“Cuando me pongo en función “escritor” no hago diferencias entre el tiempo de vacación y los demás”, comenta Osvaldo Baigorria, periodista además de escritor, dedicado a la novela y el ensayo. Para él, el tiempo se divide en función de un tipo de espacio, o mejor dicho de una distancia: “cuando estoy días, o semanas, lejos de la computadora, por motivo de un viaje o lo que sea”. En esos momentos es una condición objetual la que define sus lecturas: “leo libros largos, larguísimos, de esos que no me llevaría a la almohada cada noche, ni se me ocurriría cargar en la mochila por su peso”. Su lista reciente incluye El traductor, de Salvador Benesdra (“600 páginas”, aclara) y el Diario de Gombrowicz, (718). “Aunque algunos digan que el tamaño no importa, prefiero los libros de menos de 250 páginas”, señala… A menos que, casi azarosamente, la distancia del hogar determine lo contrario.
“Las vacaciones son, para mí, el tiempo de leer y escribir en paz”, define Gabriela Cabezón Cámara, autora (hasta el momento) de cuatro novelas y una novela gráfica, además de periodista independiente. “En mi caso, y en el de todos los que trabajamos de otras cosas además de escribir, la pregunta sería si existen vacaciones en el sentido tradicional. Ahora mismo corté casi toda otra actividad y me encerré en mi casita en las afueras de La Plata. Colgué la hamaca, armé la pila de libros y puse la mesa debajo de la parra. Espero emerger en marzo con novela terminada”. En vacaciones, entonces, se sigue escribiendo; pero con siesta, sol y aroma a verde llegando por ondeadas.