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Juan Sklar: Siempre tuve claro que debía representarme a mí mismo

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Por Melina Ruiz Natali

FotoPaula Salischiker

Juan Sklar es argentino, escritor y docente. Tiene cinco libros publicados, una columna en radio, una librería y un taller de escritura. Sklar, que vive en Buenos Aires, visitó Europa por primera vez en 2002 y regresó ahora, veinte años después, para presentar “Garche” -su último libro- y hacer la primera gira europea de su taller “El Cuaderno Azul”.
Para hacer la entrevista quedamos en un bar, dentro, porque llovía, en una mesa pequeña, junto a una ventana que daba a la Plaza de la Rovira, en Barcelona. Lo primero de lo que hablamos fue que se pueden intuir los grados de locura que tiene una persona a partir de cómo escribe; el contenido, la forma y el orden en que se presentan los conceptos lo insinúan. Luego pedimos el menú del día y comenzó la entrevista.

En tus obras, el vínculo entre ficción y autobiografía pareciera tener un límite muy fino. En este sentido, ¿cómo gestionás la mirada y opinión ajena sobre tu obra?

Todo lo que publiqué es ficción, no importa cuán cerca esté de mi biografía. “Garche” es un libro donde un personaje que se llama como yo y que se parece a mí, tiene sexo con perros y yo, nunca tuve sexo con perros. Creo que si uno delimita correctamente qué es la ficción, eso tiene que ser evaluado con las reglas de la ficción y, desde ese lugar, considero que es una época de muchísima libertad. Si te circunscribís a la ficción, la libertad para escribir es infinita, y te escapás de toda la discusión político-moral sobre si está bien o está mal lo que hace el personaje porque es ficción, y es un personaje.

En las entrevistas te hacen preguntas como si el personaje fueras vos, y no hacés el corte de “eso es ficción”, “ese es el personaje, no yo”. Hay un juego en donde caminás en una línea delgada.

Es el juego. Esa es la operación: tiene elementos autobiográficos, es verosímil, planta en el lector la duda de si aquello sucedió o no -porque de hecho sí hay cosas que sucedieron y que no digo cuáles son porque no importa-, el efecto de verosimilitud funciona, y yo tengo mi libertad para cogerme perros, en la ficción.

En esas cosas que sí sucedieron ¿cómo gestionás el “todo es ficción” en tu círculo íntimo que conoce esas situaciones reales y tal vez se ve en ellas?

Para mis hijos, cuando lean los textos de “Garche” dentro de veinte años, va a ser incómodo.

¿Por qué? Si es ficción…

Porque la imagen que se van a hacer en la mente, va a ser la mía. Es ficción a los efectos del juicio crítico, político y moral, parece realidad a los efectos estéticos, esa es la trampa… Ya está, ese es el truco.

Y en esa línea verosímil de que te lean tus hijos, ¿tenés reparo a la hora de elegir qué publicar?

Antes tenía reparos pero me ayudó mi psicólogo. Lo que más me daba pudor no tenía que ver con que mis hijos leyeran un texto donde yo tengo sexo con un perro o donde hay una violación grupal de rugbiers en un baño. Porque eso les dará más asco o rechazo y ya. Sino que me daba algo de vergüenza escribir sobre los aspectos donde yo me siento mal padre o mala pareja o donde cuento la angustia y lo difícil que fue la crianza en la pandemia… Pero mi psicólogo me dijo: “vos vas a dejar en un lugar de la biblioteca un testimonio realista sobre cómo fue la crianza”. A mi hijo le voy a decir “todo fue maravilloso” no le voy a decir “tuve un brote, me rompí la mano contra la pared y terminé medicado porque no podía con el peso de criar dos niños”. Si ellos quieren, tienen en la biblioteca un texto que se llama “La mano” donde se cuenta el colapso psiquiátrico de su padre durante el puerperio y la pandemia. Si quieren lo leen, y si no quieren, no lo leen. Y si lo empiezan a leer y no les gusta, cierran el libro y se acabó. Incluso, me sentí liberado porque hay una historia mucho más áspera que la que quisiera contarle a mis hijos pero cuando crezcan van a tener la posibilidad de acceder a una verdad y eso los va ayudar en sus futuros a entender quién carajo es su papá. También todo esto puede ser un gran invento que me digo para seguir escribiendo…

En las cartas publicadas a Hernán Casciari, en un momento decís: “En vez de usar la ficción para decir lo innombrable, estamos usando fotos de nuestras vidas para tapar la verdad” ¿cuál es tu vínculo con las redes sociales?

