La Gallega era puta. No recuerdo el día que la conocí, de repente estaba entre nosotras. Teníamos 20 años. La tía, así le decíamos, tenía la edad de nuestras madres pero con una piel distinta, rarísima. No era blanca, tampoco era marrón como yo. Era del color del lápiz faber dorado, que es opaco pero brilla. Suave siempre, piel tensa sin una sola arruga. Decía que era de tanto coger.