El hombre flaco salió de la casa. A un lado de la entrada, una silla de plástico sostenía algunas herramientas. Apartó el balde con la llana, las espátulas y la masa, apoyó la pata rota de la silla contra la pared. Se sentó, tiró el peso hacia atrás. Con el filo de las uñas, escarbó el espacio entre los incisivos centrales: una hebra de carne seguía atorada desde el mediodía. Intentó sacarla por unos minutos, desistió.