Problemático y tenso.

Tenés casi 90 mil seguidores. Que en escritor equivalen como a cuatro millones.

Y publico de modo asiduo y es un canal expresivo para mí. El vínculo es tenso porque por más que soy honesto en lo que escribo, hay algo del formato que es muy poderoso por cómo afecta al texto. Tiene una cierta extensión -son dos mil doscientos caracteres-, unos ciertos medidores de éxito que son públicos, y, una audiencia que es particular. Un libro lo lee alguien que lo compró y tiene ganas de leerlo. Un posteo lo lee cualquiera. Lo que me pasa entonces es que trato de mantener cierta calidad poética, busco no caer en lo que el algoritmo quiere que haga, y me pregunto ¿cómo escribir algo que me guste y que no sea devorado por el formato? Esto tiene, también, cosas potentes: las redes te permiten el contacto con el público, la inmediatez de la lectura que te fuerza a comprimir para no irte por las ramas… De todas formas, es similar a lo que le sucedía a los escritores que eran periodistas a principios de siglo XX: adaptarse a unas exigencias de tiempos, un recorte de caracteres y un formato que iba a terminar siendo utilizado para envolver pescado al día siguiente. La verdad es que hay días en los que quiero cerrar para siempre las redes y hay otros en que me resulta una herramienta espectacular. Así que, como con todo, las redes las vivo con contradicción.

En las mismas cartas a Casciari decís: “Si no estás en redes sociales alguien lo está por vos, si no, es muy difícil ser artista” ¿No podés ser artista sin redes?

No todo el mundo tiene que estar en las redes en primera persona, pero si vos no lo estás, alguien tiene que estarlo por vos.

Pero tercerizarlo es lo que sucedió siempre ¿no? Son los representantes, agentes, managers, etc. Mi pregunta es acerca de la propia persona artista difundiendo su obra en redes.

Podés no hacerlo pero alguien tiene que hacerlo por vos. De todas formas ¿qué figuras emergentes de la literatura argentina no están en redes? Dolores Reyes está, Camila Sosa está… ¿quién no? Pedro Mairal no es muy activo pero se hizo famoso mucho antes, cuando ganó el premio Clarín de novela. Cuando Martín Kohan, en la conferencia inaugural del FILBA de 2015 habla de los escritores que se ponen adelante de su obra, es lúcido pero también hay ciertos escritores que pudieron no ponerse delante de su obra porque había otros canales de difusión. Por supuesto que los actores de “House of the Dragon” pueden o no estar en las redes sociales pero hay alguien por ellos haciendo el trabajo de difusión social-mediática. Los escritores que se ubicaron antes de la explosión de redes okay, pero sobre todo, a partir de alrededor de 2010 ¿cómo llegás a instalarte sin algún tipo de trabajo de difusión -propio o tercerizado- en redes sociales?

Otro punto también, es que si elegís la difusión tercerizada, estás dándole el poder a otros para difundir o no tu obra. Ir vos mismo a las redes es una manera de decir: “yo me defiendo solo” o “no voy a estar esperando a ser validado por otros”.

Salís vos a legitimarte.

Yo no me iba a quedar esperando a que alguien agarrase mis libros y decidiera si tienen valor o no. Yo salí a defenderlos desde el minuto cero. Haciendo presentaciones, promocionándolos, estando en redes, en la radio. De hecho, esto es algo que también tiene que ver con el problema de las industrias editoriales: en Argentina tenemos millones de libros excelentes, no son especialmente caros y, sin embargo, hay una crisis de la industria editorial que, para mí, tiene que ver con la promoción. Hay una crisis en cómo se promocionan y difunden los libros. Un suplemento literario no alcanza, una recomendación de una figura pública o figura literaria prominente tampoco alcanza para llegar al gran público. En ese contexto, no es mi estilo decir “la industria está en crisis, no se venden libros”.  Por eso, salí a venderlos yo, por eso tengo una librería y por eso promociono libros. No iba a quedarme sentado reprochando que el mundo no es como me gustaría. Este es el mundo que tenemos, hay que salir a defender la literatura con las armas que hay. De hecho, y me quedé pensando en la pregunta anterior, la mejor razón para tener redes sociales y trabajarlas no es promocionar tu arte, si no el de los demás. Disfruto de todos los beneficios de la exposición pública en redes, pero al final del día eso puede ser un poco vacío. Todo el día hablando de vos y de lo que hacés. En mi caso, lo que me saca del narcisismo descontrolado disfrazado de ambición es poder difundir el trabajo de otros. Desde nuestra librería (con nuestro poder de difusión) motorizamos reediciones o reimpresiones de autores como Juan Forn, Josefina Licitra, José Sbarra u Osvaldo Vigna. Agotamos el stock entero que había en editorial Planeta de dos libros de Fabián Casas. Y ni hablar de autoras noveles de nuestra escuela como Luz Vitolo, Romina Tamburello o Agustina Zabaljauregui. Al final del día lo que me convence del poder y de la necesidad de las redes es poder ayudar a otros.

