Rally de santos, fue primero un tuit que escribí para un día de la madre el año en el que yo estaba haciendo mi tratamiento de quimioterapia. Decía algo así como que cuando una es madre lo único que quiere es que no les pase nada a sus hijos, que prefiere que nos toque a nosotras y nunca jamás a ellos. Esa es la columna vertebral del libro.
Por Valeria Sol Groisman
Fotos: Javier Bertin
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Ángeles Alemandi nació en la provincia de Santa Fe, Argentina, y estudió Comunicación Social en la Universidad Nacional de Entre Ríos. Vivió varios años en la Ciudad de Buenos Aires, hasta que en 2014 se mudó a un pueblito de La Pampa. Ese traslado desde la urbe a un páramo de tierras secas, de llanuras amarillas, es el punto de partida de su primera novela, Rally de santos.
Pero solo eso: punto de partida. Porque su libro habla de muchas cosas, sobre todo del vínculo entre una madre y su hija como conjuro, pero repito: habla de muchas cosas y ninguna pasa desapercibida ni pisa a las demás. Algunas sirven de excusa para hablar de algo más, y así se va armando un juego en el que el dolor no es una figura predecible y la enfermedad no es una batalla donde hay ganadores y perdedores, ni víctimas y enemigos feroces e imbatibles. Hay, en todo caso, fastidio, bronca, rebeldía. Humor. Sobre todo eso: capacidad para reírse de lo que en el imaginario colectivo no causa gracia.
Decía que Rally es también una especie de antitratado sobre la maternidad. Propone desacralizar la figura de la madre perfecta y abnegada. Rescata, en cambio, a la madre posible. La maternidad es lo que hay, lo que sale, lo que se va dando: la imposición, la pose y el mandato no tienen cabida en esta historia. La maternidad como lazo elegido –que incluye acuerdos tácitos, negociaciones y límites—más que como lazo impuesto. Como bloque de legos donde cada pieza es un pedacito de cotidianidad, aquello que no se planifica. Un abrazo, una anécdota, una mirada, una palabra.
¿Y la escritura? En Rally, escribir significar hilvanar un hilo que teje texturas híbridas donde lo verídico se enmaraña con lo ficcional. El fin último es acaso la libertad ansiada por todo escritor: escribir sin condicionamientos. Y eso mismo es quizás uno de los mayores logros de Alemandi: contar su propia historia sin que se note.
¿Por qué empezaste a escribir?
Desde muy chica escribir fue para mí una manera de transformar lo que me dolía en otra cosa. Poner en palabras de alguna manera me sanaba, me traía cierto alivio ante lo que para mí era y es la crueldad del mundo. Pienso en cosas muy domésticas o cotidianas. Por ejemplo, cuando era una niña desapareció una de mis muñecas preferidas. No sé si la perdí o qué pasó. Y mi reacción frente a la pérdida fue escribirle un poema a esa muñeca. Después, durante la adolescencia, tuve mis diarios íntimos, que, básicamente, hablaban del desamor o de esa etapa de la vida en la que una siente que no encaja o que no se reconoce. Que no sabe lo que quiere, que tiene ganas de romper todo, y a la vez, en mi caso, era la alumna ejemplar, la hija ideal. Escribí cuando murió mi abuela Rosa y también cuando terminé con un novio. Años después, al nacer mi hijo, abrí un blog en el que hablaba sobre el lado b de la maternidad. Y en 2013 me diagnosticaron y empecé a escribir sobre la enfermedad en un intercambio epistolar con la periodista Josefina Licitra, que se publicó en la revista Orsai
Te pasaste la vida escribiendo. ¿Dónde y cómo nació Rally?
Mi necesidad de escribir Rally de santos estuvo muy conectada con una angustia, con un dolor y con una rabia muy fuerte en relación con el desarraigo. Nos habíamos mudado a un pueblo y yo tenía muchas ganas de dedicarme al periodismo. Sentí que estar viviendo en un pueblito de 3000 habitantes al sur de La Pampa no me iba a permitir hacer lo que tanto me gustaba. Se me vino una imagen de la llanura: era un mantel sobre una mesa. De golpe el viento lo levantaba y y lo empezaba a enrollar. Sentí que en algún momento me iba a envolver y a tragar. Esa imagen me generó mucha desesperación y entonces sentí la necesidad de escribir para sobrevivir a esa idea. Yo venía de pasar nueve meses de tratamiento médico y en cierto momento había vislumbrado que mi madre podía convertirse en un gran personaje de esa historia y que podía contar ese proceso, no haciendo eje en la enfermedad, sino haciendo foco en el vínculo de una madre y una hija. Trabajé con la idea de que no fuera un texto ni catártico ni de autoayuda. No quería pensarlo para un lector que necesita una historia, no sé, de superación. Y fue una suerte y una alegría y un modo de mantener los pies sobre la tierra que en ese proceso me acompañara Gabriela Cabezón Cámara.
