De manera que en este momento soy un escritor. Y realmente lo soy desde chico, como alguien que sabe jugar bien a la pelota a los siete años, pero me cuesta mucho ponerme el aire y la resolución del escritor que llevo en mí.
Por ejemplo, la novela “El amante de la psicoanalista” (Sudamericana) fue un éxito en el 2000 y sigue siendo un long-seller por medio de una trama llamémosle de culto. No sé la razón, he de ser sincero: me lo propuso Luis Chitarroni, que es de una erudición en asuntos de literatura impresionante. Un monstruo, en el buen sentido. Aunque tal vez no haya ningún buen sentido, ni me preocupa. Me dijo que ya estaba bien de miles de artículos y cosas, pero le dije que no podía hacer lo que en realidad era secretamente -escritor- porque los días de la vida me llevaron por el mundo como el sapo a la guadaña, creo que me explico. Y para eso tiene uno que tener una pareja adorable y armoniosa, un casa con objetos de arte formidables, un equilibrio, una paz. Y no ha sido así, no es un pretexto sino parte de mi modesta biografía.
Antes, en la misma editorial, muy potente -otra casualidad, debe ser- “Monólogos rabiosos”, ese sí un best-seller por su manera de soltar en textos cortos todo lo que llegaba después de una larga temporada lejos de la Argentina y la mierda que, la Argentina digo, me parece y la necesidad de exorcizarla al encontrarme de nuevo con ella. Bueno, una mierda y un cariño debido, una obligación. Y luego otras dos novelas, y “El enano argentino”. En fin, qué más da.
De manera que estoy ahora con lo que sigue, ahora. De a ratos miro el juramento de Biden en los Estados Unidos después de la tormenta Trump, que de ninguna manera se pondrá a dictar sus memorias, qué va. Con la pandemia americana -mundial, pero muy en particular ella-, la economía en apuros, China, las bellas intenciones a reconstruir serán arduas en las tareas: hace falta la gente, y la gente está fracturada, con odios y extremos, de manera que, está bien, andá y hacelo a ver si sos guapo.
Por volver al principio, estas palabras en busca de otras, ahora, no son y son al mismo tiempo las de un escritor: no puedo hacerlo de oficio, dos horas a la mañana -aunque fueran algunas líneas-, unas uvas frías de la heladera, running media hora, siesta espartana y dos horas por la tarde. Cada día. El oficio. Prefiero saltar como el sapo a la guadaña y escribir cuando tengo ganas, porque algunas herramientas llevo en la maleta, y seguir camino. No me gusta, me sonroja, poner que soy escritor. Lo digo, pero antes coloco periodista. Es como alguien que dice de alguien “mi obra”. No embromen.