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Entre fronteras

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Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre y Gisele Halimi

Por Vivian Lofiego

En un vagón de tren que va de París hacia Bailleul, Norte de Francia, rumbo a la Villa Marguerite Yourcenar, la argentina Vivian Lofiego viaja junto a otras 30 escritoras como Amélie Nothomb, Laure Adler, Annie Ernaux, Régine Deforges y Michèle Lesbre, pero será su encuentro casual con la feminista y defensora de los derechos humanos, Gisèle Halimi, “la abogada de las causas difíciles”, fundadora del grupo Choisir la Cause de femmes, quien murió recientemente en Francia, la que motiva este recuerdo.

En la antigua casa de infancia de Marguerite Yourcenar, en el Mont Noir, región de Saint-Jans-Cappel, hoy conocida como “Villa Marguerite Yourcenar”, se conmemoraban los treinta años de la incorporación de la escritora a la Academia Francesa. En 1980, la autora del inmortal libro, Las memorias de Adriano, ocupó el sillón de Roger Caillois de la aclamada institución. En el 2010 pasaron treinta años y en la “Villa Marguerite Yourcenar” se reúnen para celebrarlo, treinta escritoras elegidas. Yo, Vivian Lofiego, franco – argentina, estoy entre ellas. Hay dos compatriotas también invitadas, Silvia Baron Supervielle (que no pudo asistir) y la cordobesa Eugenia Almeida que estaba en residencia de escritura.

Es el mes de junio y pese a que es verano, hay frío y llueve. Salí de casa tan apurada y nerviosa que ni siquiera me llevé un abrigo. Durante el viaje en tren no puedo quedarme sentada y recorro el vagón. Me siento intimidada por los nombres que voy descubriendo detrás de las caras de las mujeres que están allí. Laure Adler, Annie Ernaux, Régine Deforges, Michèle Lesbre… Algunas las conozco personalmente, a otras no, pero he leído la obra de la mayoría con las que me identifico. En secreto disfruto del honor, tal vez no tan merecido, pero sí bendecido por las Gracias.

En el trayecto nos bajamos en Bailleul, ciudad devastada por la guerra y reconstruida posteriormente, que es conocida por tener un campanario de 62 metros de altura y 35 campanas, patrimonio mundial de la UNESCO. Había que esperar allí en un café para hacer trasbordo en otro tren local. Me acerco a la barra y me encuentro con la admirada periodista y escritora, Laure Adler. Ella bebía un café noir, pido uno doble para mí, y la felicito por la entrevista que le había hecho a mi marido, unas semanas antes. Ella sale de su taza de café y mirándome a los ojos me dice: “Su marido es un gran científico, pero también un gran poeta”. Le respondo que lo que más me gustó es cómo lo interrogó dejándolo tan al desnudo. Nos miramos a los ojos y el silencio cómplice habla por sí mismo. Las 35 campanas comienzan a sonar y avisan que el próximo tren está por salir.

Portada del libro de Halimi sobre el caso Djamila Boupacha con ilustración de Pablo Picasso

En 1961 Halimi como abogada escribió un libro para defender el caso de Djamila Boupacha.
El dibujo de portada es de Picasso y el prefacio de Simone de Beauvoir.

Llegamos a la villa que es una casa cálida, las antiguas caballerizas de la familia Cleenewerck de Crayencour, apellido original de Yourcenar, que sobrevivieron a los bombardeos de la Primera Guerra Mundial, convertida hoy -por decisión de su dueña antes de morir- en refugio para escritores del mundo entero. He vivido en ella y la conozco hasta en sus más mínimos rincones. El festejo comienza con un banquete, después vienen los regalos, el discurso de una Amélie Nothomb, deliciosa con su extravagante sombrero negro y su infaltable copa de champagne en la mano. Brindamos todas, por Marguerite, una de las grandes escritoras del siglo XX cuya inmensa erudición y generosidad seguían y seguirán trascendiendo.

Hay una inmensa carpa de color blanco en medio del jardín, donde se firman ejemplares de nuestros libros. Yo me preguntaba si estaría soñando, como en la fabulosa historia de Chuang-Tzu quien soñó que era una mariposa y al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu. Antes de entrar, me detengo en la terraza que da a ese parque tan espléndido del Mont Noir. El cielo del norte está gris, yo tirito de frío, pero me siento tan bien que me quedo. No estoy sola. Una mujer menuda, de cabello lacio, vestida de blanco está muy cerca y me mira de modo insistente. Como si me conociera. La vi en el tren pero no sé quién es y respondo con un saludo. Ella dice que este homenaje a su autora preferida es algo maravilloso para nosotras… Yo le respondo que me siento más que honrada, que acabo de pasar dos meses en esta casa donde fui recibida para escribir e ilustrar mi libro sobre Isadora Duncan, para niños, y un libro de poemas… Me pregunta de dónde vengo y yo le digo que me llamo Vivian y nací en Argentina. “¡Oh, Argentina…!”, dice y me sonríe. Caminamos por la amplia terraza y nos despedimos en la entrada del gran portal que conduce a la biblioteca. Le digo: “Hasta más ver”. Pienso que no le pregunté su nombre…

Vuelvo a verla. Está en un stand donde las hileras de libros arman una gran pila que amenaza con hacer caer bajo su peso, la mesa. Leo su nombre. La gran Gisèle Halimi es la extraña dama de sonrisa lacónica. Al nacer en Túnez, su padre quería que fuera varón, por ser niña su familia la escondió durante tres semanas. Ella misma me lo contó.

