Las ventanas oscuras, como tapiadas. Cuando yo era chico a los tacaños les lanzábamos huevos contra la fachada. Claras y yemas en mescolanza, se chorreaban y quedaban pasmadas. Les imaginábamos una vida horrible. Romperles las ventanas. No nos atrevimos. Puerta marcada, casa detestada, era la contraseña. No es momento de andar desperdiciando.