Yo no me iba a quedar esperando a que alguien agarrase mis libros y decidiera si tienen valor o no. Yo salí a defenderlos desde el minuto cero. Haciendo presentaciones, promocionándolos, estando en redes, en la radio. De hecho, esto es algo que también tiene que ver con el problema de las industrias editoriales: en Argentina tenemos millones de libros excelentes, no son especialmente caros y, sin embargo, hay una crisis de la industria editorial que, para mí, tiene que ver con la promoción. Hay una crisis en cómo se promocionan y difunden los libros. Un suplemento literario no alcanza, una recomendación de una figura pública o figura literaria prominente tampoco alcanza para llegar al gran público. En ese contexto, no es mi estilo decir “la industria está en crisis, no se venden libros”. Por eso, salí a venderlos yo, por eso tengo una librería y por eso promociono libros. No iba a quedarme sentado reprochando que el mundo no es como me gustaría. Este es el mundo que tenemos, hay que salir a defender la literatura con las armas que hay. De hecho, y me quedé pensando en la pregunta anterior, la mejor razón para tener redes sociales y trabajarlas no es promocionar tu arte, si no el de los demás. Disfruto de todos los beneficios de la exposición pública en redes, pero al final del día eso puede ser un poco vacío. Todo el día hablando de vos y de lo que hacés. En mi caso, lo que me saca del narcisismo descontrolado disfrazado de ambición es poder difundir el trabajo de otros. Desde nuestra librería (con nuestro poder de difusión) motorizamos reediciones o reimpresiones de autores como Juan Forn, Josefina Licitra, José Sbarra u Osvaldo Vigna. Agotamos el stock entero que había en editorial Planeta de dos libros de Fabián Casas. Y ni hablar de autoras noveles de nuestra escuela como Luz Vitolo, Romina Tamburello o Agustina Zabaljauregui. Al final del día lo que me convence del poder y de la necesidad de las redes es poder ayudar a otros.