En el tren, de vuelta a París, está sentada con un hermoso ramo de flores blancas en las manos. Me acerco. Ella me pregunta: “¿Vivian te gustan las flores?”. Le digo que sí y que mis preferidas son las blancas. Me dice: “Son hermosas pero yo soy alérgica. No lo quise decir antes”. Me las ofrece y en ese gesto entiendo una frase que me viene persiguiendo, “nunca hay que quedarse con algo que te haga daño por muy hermoso que parezca”.

Gisèle Halimi

Gisèle Halimi.

Gisèle Halimi, murió en Francia el pasado 28 de julio de este 2020 convulsionado, un día antes había cumplido 93 años. Temía perder sus facultades intelectuales, pero como manifestó uno de sus hijos, no fue así y siguió lúcida hasta el final. Gisèle admiraba a Marguerite Yourcenar y citándola, podríamos afirmar que murió del mismo modo que vivió, con “Los ojos abiertos”.

Abogada famosa, ensayista, diputada francesa, defensora de las mujeres, de los derechos humanos, de los militantes del Frente de Liberación de Argelia, de la legalización del aborto y de la penalización por las violaciones hechas a mujeres. Incansable y batalladora. Rebelde y audaz. Sin embargo y pese a todos los prejuicios culturales de la época, Halimi fue uno de los grandes personajes femeninos del Siglo XX y XXI.

Nacida en Túnez en 1927, de padres muy pobres, judíos sefaradíes, estudió en el Liceo Francés de Túnez. Su camino hacia la defensa para las mujeres comenzó con ella misma, a los dieciséis años rechazó el matrimonio que le habían acordado. Se recibió posteriormente como abogada y se marchó a París en 1956. Fue abogada del Frente Nacional de Liberación Nacional de Argelia y se ocupó de defender de manera brillante a la activista Djamila Boupacha quien fuera violada por soldados franceses en 1960.

En 1961 Halimi escribió un libro para defender el caso de Djamila Boupacha. La introducción, a modo de prefacio fue escrita por Simone de Beauvoir para las ediciones Gallimard y Pablo Picasso hizo el retrato de Djamila para la portada. Jean-Paul Sartre fue parte del comité de defensa. Es este el comienzo de una larga lista de libros en forma de ensayos y defensas a causas justas y universales como fueron, entre otras, las investigaciones de las que formó parte en el Tribunal Russel sobre los crímenes de guerra de Vietnam. Pero sobre todo Halimi hace foco en las mujeres y en su situación en el mundo, la familia, el trabajo y la sociedad convirtiéndose en “la abogada de las causas difíciles”.

En 1971 fundó el grupo feminista Choisir la Cause de femmes (Elegir la Causa de las mujeres) para proteger a las firmantes del famoso “Manifiesto de las 343”, o Menifeste de 343 salopes ( Manifiesto de 343 putas) que salió en la revista Le Nouvel Observateur. El manifiesto comienza por las palabras de Simone de Beauvoir y le siguen algunas firmas de las más destacadas mujeres de la sociedad francesa. Agnès Varda, Catherine Deneuve, Violete Leduc, Marina Vlady, Marguerite Duras, Françoise Sagan, Marthe Robert, Jeanne Moreau, entre muchas otras, pidiendo la aprobación de una ley que permitiera la anticoncepción y el aborto legal.

Gisèle Halimi estuvo casada dos veces, y tuvo tres hijos. Nunca concibió la vida fuera de la pareja y de la familia. Su defensa por la igualdad entre hombres y mujeres, y los derechos humanos fueron quienes guiaron sus pasos. El haber sufrido por nacer en un medio pobre que renegaba de las mujeres considerándolas una suerte de desgracia provocó en ella el abrir sus alas y luego de volar alto, cobijar a miles de mujeres, como hiciera Simone Veil y la misma Simone de Beauvoir. Halimi representó las necesidades de la mujer desde lo legal, lo educativo, lo médico, lo profesional.

Con la presidencia de François Mitterrand, a quien apoyó fervorosamente, fue elegida miembro de la Asamblea Nacional y Embajadora ante la Unesco.

En 1980 gracias a uno de sus juicios se logró reconocer a la violación como un crimen en Francia .

Publicó 15 libros. El último, pocos años antes de morir, se llamó “Historia de una pasión”.

Adelanto en exclusiva para revista Be Cult del libro: Entre fronteras- Historias de escritoras que conocí, de Vivian Lofiego

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