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3

No deberían arder las ciudades
sino los hornos de pan y las farolas,
el combustible de los repartidores de gardenias
y las baldosas naranjas del paseo con sol reciente.
No deberían arder las ciudades
porque una ciudad es una cebra fogosa,
una ofrenda necesaria de sombra y luz
para aplacar la mandíbula del león humano.

No deberían arder las ciudades,
ni la que tiene piscina de leche para baño de unicornios
ni la poblada por escorpiones y tentáculos que los devorarían.
No deberían arder ni la torre ni la madriguera.

Deberían arder la muerte y su geometría.
Debería moldearse un cuerpo nuevo que recordara por sí mismo
cómo llegar al pantano en que se oculta la salamandra de la respiración.
Deberían arder las corazas. Deberían arder los rectángulos.

Pero no deberían arder las ciudades.

Pedro Larrea Rubio

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Al atardecer,

una libélula se posa sobre el río
esperando una brisa.

En un lenguaje que brota de una fuente
ella ora, repitiendo un nombre.
Lo dice despacio,
casi en silencio,
por el atardecer y por la noche entera,
hasta que la aurora le sonríe
y bajo el sol de la mañana,
repite lo que ahora son noventa y nueve nombres.

La libélula
aprendió a leer las cicatrices del desierto.

Antes de alzar el vuelo, 
ella se adorna
con la radiante luz solar
mientras una nueva cadencia brota de sus alas—
un prolongado arpegio
en armonía con el viento.

Juan Armando Rojas Joo

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Aproximaciones

A mi madre

Cuánto se pierde en nuestro andar,
cuánto ganamos,
mientras bajo la cuesta y tú me miras
desde aquella planicie de los años.

Ahora es tu mano la que aguarda,
la que se vuelve arena.

Es suyo el temblor camino a la caricia
al cruzar el umbral de las divagaciones,
a esa hora en que la lluvia ha inundado tu tierra
y ya no crece allí la maravilla,
ni la espiga se asoma a la valla como un hijo.

Lizette Espinosa

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Tú. Siempre ahí. Floreciendo cada bordillo y rebosando cada desagüe, eso eres
Tú.
¿Tú miras fijo a la melancolía? ¿A la pantalla en blanco? A los nudos tecleados o por teclear o
Tú te contentas con leer en un café. Un libro sin letra alguna de mi nombre.
Tú no eres celoso como lo estoy yo de cada camarera que te haya rozado la mano
Tú por el regreso de la humanidad, todo natural, todo en carne viva y químicamente abundas
Tú me amarras a esa pantalla, de nuevo, lo sé, pero ¿has considerado que…? Oh.
Tú tienes que irte.
¿Tú estás enfadado? Oh. La verdad es que no consigo que
Tú sientas nada en absoluto. Pero
Tú no sabes cómo
Te toco en mitad del día, tócame, dices, pero
Tú no eres más que una sonrisa congelada.
Tú no puedes tocar desde mi mesita de noche, no sí o no.
Tú no quieres hablar de cómo las magnolias
Te imitan y cariño no estoy resentida con
Tigo. Yo sólo
Te admiro más.
Te admiro más. Tomo cada blandura que
Tú me das y todavía quiero más.

Ella Haase

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TATUAJES

Una mariposa de tinta se ha posado en la espalda
de esa muchacha.
Una mariposa de tinta que durará más que la lozanía
de la piel donde habita.
Cuando la muchacha sea una anciana, allí estará,
joven aún, la mariposa.
¿Cómo se verá la espalda de la muchacha
cuando la lozanía de su piel haya pasado?
¿Cómo se verá la muchacha que ahora ilumina
la verdulería, como una fruta más para mi mano?
¿Los viejos de mañana se verán como los de hoy
y los de siempre?
¿O serán diferentes, ellas con piercings en los senos caídos
y ellos grandes aretes en las orejas sordas?
¿Volarán mariposas en la espalda de las muchachas viejas,
arrugarán sus alas sobre camas del coma, se marchitarán flores
de tinta dibujadas donde se abren sus nalgas?
Tal vez no pueda verlo, ya yo estaré ido para entonces
con mi mano temblando bajo un jean de mezclilla
o con la mente ausente en la cannabis
procurando aliviar dolores cancerígenos.
Ah, una mariposa de tinta se ha posado en la espalda
de esa muchacha.
Una mariposa de tinta que durará más que su aire.
Cuando ella haya exhalado por vez última
allí estará la mariposa todavía.
¿Echará a volar cuando incineren su morada de carne?
¿Se pudrirá en la tumba como una concubina egipcia?
¿La escuchará alguien volar o quemarse o pudrirse
y podrá venir para contarlo?
¿Escuchará alguien la historia desde la soledad de sus audífonos,
de los grandes aretes en sus orejas sordas?
¿No son estas las viejas preguntas de siempre?
¿Volveré a ver a algún día a la mariposa?
¿Volveré a ver a la muchacha?
¿Continuarán existiendo las verdulerías?

