Tu pelo, para algunos era diablura del infierno pero el zunzún allí puso su nido, sin reparos, cuando pendías en lo alto del horcón, frente al palacio de los capitanes. Dijeron, sí, que el polvo del camino te hizo infiel y violáceo, como esas flores invernales del trópico, siempre tan asombrosas y arrogantes. Ya moribundo, sospechan que tu sonrisa era salobre y tu musgo impalpable para el encuentro del amor. Otros afirman que tus palos de Monte nos trajeron ese daño sombrío que no nos deja relucir ante Europa y que nos lanza, en la vorágine ritual, a ese ritmo imposible de los tambores innombrables. Nosotros amaremos por siempre tus huellas y tu ánimo de bronce porque has traído esa luz viva del pasado fluyente, ese dolor de haber entrado limpio a la batalla, ese afecto sencillo por las campanas y los ríos, ese rumor de aliento libre en Primavera que corre al mar para volver y volver a partir.
Madre
Mi madre no tuvo jardín sino islas acantiladas flotando, bajo el sol, en sus corales delicados. No hubo una rama limpia en su pupila sino muchos garrotes. Qué tiempo aquel cuando corría, descalza, sobre la cal de los orfelinatos y no sabía reir y podía siquiera mirar el horizonte. Ella no tuvo el aposento del marfil, ni la sala de mimbre, ni el vitral silencioso del trópico. Mi madre tuvo el canto y el pañuelo para acunar la fe de mis entrañas, para alzar su cabeza de reina desoída y dejarnos sus manos, como piedras preciosas, frente a los restos fríos de enemigo
A un muchacho
Entre la espuma y la marea se levanta su espalda cuando la tarde ya iba cayendo sola.
Tuve sus ojos negros, como hierbas, entre las conchas brunas del Pacífico.
Tuve sus labios finos como una sal hervida en las arenas.
Tuve, en fin, su barbilla de incienso bajo el sol.
Un muchacho del mundo sobre mí y los cantares de la Biblia modelaron sus piernas, sus tobillos y las uvas del sexo y los himnos pluviales que ancen de su boca envolviéndonos si como a dos nautas enlazados al velamen incierto del amor.
Entre sus brazos, vivo. Entre sus brazos duros quise morir como un ave mojada
Un gato pequeño a mi puerta
Fue una lluvia inesperada Saltando sobre los cristales del ventanal Unas gotas, con su golpe de furia, Penetraron las pupilas del gato. Un gato pequeño, despertándose, a mi puerta.
Nancy Morejón Hernández
Poeta, ensayista, periodista, crítica literaria y teatral, y traductora, experta en la obra de Nicolás Guillén y en las literaturas del Caribe. Licenciada en Lengua y Literatura Francesas por la Universidad de La Habana, en 1966. Miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua desde 1999, se desempeñó como Asesora de Casa de las Américas, y como Presidenta de la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Actualmente es la directora de la revista Unión.
Entre sus libros se encuentran Where the Island Sleeps Like Wing (antología bilingüe), Piedra pulida, Elogio y paisaje y La Quinta de los Molinos, entre otros.
Su libro Peñalver 51, puede comprarse en el stand de Cuba de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.