Calor de pantano. Esa es una buena definición para el verano de Buenos Aires. Agobio.
El sudor cae en gotitas, patina en el cuerpo, moja la ropa. Humedece las nalgas. Tiene su propio léxico. Habla por sí mismo sin traducciones. Es un imbécil que no podemos contener, ni esconder. Sale. Me jode. Huye del cuerpo. Diseña una visualidad urbana. Una estética. No hay cuerpo que no quede condenado por el sudor. Esa condena que se repite por mil se profundiza en el metro. Allí, en verano, uno o una puede bajar a cumplir alguna pena. A gozar de la humedad incandescente. El metro es como un círculo del infierno más del Dante Alighieri montado en esta ciudad para el castigo estival.
Culos transpirados, tetas sudadas, penes mojados, piernas húmedas y espaldas chorreantes. Olores indescifrables. Un gran combo para frotarte o acercarte a alguien. Claro, si los deseas, un planazo!.
El sudor tiene una dimensión productivista. Esa humedad se encuentra ligada al esfuerzo, al sacrificio y al movimiento. A su vez, al mundo de las emociones: placer, miedo, terror, amor.
Ese sudor de cuerpos enroscados que quieren acercarse y esa transpiración fría que paraliza. Esa dimensión emotiva pone cosas en movimiento: cuerpo, pasiones, jugos. Es un combustible más de la transpiración.
“Mejor que te agarre (él dijo que te coja) sudando cuando llegue la inspiración” me dijo un viejo profesor español en medio del calor sevillano. Sudar y conocer. El sudor se presenta solo o por cercanía, fricción o frotación (como dice un amigo sexólogo) con otro u otra. Existe un sudor vincular, de cercanía, de varias epidermis. Explosivo e implosivo. Pero hay una primerísima transpiración, esa, de acercarse a otro u otra. Todo vínculo necesita sudor. O diversas variedades del mismo. Mucho líquido, por lo menos, para esta época donde la fragilidad y velocidad de los vínculos acecha y los organiza.
“Me canse de remarla! Estoy transpirado. Beirut está demasiado lejos bebe”. Mi primo dejó a su novio libanés. Le clavo un WhatsApp: “Good Bye”. “El pibe no quería moverse y yo hacía todo”. Me contaba esto mientras los dos sudábamos como animales en el patio de un bar. Adentro funcionaba el aire acondicionado, pero mi primo le gusta sufrir o sudar en serio. “Perder un novio, es como perder líquido del cuerpo. 300 gramos de transpiración.” me dijo una amiga. Una gran experta en pérdidas. La vida, entonces, es un derrotero de transpiraciones. De jugos y juguitos derrochados por el cuerpo.
“El Osito me pide exclusividad y todos los días se acuesta con mi mujer” “Este hijo de puta me hace transpirar. ¿Sabes lo que es esperar a la noche que llegue un mensaje?”. Mi prima no tiene respiro. Y suda esa camiseta de Argentina que la mantiene como insignia del mundial ganado. Habla y nos chorreamos en el fondo de mi casa. Hace un gran esfuerzo, casi sola, para entablar y sostener un vínculo. Un sacrificio húmedo. La rema. Terrible pilates emocional. Mientras tanto me siento agobiado. El verano es así, nos recuerda con más fuerza impresionista el sacrificio, el movimiento, el esfuerzo con el otro u la otra. Me imagino un circo emocional que se pone en juego mientras cae agua de la cabeza. Me agobio. Mis kilos de más me lo recuerdan.
“¿La verdad, no sé lo que quiere?”. Un Telegram a mitad de la noche de un amigo. Esa incertidumbre por comprender mueve la máquina de las emociones y del cuerpo. ¿Viste?, te lo dije, vos no ves cuánta transpiración provoca acercarse y entender al material humano. La sociología vive la transpiración ajena. Ahora, lo entiendo.
En sociedades frágiles y veloces como las nuestras la sostenibilidad de los vínculos está bajo asedio. La individualidad transpirada combate contra dicho asedio. Se enfrenta a una cultura de emocionalidades rápidas, de saltos de cuerpo a cuerpo motivados por los múltiples deseos, una idea del tiempo y del sexo, la ansiedad, la fragilidad e inconmensurabilidad en la que presenta el otro o la otra. Los o las que se ponen la camiseta son quienes buscan sostener. Es difícil un vínculo sustentable. Los transpirados y transpiradas que batallan por mantener, por interpelar ese escurridizo deseo del otro u otra, que caminan con intensidad en épocas complejas y low cost. Y que transpiran. Y más en verano.