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Cuando venga el temblor: ansiedad (argentina)

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Por Esteban De Gori

Obra: La puerta abierta de Antonio Berni

Tic tac, tic tac. ¿Explotará todo? Creo que esto se va a la mierda! No puedo más. No sé cómo voy a llegar. Recetame Lorazepan que no puedo dormir, si no me sigo metiendo melisa y pasiflora que me recetó mi homeópata. Tengo que recortar y agregar (¿trabajo? ¿costos? ¿vida?). El problema será (¿?) los meses venideros: enero, febrero, etc. La puerta a lo desconocido. Estaremos en otra vía láctea. Nos vamos a pegar una piña que ni te digo. Me stockeo con fideos, harinas. Siempre me acompaña el oro blanco. Hago cuentas infantiles para ver si llego a comprar algo. El arroz se fue a la mierda. Aumentó más que el Dólar MEP y el Dólar blue. Un paquete de fideos cuesta más que en Italia. Barilla 0.69 centavos de Euro. Matarazzo 1200 pesos. Hago cuentas a ver si llego con las cuotas del colegio de Gino que se avecinan. Fantaseo con participar, como parte de nuestra sociedad, en una especie de película pornodólar. Frotación y verdes que caigan. Tengo sueños básicos.

Estoy en trescientos cincuenta grupos de chats vinculados al CONICET para ver si nos quedamos sin empleo o para ver si nos destinan a una empresa o a otra institución. Cuando me sortearon para la colimba saqué el 946 y tenía un destino: Puerto Belgrano. Este país, hoy, es una moneda (existencial) en el aire. El shot en el culo o que te planchen el salario in aeternum es una gran posibilidad pese a que el CONICET, como varias instituciones del Estado, son hipermeritocráticas. Hace años tenemos un chip de productividad en las venas. Tengo una bici inglesa amarilla. Pienso que tal vez a la noche me meta en Rappi y haga delivery. La pizza siempre me gustó. Si pudiese hoy me la aspiraría. O tal vez hacerme UBER y pensar en amenizar los viajes con rápidas reflexiones sociológicas. Cuando se cayó el muro de Berlín y se disolvió la URSS, ingenieros de Moscú conducían taxis y le contaban a los pasajeros sobre los sucesos técnicos que detonaron Chernobyl o sobre la extensa cola que hacían para comprar McDonalds en la Plaza Roja. En nuestro país la gente siempre necesita un salvoconducto emocional, y más en estas épocas. La sociologia ryder y emotional no viene mal. O tal vez, abrir un “consultorio vincular” para los futuros zombies y desenganchados sociales que puede traer una crisis que se alargará. No hay mejores fantasías que las que provoca la ansiedad. Son terribles. Fulminantes. Chorrean angustia. La ansiedad es electricidad y une partes del cuerpo con un cosquilleo y movimientos. Mi cuerpo no tiene tiempo para pálpitos, solo para sensaciones eléctricas. Una especie de ataque de pánico al modo de un timbre.

La idea de caída social es el pequeño infierno al que todos y todas temen y tememos. ¿A dónde más podemos caer? ¿A la línea de pobreza? No sé, mejor que alguien se la tome por nosotros (que el ajuste no sea para mi sino para el otro). Esa línea no la queremos ver. Nadie. A ese fuego social al que nadie quiere llegar. Las protestas sociales no son nada para una sociedad si lo que la atraviesa es la sensación de que vamos a perder y sufrir. A veces el ojo se pone en lo más fácil sin tomar en cuenta aquello que “camina” en los espíritus humanos. No somos viejos ni viejas atenienses preparados para el estoicismo de la guerra que exige el Estado. Nuestra droga más epidérmica es el capitalismo y ahora nos avisan que el propio capitalismo argentino nos va a curar atacando la cuota de hedonismo y el consumo. Hay que rever esta clínica de rehabilitación. Creo que no funcionará. 