Tu libro se lee como una autobiografía, incluso ya desde el paratexto se lo anuncia como tal. Pero cuando una historia –verídica o no– se traslada al terreno de la narración sufre inevitablemente transformaciones, cobra otra dimensión: se transforma en un texto autónomo, independiente de esa realidad que sirvió como disparador. ¿Cómo trabajaste lo real en la construcción de la novela que es Rally?
No sé si tengo todavía una respuesta clara. Siempre trabajé con la no ficción y venía trabajando con crónicas de la intimidad, sin embargo cuando empecé a escribir Rally sentí que quería jugar un poco con esa materia prima de la historia basada en hechos reales, dejarme llevar un poco por la escritura. Entonces ahí creo que se empieza a separar la ficción de la realidad. Es un tema del que ahora se está discutiendo mucho y no sé si hay acuerdos. Algunos pueden leer Rally de santos y decir “sí, esto es no ficción”, y tienen razón. Otros pueden decir “no, es ficción”, y también tienen razón. Yo creo que es un híbrido. O, como diría mi mamá, ni chicha ni limonada. En ese sentido, me gusta lo que plantea Liliana Heker. No todo lo que nos pasa se puede transformar en un hecho literario, uno tiene que intervenir esa realidad para volverla material narrativo. Sentir que iba por ese lugar me permitió relajarme. Tomé el bisturí y corté algunas partes, maquillé otras, suprimí. Creo que fue lo que me permitió terminar el libro, porque cuando lo escribía al principio, muy apegada a aquel personaje del libro que era yo misma, me convulsionaba, me descomponía, me daba náuseas. Lloraba. Y cuando pude tomar esa distancia, sentir que esa Ángeles del libro no era la misma que soy yo, entonces encontré un impulso nuevo para terminarlo.
Como decías todos vivimos, cada día, experiencias que tienen la potencialidad de convertirse en textos narrativos, pero solo algunas llegan al papel. ¿Qué te llevó a escribir esta y no otra historia? ¿Cómo y por qué tomaste la decisión de contar esta historia, de transformar eso que te pasó en una novela?
Pienso que estoy un poco influenciada por esta cuestión del periodismo de que para poder publicar en algunos medios primero es necesario presentar un sumario. Y cuando lo mandás tratás de que tu historia tenga un componente que trascienda la anécdota o el relato único: que permita acceder más a lo universal.
Siento que el libro tiene algo de eso que lo atraviesa: el miedo universal de las madres a que les pase algo a nuestros hijos.
El libro fue primero un tuit que escribí para un día de la madre el año en el que yo estaba haciendo mi tratamiento de quimioterapia. Decía algo así como que cuando una es madre lo único que quiere es que no les pase nada a sus hijos, que prefiere que nos toque a nosotras y nunca jamás a ellos. Esa es la columna vertebral del libro. Después creció con una madre y una hija que son muy distintas. Una madre muy aferrada a su diversidad de creencias, porque trasciende una religión, y esta hija como más agnóstica, más racional, que, sin embargo, se abraza a esa madre en el nombre del amor. Y a pesar de las diferencias, de esas locuras u ocurrencias de la madre, no hay un distanciamiento entre ellas. Al contrario. Esas diferencias las une.
En ficción la elección del narrador es clave. ¿Por qué la primera persona? ¿Fue algo que meditaste mucho o desde el principio estaba claro que si ibas a contar tu historia lo ibas a hacer desde una autora implícita muy cercana a la narradora?
El libro nace con una primera persona. Es más, lo primero que escribo es el capítulo 34 que da inicio al libro y siento que encuentro una voz ahí. Incluso creo que es mi capítulo favorito y que para escribir los otros siempre volvía a leerlo. Había algo en esa primera persona tan visceral y tan profundo, tan real, que jamás se me ocurrió intentar una tercera.
Me resultó interesante la diferencia entre fe y credo que vas desarrollando. La madre cree y la hija quiere creer, pero algo la detiene («estaba loca y yo no tenía sed»), prefiere adherir a una especie de ritual donde lo que importa es lo que ella puede hacer: obedecer y resistir. «Consigna de la jerga militar sobre la que se asentaron las patas de mi religión», leemos. Y, sin embargo, Rally es una historia donde la confianza y la fe se palpan constantemente. La hermana, la madre, el hijo, el marido, e incluso, el enfermero, aparecen como salvavidas: núcleos de afecto. ¿Hay algo de eso? ¿Cierto intento de desplazar la religión hacia otros tipos de fe?