Gabriel Chávez Casazola

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Canción de cuna

Los ruidos familiares
no se van con los muebles en el camión de la mudanza.
Se quedan atrás,
atraviesan la madera del tiempo en las alcobas
como en mundos paralelos.
Resisten como pueden
la invasión de los nuevos inquilinos, pero poco a poco
las voces de los niños se confunden con el eco de otras voces.
A lo lejos
la risa mandarina de mis hijas
cambia de tonada al arribar a la memoria.
El pasado es un sonoro mausoleo comunal.
Un opaco bullicio de recuerdos novelados
habitan nuestras casas vacías.

Denise Vargas

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Las voces del adiós
VI

Entonces volvamos al comienzo
dame un gesto
y grabaré tu imagen
Dibujaré una palabra para ti
y buscaré la frase
que describa el olor
de tus mejillas
Luego,
me sentaré a esperar,
por si vuelvo a verte,
pero ya serás distinto
al que algún día
quedó escrito en páginas azules
Para entonces
sólo tendrás lugar
en la pared de los retratos.

Yirama Castaño

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CARONTE PASA CON EL CADÁVER DE MI MADRE

El óbolo bajo la lengua de los muertos no sueña en el avaro,
ni es la llave que abre el corazón de la reina para que Caronte la cruce al Más Allá
por el Aqueronte.
El río es la furia de dios en manos de un mendigo, el Dolor, el Odio, el Fuego y el Olvido.
Los perros guardianes del infierno velan tiempo y espada. Cancerberos, sus cabezas de
fábula mordisquean mis huesos.
Todo es cruel y la noche es una mueca trágica.
Ha muerto mi madre y no le pusimos una moneda debajo de la lengua, pienso cuando se agrieta mi ternura.
¿Podrá llegar al Paraíso? Mis ojos están fijos en su cuerpo.
No aletean mariposas sobre sus párpados y el cielo es un espejo de niebla que me aplasta.
¿Podrá cruzar el límite del tiempo cuando sea sólo polvo su esqueleto?
¿Vendrán caballos a integrar el cortejo?
Disimuladamente
me toco la moneda que he puesto debajo de mi lengua para que
mi madre no cruce el río solita.

Hugo Rivella

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EL CIELO SE ALEJA

En el misterio cerrado de la noche
desde la luna
el niñito Dios la virgen y al burrito
me cuidan
a la siesta
los secretos del monte me atraen
mi cuerpo tiembla como praliné
burbuja de fuego
puro vértigo fundiéndose en el bronce
la infancia
y el deseo de una casita
de ir a la escuela
sombría la lujuria se demora en mi cuerpo
el cielo se aleja
todo se aleja
como un caracol en el infierno
arde mi sueño de ser niña.

Ernestina Elorriaga

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II

Caballo blanco
que persigue el lentísimo
           trotar de la yegua.
Un caballo que desgarra en las alambradas
y tiembla con la fiebre del tétanos y el deseo.
Un caballo que trata de curarse relamiéndose él mismo las heridas.
           Ese animal
                             son mis ojos
espinándose contra tu corazón.

Mis ojos como dos polillas torpes
inmoladas de gozo en lámparas de casas solitarias.
Mis ojos, huérfanos corderos,
arrastrándose heridos
por el pasto de tu carne.

Perdónalos.
Tú sabes que niños de sal
habitan las pupilas de todo hombre derrotado.
Que en lo profundo
del espeso pantano que es la mirada
alguien observa pasar los trenes
sin saber jamás hacia dónde,
y busca, cobarde y desgastado,
un sitio donde sentarse a respirar. 

Perdona a mis ojos
por la forma en que muerden tu belleza precaria,
tu simple y alegre tarea de sobrevivir.

¿Los sientes posarse sobre tu corazón?
Desde tu solo jardín, ¿sientes
la herida de mis ojos?

Perdónalos por quedarse.
Por descubrir en tu corazón
la musculatura
           de una casa
                             que no se derrumba.

Juan Suárez Proaño

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I

Es infinito el oscuro del cuarto
y el tiempo su ausencia más pura
Todo está unido, el abrazo al sueño
el sueño al espacio en arco
En mí te hundes, de ti resurjo
y me haces nuevo, el mismo siempre
cada vez más igual a nosotros
El centro de uno dentro del otro

Thomaz Albornoz

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AGONÍA DE LOS DÍAS TERRESTRES

Digamos que te mudas de país. Cruzas el aire
continental, y vas de cama en cama
como esos fugitivos que nunca
deshacen el bolso ni cambian
de ropa. Pero esa
es solo una fase de la calesita
que irá disminuyendo en su entusiasta
velocidad inicial. Entonces te vuelves
tortuga voyerista (poeta)
bajo el caparazón de un empleado
cualquiera: partícipe regular en horas pico,
al día con las mínimas obligaciones
que el bolsillo y el estilo
te permiten. Pero esa
es solo una fase de la calesita
que irá disminuyendo en su entusiasta
velocidad inicial. Un día
digamos que el subte se demora: el parlante balbucea
el clásico eufemismo. Llegas más tarde
de lo habitual. Te encoges junto a ella (que llega mucho antes
que vos a casi todo) en una de las últimas
camas de este viaje. Te preguntas (digamos mentalmente)
cómo se pueden mantener por tanto tiempo
dos miradas que intercambian
la agonía de los días terrestres,
y ser feliz en lo fugaz
del error a la vez.

Ricardo Montiel