descubrir que su papá es medio extranjero.
¿Cuánto tiene?
Va a cumplir dos años. Todavía no sabe. Pero se le acerca el momento de saber que su papá viene de otro lado y que aprendió a nombrar sus juguetes, alimentos y entorno de otra manera. Entonces está todo el tiempo entre una y otra lengua. No solamente él, sino yo también. No sabemos cómo se llaman las cosas. No sabemos si se come una banana o un plátano, una frutilla o una fresa, si vamos a la hamaca o al columpio, a la plaza o al parque. Es un ejercicio forzado que me devuelve al lugar de la semi extranjería y ese es mi lugar verdadero.
Es como volver a reconocerte. Te reconocés en ese ir y venir que quizás durante muchos años no tuvo la relevancia que tiene ahora.
Esta problemática con respecto a la lengua es sumamente neurótica. Genera toda clase de problemas de comunicación. En la escuela, por ejemplo, para mí fue un tema espantoso. Creía que sabía hablar español. Me entendían y yo no entendía.
Me acuerdo de Agota Kristof, que en su libro La analfabeta dice que en un momento decidió escribir en la lengua de su exilio y lo sintió de alguna manera como un rechazo hacia la materna, la lengua de quien le había dado la vida. ¿Sentís algo de eso?
Sospechar de tu lengua materna y del nombre de las cosas es en realidad uno de los oficios de la poesía. Respecto de tu pregunta, tengo esa cosa también difícil difícil, conflictiva, digamos. Mi infancia sucedió en dos lugares. Entonces, si pienso en mi hijo, le diría: tu padre está en el puente, a medio camino entre dos lugares que están muy lejos y que me gustaría que estuvieran cerca.
Al leer Umbilical me dio la impresión de que estaba leyendo a un autor español. Y en Una vez Argentina, que leí hace mucho, mucho, sentí que estaba leyendo a uno argentino.
Sin embargo en Umbilical hay irrupciones (toma prestado mi ejemplar de su libro y me marca un “vos” y me dice: “Es una frase que resaltaste”. Es cierto). Si la historia transcurre en España, entonces se decanta más hacia el ibérico. Depende de lo que sucede en cada libro. Pero si el personaje es más parecido a mí, entonces contiene recuerdos de su madre argentina y de pronto irrumpe la lengua porteña. Cuando no sucede en ninguna parte, en cambio, ahí es un lugar construido, más alegórico, más kafkiano o lo que sea, un lugar más fantástico. Trato de borrar las referencias y ahí se puede jugar más. Se puede jugar más con una especie de lengua deslocalizada porque es una historia que no sucede en el mapa. Estás inventando un no lugar.
Una especie de ciudad invisible, a lo Italo Calvino.
Ahí está. Entonces, para mí la lengua siempre está en crisis y el dialecto es una posibilidad múltiple. Escribir es un experimento con la lengua materna permanente.
Bueno, yo a veces me pregunto si los sueños son la representación más genuina de lo que somos y de cómo hablamos, también. ¿Podrías identificar en qué lengua soñás?
Podés soñar en inglés, en español. Y al cabo de un tiempo, si estás en otro país, podés soñar en otra lengua. Creo que podés tener sueños en alguna lengua que ya domines. Son momentos. Somos el momento.
Estamos acostumbrados a leer libros donde la figura del padre es imponente. Pienso en Carta al padrede Franz Kafka, por ejemplo, que está escrito desde la mirada de un hijo. Pero es difícil encontrar libros que hablen desde el punto de vista del padre. Podría nombrar el último de Eduardo Halfon, por ejemplo, pero no mucho más.
Estoy muy de acuerdo con la idea. Agrego a Mauro Libertella. También es un tema que le interesa a Alejandro Zambra. Y a mí siempre me interesó. Pero hay menos libros, es cierto, pensados y sentidos desde la experiencia de la paternidad como un fenómeno cotidiano de crianza y no como un planteamiento abstracto. Entonces hay muchísimos libros sobre padres y bastantes menos sobre la paternidad. Y si seguimos cerrando el foco, no hay casi ningún libro que cuente historias de amor entre hombres y bebés. Y son prácticamente inexistentes las historias sobre la relación entre un hombre y una criatura que todavía no nació. Es algo que no está previsto en el mandato cultural.
Yo pensaba, cuando te leía, que la del padre y sus hijos es una relación que se construye. En cambio, la de la madre con el hijo empieza desde el momento cero.
La paternidad se construye cuando la criatura empieza a hablar y a razonar, cuando empieza a transitar por zonas culturalmente más seguras para un varón. Pero ¿dónde está el primer ladrillo? Pensemos en la ignorancia como símbolo cultural de nuestra generación y todas las madres que no se hicieron ecografías. Entonces hasta hace muy poco, las madres no conocían las caras de sus bebés hasta el momento del nacimiento. Nuestras madres, por ejemplo, no pudieron vernos antes de nacer. En ese entonces, si le hubieras preguntado a cualquier padre en cualquier lugar del mundo si le gustaría ver la cara de su hijo, el adulto lo hubiera considerado una locura. Una idea propia de la ciencia ficción. ¡Sí, también me gustaría volar! Hubiera contestado: querría ser inmortal, pero no se puede. Soy un hombre. No puedo verle a la cara a mi hijo.
