Indiferentes pasan sus días las obras de Salamone, que en su mayoría cementerios, mataderos y municipios. Hay quienes dicen que, con el realce de estas tres instituciones locales, se apuntaba a estimular la población de esos parajes medianos. Si los palacios municipales prometían combinar el esplendor de lo público con la eficiencia del gobierno, los mataderos anticipaban la salida industrialista de la crisis del 1930, favorecida por la reciente mecanización de la matanza y la faena. Y, al final de la jornada, los cementerios garantizaban un lugar en el mundo donde recordar a quienes hubieran ya agotado sus días. El gobierno, el trabajo y el linaje, fijados en el territorio por sendas edificaciones: la del reloj, la del cuchillo y la de la cruz.