El tipo del bar armaba un Campari con destreza de cirujano. Colocaba una rodaja de naranja con una habilidad inusitada. Utilizaba una pinza que la introducía entre los hielos, el jugo de naranja y la bebida sin chorrear una gota. Acá está, dijo, como si entregara una bomba de relojería. Ambos observamos su obra. No hay nada que hacer, la normalidad es vida. Una frase que pronunció rápido, complacido, con una risa lacónica mientras una chica le pedía otro trago.