Bueno, tampoco la madre en ese entonces.
Tampoco la madre. Pero la madre siempre lo sintió, notó sus movimientos. Hoy, ya que no lo siento en el cuerpo, lo puedo ver. Y hete aquí que, además, ya sabemos cuándo empieza a desarrollar la capacidad de escuchar y reconocer voces. Entonces podemos dialogar metafórica y literalmente meses antes de que nazca, si se quiere.
Pienso en la generación de mi papá y en el papá de mis hijas: hay un quiebre total. ¿No?
Claro, estamos discutiendo un cambio cultural. Y volviendo a la literatura, obviamente, desde el lugar de la madre hay mucho. Textos muy fértiles, muy interesantes y poderosos sobre las distintas maternidades, las no maternidades o las autodenominadas malas madres. Y, sin embargo, el fenómeno biológico de la procreación, ¿sigue siendo parecido? Sí. Es el lugar desde el que lo vemos y lo analizamos. No depende de nosotros. Depende de la cultura.
El papá llega con retraso. Pero eso de llegar tarde es un mandato instituido.
Fijate que el cine también tiene esa imagen muy sintética del hombre que está en el pasillo esperando. Y le dan un bocado, solo le comunican la noticia: es un varón, es una nena. Eso es llegar tarde. La paternidad queda fuera de campo, fuera de la imagen. Hay alguien poniendo el cuerpo, entre la vida y la muerte, y eso se está dirimiendo en otro lugar. Son dos fotogramas distintos. Estas cuestiones no solo describen perfiles sociales. Van construyendo una escritura que predominará hasta que no podamos evocar poemas, entonar canciones, contar novelas o recordar películas donde el mundo pre y post natal sea mucho más cercano a la figura del padre, más físico.
Volviendo a la paternidad como construcción. ¿Te parece que es posible entenderla como un fenómeno semejante a la literatura, que también implica un proceso de elaboración creativa?
No hay límite para la reinvención. Pero existe un imaginario que establece el marco de lo que podemos imaginar en lo narrado. Entonces, si no se amplía el marco de lo narrado, eso te limita mucho, porque también actuamos con toda la historia de la música, de la literatura y de lo audiovisual que tenemos en el subconsciente. El otro día trataba de acordarme de algún poema de mis colegas hombres favoritos y no pude. Y no digo que no haya, eh, pero el hecho de que yo no podía recordar habla de una laguna que ejerce de condicionante para mi comportamiento. Los vínculos están sumamente influenciados por los discursos colectivos y culturales de los cuales la literatura es parte. Entonces, ese silencio atronador que hay respecto del vínculo de hombres y bebés me parece que, como dije, es un condicionante de esa distancia mítica que hay entre el papá y los pequeños.
¿Cómo surgió la idea del libro? ¿Fue un proyecto que comenzó durante la gestación o empezaste a escribir luego del nacimiento?
Lo último que estaba pensando cuando escribía este texto era en un proyecto editorial.
¿Lo pensaste como una especie de diario de nacimiento? Ese que preparaban las mamás y en el que atesoraban el chupete, la bolsita con el cabello, la hora de nacimiento. Una especie de museo personal.
Sí, buscaba cumplir la misma función. Un texto que narre la parte inaccesible de nuestra propia vida, de la suya, y parte del relato familiar.
Recuerdos prestados que luego harás propios.
Sí, al principio era eso: un cuadernillo. No puedo tejer, pero podría tejer un librito. Un regalo de bienvenida, que, luego, fue transformándose en la reflexión sobre los huecos en la memoria. Hay momentos de nuestra vida que están destinados a no ser recordados. Esa elipsis me interesaba per se. Y poco a poco, cuando fui compartiendo estas notas con mi pareja, que también es escritora, fui detectando reacciones de sorpresa que no había previsto. Y empecé a ser consciente de que esas notas dentro del terreno, te diría desconocido, poco explorado, poco dicho, podían contribuir a que la paternidad ingresara en la conversación colectiva.
Eso es interesante. Poder, a través de la literatura, despertar el interés o agitar las ganas de hablar de lo que no se habla, ¿no? Algo de esto está pasando, creo, con la salud mental.