¿En qué momento comenzaste a representarte a vos mismo?

Desde el momento cero tuve claro que eso era lo que tenía que hacer.

¿Cuál es ese momento? ¿tu primer cuento (“La historia del Power Ranger Rojo”) publicado en revista Orsai?

Ese cuento se lo llevé yo a la revista.

¿Pero cuándo empezás a representar al Juan Sklar escritor?

Es verdad que en mi caso la literatura se hizo un poco el camino sola con pequeñas cosas: Casciari -de revista Orsai- no me conocía, simplemente publicó mi cuento porque le gustó. Por ese cuento me llamaron de una revista del under para hacer unas crónicas de turismo sexual, esas crónicas se viralizaron, y llegaron a Adriana Astutti de la editorial Beatriz Viterbo. Adriana me preguntó si tenía algo, le mandé mi novela “Los catorce cuadernos”, nunca nos habíamos visto la cara y decidieron publicarla. Pero sí, cuando Adriana decide publicar el libro con su difusión, con suplementos literarios y demás, yo también, en un trabajo conjunto, decidí hacer una presentación. Busqué un teatro (la Oreja Negra) para doscientas personas, invité bandas, amigos, lectores… Viterbo no organizaba una presentación para doscientas personas en un teatro y me lo armé yo. Lo que quiero decir es que no es un momento para escatimar esfuerzos, hay que meterle con todo. Además a mí siempre me gustó ir por las dos cosas: crítica literaria y público. Desde “Los catorce cuadernos” asumí que parte de la difusión la voy a hacer yo, y así va a seguir siendo para siempre.

Cuando terminé de leer “Los catorce cuadernos” me agarró una sensación física, una angustia muy física. Luego escuché una entrevista en la que decías que para vos el arte tenía que afectar el cuerpo, literalmente ¿Desde qué emoción escribís pensando en generar algo físico?

Soy una persona desconectada de sus sentimientos, por eso cuando me siento a escribir, lo que hago es justamente ir a buscar una emoción, la que sea. Como soy ajeno a mí mismo, me cuesta interpretar mucho lo que me pasa, entonces voy a buscar lo que me pasa que descubro escribiendo. Después hay un hecho mágico de sinestesia: ¿cómo un montón de procesos neuroquímicos en un cuerpo se transforman en letras que otra persona lee, que a su vez se convierten en otros procesos neuroquímicos en el cuerpo? ¿cómo sucede? No lo sé.

¿Dirías que es algo del carácter de lo mágico…?

La ciencia en algún momento lo descubrirá. Que yo transforme sentimientos en ideas, conceptos, que se traducen en palabras que son palitos escritos en una hoja y que eso te llegue a vos como dolor de panza o lo que sea es una locura.

Lo particular es que vos decís explícitamente que buscás generar algo físico.

Me interesa el arte que afecta el cuerpo y que transmite ideas y una visión del mundo. No quiero únicamente la afección física, pero sin ella, se vuelve solo mental, apolíneo, y eso no me gusta.

En el sector cultural muchas veces está mal visto decir que perseguís generar una emoción física.

Me parece increíble que haya pruritos con la emoción. A veces me molesta la lectura crítica que no puede acceder al concepto filosófico que atraviesa una obra de arte porque esa obra es emocionante desde el punto de vista físico o potente desde un lugar más visceral.

Pareciera que hay cierta concepción de que si el arte emociona, no nos deja pensar. Se habla de sensiblería, de formas baratas o berretas de la expresión artística y dicen “esto es manipular al espectador”. Es verdad que cuando estás arrebatado no podés pensar, pero hay capas de lectura y tal vez en una primera lectura algo te arrebata, y en una segunda, permite acceder a otros niveles de sentido.

