La mañana gris y helada no era el escenario que se hubiese esperado para celebrar el comienzo de una megamuestra retrospectiva de Edgardo Giménez, decidido amante del color y de la alegría, pero, por alguna razón contraria a todo pronóstico, cuando coincidimos en nuestra llegada al Malba, nubes pequeñas y blancas se recortaban sobre un cielo que asomaba celeste, como un buen presagio, como un auténtico firmamento Gimenista.