Lo dijo un ex asesor del nuevo presidente: “hay que sufrir”.  El sufrimiento no como dolor sino como una propuesta necesaria e inexorable para aprender. Una mirada muy sencilla y lacerante. Si aprendiéramos por el sufrimiento, el mundo tendría que haber acomodado todos sus males. Seríamos un mundo de ángeles y personas muy formadas y de una racionalidad meridiana. Pero no. Una crisis es una crisis y no una posibilidad de superación. Es padecer. Simple. Y nadie debe ser obligado u obligada a aprender bajo las coordenadas del sufrimiento. Esto es solo una mirada punitivista y correctiva de los hábitos humanos. Una mirada que posee vínculos con viejos universos religiosos y sus costados más sacrificiales. El mercado se piensa como un gran pedagogo y corrector de los hábitos sociales.

Este diciembre, con las Navidades encima, será difícil percibir una salida honrosa. Tengo un pan dulce con pocas frutas frescas en el frigobar. Una metáfora de lo que se viene. Se presiente una salida con heridas expuestas. Se viene la piña en cámara lenta y no hay embajadas del placer donde refugiarse. Donde tirar un ancla. Espera enero y febrero, sudando y haciendo cuentas. Mirándonos a la cara y diciendo: “que mierda”. Viendo si pasas del Jumbo al Coto y de este al Dia y de acá al más allá. Lo bueno es que tengo las tarjetas de todos los supermercados. Es un pequeño alivio. O volver a compras comunitarias, esos camiones que venían del Mercado Central y nos parecía cool, no sé.

Intuyo que las dinámicas comunitarias y públicas serán resentidas frente a una rebelión del individuo y de lo privado.  Algunos tendrán revancha, otros se fatigarán menos y ciertos monumentos van a caer si se busca refundar velozmente a este país. A veces lo rápido y lo doloroso no siempre es lo más recomendable. Coquetear y pegotearse con el dolor no es una buena opción para la sociedad ni para un gobierno. Lo doloroso tiene un tiempo social y emocional distinto. Aquello que “camina” en el cuerpo y en la subjetividad no está sujeto a calendarios. Existe un kairós (tiempo fundamental) de esa emoción que nos aprieta, circula y, a veces, se queda. Y otras veces sale. Mas que a la protesta social habría que temer a esas emociones tristes que circulan. Son imperceptibles pero cuando aparecen solo muestran daño. Y no hay protocolos rápidos que puedan aliviarlas cuando salgan.

Intentar refundar a un país de grandes rutinas públicas y estatales con el deseo de un individualismo ensimismado y solitario bajo del brazo es coquetear con el abismo. Este individualismo, fatigado y percudido por la crisis económica, hace algún tiempo que exige derribos. Exige un sacrificio del otro que pronto impactará sobre su cuerpo. Quiere la torre de control y el joystick. El nuevo gobierno le advertirá a ese individualismo (que representa) que ahora deberá pedagogizarse, racionalizarse, modificar costumbres. El “no hay plata” posee muchas traducciones. Una es “conseguítela”. El Estado puede hacer poco por vos. Hay algo de todo lo que nos llevó hasta acá, según los novísimos mandatarios, que tiene que ver con la “casta política” y con el deseo desmedido de los individuos. Habrá que sufrir, reconducir el deseo, padecer, asumir la culpa. Resetearnos. “Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”.  Era tan lindo el capitalismo que, posiblemente, vayamos a dejar.  Goodbye Keynes (no hay un monumento donde dejarle una flor). 

Vivir con la nuestra, frase que parece signada al esfuerzo, pero solo nos coloca en territorios solitarios contentos (o desahuciados) con lo logrado. Una mirada autocentrada. La “nuestra”, la “mía” solo trae consigo un pensamiento que no se pregunta por el otro, la otra. Sin la compasión (empatía) y protección que debería circular entre quienes comparten  una sociedad. Pienso en la “mía” y es como estar en el desierto. Solo. Ansioso. A sangre fría. Mi agua y yo.

¿Qué haremos cuando empiece el temblor?. No sé. Tal vez nos encontremos en pijama y cagados de miedo en las calles. Esperando algo. Un rescate (como dicen las enfermeras del Hospital Italiano cuando te meten un analgésico para el dolor).