¿Qué tiene todo eso que ver con mi vida? Es que debajo de los idiomas que hablo, hay este estrato desconocido, escondido, quizás reprimido en el sentido que lo entiende Freud. Y porque, muy tarde, hace dos o tres años, me di cuenta de los paralelos entre mi ciudad tan odiada y yo. En ambos casos, es una historia de lengua. Una lengua perdida o encontrada, la muerte de una ciudad bilingüe que pasó a ser monolingüe, de Berlín a Kitchener, y mi traslado a otra ciudad bilingüe, Montreal. Mi ciudad natal y yo tenemos otra cosa en común, el hecho de haber roto con el pasado por medio de un cambio de nombre. Al alejarme y romper, yo estaba repitiendo en cierto sentido, y sin saberlo, lo ya ocurrido, un trauma familiar y colectivo. Entre romper y volver, entre los verbos franceses renier y renouer, de sonidos tan similares y sentido opuesto, hay toda la diferencia del mundo, y ninguna.