Me encanta esto de los núcleos de afecto de los que hablás y creo que es así. Que esa es mi religión. Recuerdo que hace un tiempo golpearon la puerta de casa un grupo de Testigos de Jehová y estuvimos hablando un ratito. Yo les planteaba que no creía en nada de todo eso, que era agnóstica y ellos me preguntaron que cómo no creía en nada. Querían saber qué hacía cuando me pasaban cosas malas en la vida. Les dije que yo creía en las personas, en los lazos amorosos que sostienen y acompañan, en el respeto. Creo en el costado más humano de nosotros, creo que ese costado humano de la medicina para mí fue clave: tener médicos que no me consideraran solo una paciente, sino una persona. Que me escucharan, que conocieran mi historia, que me miraran a los ojos, que me cuidaran. Creo en las drogas que me sanaron, creo en la ciencia y en la racionalidad, que permiten generar avances enormes. Un ejemplo son las vacunas que tenemos hoy para enfrentar al covid. Creo en el amor de mis papás, creo en ese amor tan deseado que lleva a mi mamá a hacer trucos increíbles. Creo en el refugio que es mi hermana y en el amor de mi hijo: en ese momento su mirada de niño me hizo entender que era posible desdramatizar. Creo también en el humor negro de Cristian, mi algúndíamarido. Y en todas las estampitas que me regalaron familiares y amigos. Creo en esos gestos de amor
Una escena que me resultó tan fuerte como hermosa es aquella en la que la madre reza y ella siente que la está velando. Tomando tus palabras, cuando brota con la fuerza de lo necesario e inevitable, la sinceridad sangra. Y se me ocurre preguntarte si para escribir sobre el dolor es necesaria cierta distancia temporal o si es posible escribir mientras la herida sangra.
Me parece que sí se puede escribir mientras la herida sangra. Que son estrategias y caminos, pero en el caso de Rally yo lo escribí mucho después. Casi un año después. Quizás había enfriado algunas emociones y a la vez congelado algunas escenas. Viví todos esos meses con un ojo de cronista muy agudo porque jamás tomé nota, pero cuando me sentaba a escribir tenía en la cabeza muchísimas imágenes, diálogos que me quedaron intactos. Incluso hice un trabajo posterior, también de cronista, porque repuse algunas situaciones con diálogos y casi entrevistas te diría. Se las hice a mi madre y a mi padre, sobre todo a ellos dos, para capturar mejor la esencia de lo real. Más que la distancia temporal, lo que necesité al sentarme a escribir fue tener en claro que debía desdoblarme: ser por un lado la autora y por el otro un personaje del relato.
Liliana, la madre, tiene un rol marcadamente protagónico. Su rally de santos no solo da lugar al título de la novela, sino que le da sentido a muchas de las significaciones que la protagonista le va asignando a lo que pasa. Pero la hermana, que, en términos narrativos, pasa más desapercibida, es un personaje precioso y con mucha potencia. Me gustaría que me cuentes cómo fuiste construyendo ese personaje.
Sin dudas la hermana es un personaje precioso precioso y me hace volver a trabajar sobre esta idea que vos decías del núcleo de afectos. La figura de los hermanos y las hermanas genera también vínculos de algún modo más horizontales. A veces los hijos ante los padres hacemos muchos esfuerzos para no preocuparlos, para tranquilizarlos, y ese esfuerzo tiene su precio. Entonces, en el camino de una enfermedad, y con una madre que no paraba en su afán de encontrar caminos alternativos para llegar a la cura, la hermana viene a contrarrestar y a ser una especie de remanso que habilita los silencios, la angustia, el llanto. Y no genera todo el tiempo ese agotamiento de tener que cuidar al otro.
Hay toda una serie de libros de autoficción donde el dolor predomina como clima narrativo. En cambio, en Rally de santos construís una historia que parte del dolor, pero no se queda enquistada ahí. ¿Fue una decisión consciente?
Acá el el dolor está mostrado con garras afiladas y con colmillos que rasguñan un poco cada página del libro. Me gusta pensar el dolor así. Con un personaje que tiene una actitud recontra renegada, pero a la vez esa vía es la que le permite salir del lugar lacrimógeno y el golpe bajo, de la escena patética y angustiante. Creo que es un dolor que funciona también como recurso para narrar desde otro lugar. A mí me parece preciosa, por ejemplo, la escena donde en una sala de quimioterapia se escucha que un señor ronca. Está recibiendo una droga y ronca. Esto tira un poco por la borda la idea de que los pacientes oncológicos, frente al diagnóstico, no vuelven a dormir el resto de sus vidas o por lo menos hasta el alta. Entonces creo que esta forma de tratar el dolor funciona como estrategia narrativa para llevar el texto hacia otro lugar y desmitificar un montón de nociones que tenemos en relación con la enfermedad.
Qué está leyendo Ángeles Alemandi: La sed, Marina Yuszczuk Aimé Painé. La voz del pueblo mapuche, Cristina Rafanelli Carroza y reina, Isidoro Blaistein Cuaderno de faros, Jazmina Barrera