El sensacionalismo también existe…

Sí, pero es algo muy personal. Lo que a uno le resulta conmovedor, a otro le resulta sentimentalmente obsceno. No sé si es algo que pueda ser objetivamente determinado: qué es sensacionalismo y qué es una expresión genuina de emoción en el arte ¿Cuándo es sensible y cuándo es cursi? ¿cuándo es erótico y cuándo es pornográfico? Son categorías muy lábiles y por eso no me gusta usarlas. Obvio que a veces veo algo que digo “me parece una mierda” y otra persona dice “tocó mi corazón”. Pero es una discusión muy difícil.

Hablás de la escritura como terapia, como refugio… hay un punto donde eso me resulta problemático por el factor catártico que se le atribuye a la escritura en esa afirmación.

Disiento. La escritura puede ser catártica, tenemos una tradición de crítica estética que empieza con Aristóteles quien habla del arte como catarsis. Catarsis es depurar y cagar (en griego). Obviamente que el arte en su función catártica, a la que todos podemos acceder, puede generar algo interesante o puede generar una cagada. El trabajo de transformar lo que para uno es conmovedor en algo que conmueva al otro, es un trabajo, un oficio y que implica tiempo y dedicación. Si leés los cuadernos que escribo en el bar no vas a sentir nada. El error es creer que porque el arte pueda ser catártico para quien lo hace, es automáticamente catártico para quien lo lee. De todas formas, estoy un poco en crisis con la idea del arte como catarsis porque quizás el arte no cura a nadie, no salva a nadie y no arregla nada. Llevo cinco libros publicados y creo que el arte puede ser tan catártico como reproductivo.

A ver…

Creo que a veces es catártico, en el sentido en que te permite sublimar, pero a veces también te termina manijeando más: escribís de tristeza y terminás más triste; escribís de sexo y terminas más caliente. Por un momento la angustia desaparece pero después vuelve, como si el arte pudiera hundirte en sensaciones que supuestamente estabas purgando.

¿No pensás que también hay un escribir que no está en ninguna de esas categorías?

Sí. Hay días que escribís y chau.

Decís “siempre quise ser escritor”, ¿en qué momento sentiste “soy escritor”?

Con el final de “Los catorce cuadernos” sentí que algo se transformaba en otra cosa que podía emocionar o llegar a otros. Trabajando en las escenas finales me dije “acá estoy llegando a eso que me pasaba a mí cuando leía a los que me gustaban”.

¿Comenzaste a escribir “Los catorce cuadernos” sin proyecto de novela?

No era un proyecto. Era un diario personal de un verano, que en un momento se tornó en ficción. Una amiga me invitó a una cabaña en el sur y pasé ahí mucho tiempo escribiendo. Cuando terminé de escribir ese libro a mano, supe que ahí pasaba algo que no era simplemente la catarsis que me había salvado unos meses antes en la escritura personal que me atajó de un momento muy de mierda. Cuando llegué al final de la novela dije “esto ya no es un diario”.

¿Fuiste a talleres de escritura?

Sí… con Juan Martini, cuando tenía veintidós años, en donde escribí mi primera novela que no es “Los catorce cuadernos” sino una que no está publicada y que tampoco se va a publicar.

No te interesa publicarla.

No, no está buena.

¿Cómo se llama?

La eutanasia del potus”. La historia tiene algunas conexiones con lo que vino después. También hice taller con Gonzalo Garcés en donde edité “Los catorce cuadernos”, y cuando salí del colegio estudié Filosofía en donde hice muchas materias de Letras. Mi formación literaria es un poco de filosofía, un poco de letras y los talleres. Y, mi formación artística tiene mis estudios de guión, canto, teatro y clown.

¿Cantás?

Cantaba. Tenía un dúo de tango que se llamaba “Vladimir” en el que iba inventando una historia porteña de un inmigrante ucraniano, Vladimir, que mechaba con tangos clásicos: a Vladimir lo dejaba una piba y cantaba “Mano a mano”, y así. Una especie de comedia musical judía-tanguera.

Y en toda esa formación tan variada, ¿cuándo elegiste la escritura?

El primer momento en que creo que lo enuncié fue en uno de mis colapsos psicopsiquiátricos en el que sentía que tenía un hueso de pollo en la garganta. Me hicieron una endoscopia y al salir de la anestesia le dije al médico: “me quiero ir a Europa a ser escritor”.

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