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La cultura documento de barbarie

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Obra de Luis Scafati  

Por Jaron Rowan

Vivimos un momento sin precedente en el que la crítica cultural ha saltado de los entornos académicos al espacio social. De debates filosóficos a hilos de twitter. De la Escuela de Frankfurt a las stories de Instagram

Escribía el maltrecho pensador Walter Benjamin en sus “Tesis de la filosofía de la historia”, que para quien se dedique al materialismo histórico, “los bienes culturales que abarca con la mirada, tienen todos y cada uno un origen que no podrá considerar sin horror”. Todos los bienes culturales “deben su existencia no solo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos”. Todos estos objetos incorporan las relaciones de poder y las formas de injusticia que imperaban cuando fueron creados. Esto le lleva a concluir que no hay documento de cultura que no sea documento de barbarie. Todo lo que a pocas generaciones atrás les parecían objetos emancipadores, con el tiempo inevitablemente se nos presentan como testimonios de la opresión.

Las prácticas culturales que se presentaban como normales ayer, son actos barbáricos hoy. El reto que se nos presenta como sociedad es cómo convivir con los rastros materiales de ese pasado del que queremos escapar y que insiste en recordarnos todo lo que fuimos (y seguimos siendo).

Estas tesis sobre la filosofía de la historia, escritas en 1940, resuenan con fuerza en este momento de revisionismo histórico y cultural en el que vivimos. Si cada generación, para definirse, ha tenido que liberarse de los imaginarios hegemónicos y de las ideas de la generación que le precedía, en la actualidad cada vez pasa menos tiempo para que las ideas y objetos culturales que nos precedieron se nos presenten llenos de problemas y contradicciones. Vivimos un momento sin precedente en el que la crítica cultural ha saltado de los entornos académicos al espacio social. De debates filosóficos a hilos de tuiter. De la Escuela de Frankfurt a las stories de Insta. Y sin duda debemos congratularnos colectivamente de esta voluntad por re-escribir la historia incluyendo las voces de quienes fueron excluidos/as/es, de quienes fueron marginados/as/es, de quienes fueron silenciados/as/es.

Aun así, en paralelo estamos viviendo un momento de glotonería moral. De juicios anacrónicos en los que se pretende que los valores del presente sean la vara de medir de las obras y las decisiones del pasado. En una lucha por captar capital simbólico y seguidores, se evalúan libros, poemas, películas, canciones u obras de arte, fuera de contexto y desde la perspectiva ganadora que otorga el paso del tiempo. Se buscan fallos, taras, contradicciones e injusticias descontextualizando los períodos históricos, los valores y las posibilidades epistémicas que marcaron la creación de dichos objetos culturales.

Sabemos que con el paso del tiempo, todo objeto de cultura puede ser un objeto de barbarie. Por ello, tenemos la opción de moralizar el pasado y avergonzarnos de todas las ideas, estéticas y deseos de quienes nos precedieron, o asumir que seremos los ancestros culturales de quienes nos sigan y debemos intentar dejarles el mejor de los pasados. Dentro de nada, nuestros supuestos gestos virtuosos se pueden leer como pequeñas barbaridades. Por ello, podemos seguir juzgando moralmente el pasado o congratularnos colectivamente de ver sus fallos para a partir de ellos crear una sociedad un poco más justa. Podemos intentar que el pasado encaje en nuestras expectativas o trabajar por desplegar un presente más rico y complejo. Podemos sacrificar nuestro pasado cultural colectivo o afirmar un presente más justo. Podemos juzgar moralmente o transformar las condiciones del presente para que los objetos culturales del hoy, envejezcan un poco mejor mañana.