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Víctimas del vínculo. La Ambulancia emocional

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Por Esteban De Gori

Sin proponerlo se armó en mi casa un laboratorio de escucha sentimental. PatriciosCare (en honor a la calle del laboratorio). Se conjugó lentamente. De manera imperceptible. Solo queríamos juntarnos a dar rienda suelta al mejor vicio italiano que conocemos: comer. Siempre coqueteamos en ahogar nuestras penas en harina y salsa de tomate. Desde hace años, entre algunos, tenemos un juego perverso y morboso para cada fiesta de fin de año: levantamos apuestas a ver quién moriría de tanto comer. Hasta ahora nadie pasó al otro mundo y el pozo sigue vacante! No pudimos ganarle al tiempo.

Cara, mi hermana recién separada, mi prima en aventuras con el Osito Tedy (el ser más casado del mundo), el Profe apps y Ale, quienes llevan adelante una soltería desmesurada y, por último yo, separado hace algún tiempo, terminamos siendo un fabuloso “material humano” para encontrarnos en estos tiempos. Una especie de “panelistas emocionales” que gritan (como si hablasen de balcón a balcón) y se reparten la pizza. Es la Calabria Sensible, como describió estos encuentros uno de mis tíos.

Los afectos averiados, a veces, buscan espacios y territorios para el habla. Son esas averías que salen a la calle a frenar una ambulancia emocional y se suben. Otras veces la avería circula en el cuerpo y este se jode. Se metaboliza en el silencio y un día implosiona.  

Aunque suene extraño somos “víctimas del vínculo” (buen nombre para una Fundación o ONG en épocas postmodernas). Casi de algo que no podemos prescindir. Todo vínculo lleva implícito un esfuerzo, poner en escena la densidad biográfica, una disposición al goce, un tiempo propio. Un tiempo sin ansiedades, sin inmediateces. La subjetividad reclama paciencia. Al otro o la otra se la conoce en una trama subjetiva que se despliega lentamente. Cada situación real nos trae a esa persona que buscamos conocer. Cuando alguien dice “amar” a los dos meses de conocer a alguien, y más después de salir de una larga relación, me asusto. Hiperventilo. Llamo al ambulanciero. ¡Mamma mía!, me da ganas de persignarme como mi abuela para que un Ser Supremo ayude a esta persona.

El tiempo posmoderno es cruel, competitivo. Exige un ahora o nunca! En estas sociedades que hablan a todo momento del tiempo, es una de las dimensiones vitales que más ha perdido dignidad, peso y textura. Alojar a otro u otra lleva tiempo (es decir, una subjetividad no es una noticia). Supone una apuesta, muchas veces a pérdida. Como la nuestra en cada fiesta de fin de año. No se puede vivir sin respiro, sin inscribir a alguien en alguna coordenada emocional y sin esperar que juegue en ella. Nuestro tiempo (amoroso, afectivo) necesita ansiolíticos. Clonazepan per tutti. Asumir perder el tiempo en la “búsqueda de lo humano” es, de alguna manera, considerar su dignidad, fuerza y belleza. Hoy eso jode.

“La posmodernidad es una apps de citas”, me dijo Ale. Elegir con el dedo a alguien es esa sensación de gobernar el tiempo y el mundo (¿sexual?, ¿afectivo?, ¿visual?). “Todo está acá”, le dice el profe Apps a mi hermana mientras se restregaba las manos. Mi hermana tomaba notas. Todavía se sorprende. “Un dedo, un slide, un chongo. Un dedo, un slide, una mina y así…”

La velocidad impresa en la subjetividad actual es totalitaria. Pretende tiranizar a Cronos. Acelerarlo. Vaciarlo. Adelgazarlo. “Ahí en esas apps está todo, ¿no lo ves? Un like, un match, un microsegundo”, le explica mi prima a mi hermana. “Pim, pam, pum: un (posible) vínculo. Pim, pam, pum: un (posible) garche”. “¡Hacé girar la ruleta rubia baby quiero ver que sale!”

Mi prima, en vez, quisiera que Osito estuviera en una de esas apps para librarlo rápidamente de esa mujer que lo atemoriza con un castigo divino si se separa. “Un match, un toque, una (posible) libertad”. “¡Prendeme el modo libertad wachón!”

“No solo hay fotos, hay info de la gente”, nos instruye un profe Apps que cada vez que toqueteamos el celu para ver estas aplicaciones se pone eufórico. Juan, historiador, Archivo General de la Nación. Martina, especialista en relaciones internacionales, trabaja en Cancillería. Ricardo, contador, empresa petrolera. “Mirá que guacho. ¿Petrolero?”. “Fíjate esta mina, tiene pinta de Diplo! Ese tatuaje de estrellitas en la ingle me mata!” “Esa pancita pronunciadita de Ricardo la rompe”!

Todas las veces que nos reunimos y terminamos viendo estas aplicaciones es como navegar entre un Curriculum Vitae para publicar en Twitter y la imaginación erótica. CV + (posible) Sexo. PatriciosCare es cachondito.

Deslizar el dedo para elegir una persona a la cual matchear o likear es parte de una revolución subjetiva inigualable. Un vínculo distinto a lo imaginable años atrás. Esto provoca euforia. La velocidad de sentir que se vive con pocas “mediaciones”. “Mami dame ese Fahrenheit 451 que tenés entre los dedos”, Ale le grita a mi prima que observa sin cesar la galería de muchachos.

“No necesitas teléfono ni Whatsapp ni intermediarios”. Mi hermana apunta mientras se pregunta si puede usar la foto de Zamba (personaje de Paka Paka) para meterse en una app. “Lo que quieras, en dos minutos tenés alguno o alguna que te tira”, responde el Profe. Un slide, un like y la ruleta del vínculo. Donde el tiempo es otro. Vuela con la punta de los dedos. Un tiempo novedoso o uno que vive con otros tiempos que habitan nuestra vida.  Un tiempo actual, a veces, muy esquivo a la búsqueda de lo humano.