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Escritores en vacaciones

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@titomiranda

Por Julia Villaro.

Ni el tiempo ni la libertad son siempre amigos del escritor, y la necesidad del ocio creativo (íntimo y antiguo enemigo del negocio productivo) a veces irrumpe en los momentos más inoportunos.

A todo escritor le ha sucedido: acorralado por otros trabajos, por las fechas límites para las entregas, por los oficios paralelos, por las eventuales tareas docentes, en suma, por toda esa fauna de actividades a la que se ve confinado -en la mayoría de los casos- para alcanzar la supervivencia, la escritura (su escritura) puede presentársele como una suerte de tierra prometida, que indefectiblemente tarda en conquistar. Sobre esa morosidad crece la fantasía. La de los libros que escribiría si tuviera tiempo libre, la de los que leería. Pero es sabido que ni el tiempo ni la libertad son siempre amigos del escritor, y la necesidad del ocio creativo (íntimo y antiguo enemigo del negocio productivo) a veces irrumpe en los momentos más inoportunos. Las vacaciones se perfilan, entonces, como un momento propicio para la escritura. ¿Y la lectura? ¿Leen o escriben los escritores en sus vacaciones? ¿Pueden ser, para una mente siempre ávida de palabras, actividades tan distintas leer y escribir?

Julia Villaro. Be Cult. Revista Be Cult. Escritores en vacaciones.

@titomiranda

“Cuando me pongo en función «escritor» no hago diferencias entre el tiempo de vacación y los demás”, comenta Osvaldo Baigorria, periodista además de escritor, dedicado a la novela y el ensayo. Para él, el tiempo se divide en función de un tipo de espacio, o mejor dicho de una distancia: “cuando estoy días, o semanas, lejos de la computadora, por motivo de un viaje o lo que sea”. En esos momentos es una condición objetual la que define sus lecturas: “leo libros largos, larguísimos, de esos que no me llevaría a la almohada cada noche, ni se me ocurriría cargar en la mochila por su peso”. Su lista reciente incluye El traductor, de Salvador Benesdra (“600 páginas”, aclara) y el Diario de Gombrowicz, (718). “Aunque algunos digan que el tamaño no importa, prefiero los libros de menos de 250 páginas”, señala… A menos que, casi azarosamente, la distancia del hogar determine lo contrario.
“Las vacaciones son, para mí, el tiempo de leer y escribir en paz”, define Gabriela Cabezón Cámara, autora (hasta el momento) de cuatro novelas y una novela gráfica, además de periodista independiente. “En mi caso, y en el de todos los que trabajamos de otras cosas además de escribir, la pregunta sería si existen vacaciones en el sentido tradicional. Ahora mismo corté casi toda otra actividad y me encerré en mi casita en las afueras de La Plata. Colgué la hamaca, armé la pila de libros y puse la mesa debajo de la parra. Espero emerger en marzo con novela terminada”. En vacaciones, entonces, se sigue escribiendo; pero con siesta, sol y aroma a verde llegando por ondeadas.

«Escribimos porque con vivir no alcanza»

Para Eric Schierloh también parecen estar, las vacaciones, tan o más ligadas a una cuestión de espacio que de tiempo. Como escritor y traductor, su interés siempre versa en la naturaleza, el paisaje y la travesía. Lejos de ser un momento para dejar de escribir, las vacaciones son sin duda su aliciente. “Coinciden con una escritura particular, haibún, que es un tipo de diario que se sirve de la poesía y de la imagen. En esos meses escribo sobre el paisaje costero atlántico, sobre pequeñas excursiones (a pie, a remo o bicicleta) y sobre los procesos en torno a la escritura”, explica. Schierloh es además editor, responsable del exquisito sello artesanal Barba de Abejas, ubicado en City Bell, cerca de La Plata. “Los meses de verano son además aquellos en los que se detiene todo el trabajo manual en el taller”, señala. Momento propicio para leer y releer, y seguir eligiendo por dónde continuará ampliándose el catálogo.
Cuentista, guionista y fotógrafa, tampoco se trata de dejar de escribir en vacaciones para la limeña Katya Adaui. Sí, en cambio, de hacerlo en otro orden (o mejor dicho desorden) del tiempo: “me entrego al caos del verano, a ese tiempo laxo, a las orillas. Leo de todo, profuso y difuso. Escribo como siempre, cuando un texto me pide que me siente, pese a los brotes de evasión”. Es al calor del verano que “los cuentos entran en un delicioso tiempo de fermentación –dice-. Los alcanzo en mi invierno”.

Gabriela Cabezón Cámara. Be Cult. Revista Be Cult. Escritores en vacaciones.
Eric Schierloh. Be Cult. Revista Be Cult. Escritores en vacaciones.
Maria Sonia Cristoff. Be Cult. Revista Be Cult. Escritores en vacaciones.

Gabriela Cabezón Cámara

Eric Schierloh

Maria Sonia Cristoff

Parece que la pregunta “¿escriben los escritores durante sus vacaciones?” tiene tantas respuestas como modos de vivir las vacaciones, y la escritura, hay en el mundo. Pero en el oscuro fondo de ese interrogante habita otro, mucho más neurótico e incisivo: ¿puede un escritor dejar de escribir? María Sonia Cristoff, cuentista y novelista, también dedicada a la no ficción y la docencia, elige para contestar una metáfora de Michel Tournier. “Pensemos en el corazón, dice Tournier a raíz de una charla que tiene con el carnicero de su barrio acerca de las vacaciones. Todos los músculos del cuerpo, agrega, necesitan ocho horas de descanso diario, con excepción del corazón, que late toda la noche. Pero eso no significa que no descanse, sino que lo hace en esos segundos que hay entre un latido y otro. Quienes escribimos también, con lo cual queda abolida la idea de vacación propiamente dicha”.
El corazón será una buena pista, entonces, para pensar tiempos -y espacios- de creación y ocio, en la vida de todos aquellos que, como dice Patti Smith, “escribimos porque con vivir no alcanza”. Como en la buena salud de aquellos músculos palpitantes, escritura y silencio se suceden a intervalos regulares, y misteriosamente involuntarios. Después de todo, la escritura es, ante todo, una cuestión de ritmo.

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