Claro. Y lo mismo ocurre con este vínculo, el del padre con el bebé, que no está tan visible. En el caso de la salud mental, no se trata de agregar una locura al catálogo, sino de discutir qué es cordura, qué es salud, cómo atacar el centro de la cuestión, no simplemente poblar la teoría de casos. De igual modo, no me interesaba armar un catálogo de padres varones o hablar de los tipos de padres desde la excepción, porque siempre hubo padres, que, llevados por la necesidad o las circunstancias o por su sensibilidad personal o por su educación familiar, contraviniendo el canon, cambiaban pañales, eh. Pero la cuestión es que eso no dejó la huella de una conversación colectiva. Y no siempre eran los raros, volvemos de nuevo a lo mismo. No se trata de decir qué es lo normal y qué no. Pero ¿cuántos eran? ¿Cuántos? Se trata, en cambio, que esto se convierta ahora en parte de lo instituido. Por ejemplo, hablaba con un amigo español que tiene casi la edad de mi papá y se estaba jubilando. Después de leer el libro me dijo que se había acordado con mucha emoción de los momentos del baño de su hija y que él, que trabajaba hasta tarde, salía corriendo para poder bañarla. Es decir, existía cierta intención, en la generación ahora señalada y criticada por sus hábitos y costumbres. Seguro lo mismo ocurrirá con la nuestra dentro de… ¡cinco minutos! Pero entonces le pregunté: ¿y vos, en tu trabajo, con tus compañeros, hablabas de eso de bañar? Y me respondió que no: hacerlo lo hacía, pero hablarlo…. Entonces, para mí, la idea del gran sí es que entre hombres se hable de paternidad. Lo que me interesa es pensar cómo podemos construir una conversación que involucre a familias, sociedad, bibliotecas y toquemos el imaginario.
Y para eso también es necesario, supongo, “tocar” la academia.
Eso es interesante. Fíjate qué interesante que, en Argentina, la literatura estuvo históricamente capitaneada, digamos, por varones que no tuvieron hijos. Borges, Cortázar, Bioy Casares, Piglia, y hay más. Lo que digo es que resulta muy sugerente estudiar cómo la condición de posibilidad existe y puede definir lo literario. El escritor argentino, en buena parte, con algunas excepciones, no escribe sobre la crianza. Los libros escritos por madres sí que están muy en boga.
Pero es algo relativamente reciente si recordamos, por ejemplo, que Simone De Beauvoir escribió algo así como que ella pudo escribir gracias a que no tenía que ocuparse de tareas domésticas o de criar niños. Hoy, las mujeres que cuidan a sus hijos y trabajan también escriben libros. Pero volviendo a los hombres, pensaba en la función que cumple la emoción en la posibilidad de escribir sobre la paternidad.
Sí, eso es un tema porque incluso bueno, de vuelta, aparece la mujer como usuaria de la emoción, como si el hombre no fuera capaz de expresar lo que siente. Ha predominando esa mirada. Precisamente por eso me interesa tanto la paternidad como tema literario. Porque si pensamos en qué es un bebé, al principio es llanto. Y, ¿cómo manejamos el llanto los hombres, el del bebé y el propio? El bebé es todo sensibilidad. Tenemos que construir un lenguaje para comunicarnos. No hay educación para los padres. Es como si fuésemos analfabetos.
Decías que tu hijo estaba por reconocer que el papá nombra las cosas con otras palabras, ¿no? También está por reconocer esta cultura en la que nació: una cultura donde pareciera que los hombres no tienen del todo permitido mostrarse vulnerables o sensibles. Y vos estás todavía a tiempo de decirle: no, mira, no necesariamente tiene que ser así. Puede ser otra manera.
Claro, como mínimo minimizar los daños. Crear un poquito de anticuerpos. Algo de lo que todavía predomina lo va a atravesar, a todos nosotros nos atraviesa, pero por lo menos que tenga alguna otra referencia. Algún otro marco. Para no reprimirse o para reprimirse un poco menos.
Los bebés no se reprimen, o sí, pero intervienen los adultos. Deberíamos aprender de las cualidades que son naturales en ellos. Pienso en una de las escenas -que se repite por lo menos en dos de tus libros- y es la del momento de tu nacimiento. Contás que naciste mirando, mirando todo muy atentamente. ¿Cómo accediste a ese dato?
La circunstancia histórica de mi nacimiento fue la dictadura (argentina, de 1976 a 1983). Quienes nacimos en el 77 somos mimética y literalmente hijos del golpe. Yo recuerdo lo poco que sé. Hay muchas preguntas que ahora me hago y mi mamá no está aquí para recordar por mí. ¿Mi papá? Ya no se acuerda. Decía que mi mamá algunas cosas me contó. Por ejemplo, esa escena muy inaugural de, bueno, de una cultura y de un momento histórico, eso de que nací sin llorar, aparentemente tranquilo y apacible, pero observando. Me hubiera encantado tener más de esos relatos. Entonces, si puedo, si podemos con la mamá de mi hijo, dejarle algo de su historia con este libro, entonces nos daremos por satisfechos.
El judaísmo también es un tema que atraviesa tu obra. ¿Cuál es tu relación con la religión?
No me siento tanto judío como descendiente de judíos. Antes de que mi abuela muriera, la grabé leyendo en idish, la lengua de su madre y de su padre.
Bueno, de alguna manera es similar a lo que hacés vos con tu hijo: intentar que no se pierda tu lengua porteña. Y volvemos a la lengua. Una entrevista con estructura circular.
Es lo mismo, sí. Y se habla mucho de lengua materna y no de la lengua de nuestros abuelos, que es el espectro de la lengua que no aprendiste, pero te influyó. Y en el caso de mi abuela materna, vivió más que mi mamá, así que fue muy importante para mí.
La última pregunta es de curiosa: ¿qué le llevás de regalo a tu hijo cuando visitás el país donde naciste?
Le llevo un elefante de juguete y libros. Muchos libros.