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La soga, Hitchcock, Ponce y la isla apabullante

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Por Claribel Terré Morell

Dime, ¿me conocen en New York? Estoy muy contento que el señor Hitchcock incluyó mis Cinco Mujeres en su película La soga. Un abrazo,

Ponce.

Encuentro en una vieja librería de segunda mano la película La soga de Hitchcock el mismo día que he decidido botar mi vieja videocasetera. Pensando en una despedida la compro y mientras camino con ella en la mano, encuentro un libro, escrito en Cuba por alguien con quien trabajé. A todos nos habrá pasado que pensando en algo, todo te trae ese algo. Yo en los últimos días pienso mucho en la isla donde nací.

En La soga, filmada en 1948, en el minuto 43 exactamente, se ve una pintura que sobresale por sobre las demás. La obra se llama Cinco mujeres y es del pintor Fidelio Ponce de León (Cuba 1895-1949) una de las dos, que Hitchcok, ávido coleccionista de arte, tenía del pintor cubano de las sombras.

La soga, fue la primera película en colores que filmó el director de cine y es una de sus cintas más rupturistas y experimentales, hecha en un único plano secuencia. Cada escena, dura diez minutos, sin interrupciones. Durante dos minutos, la pintura, que muestra a cinco lánguidas mujeres junto a un jarrón de flores marchitas, forma parte de una escena que también guarda un cadáver que no se ve. Uno no puede dejar de preguntarse qué va a pasar, y por unos segundos uno piensa que las mujeres del cuadro que están ahí… hablarán.

Fidelio Ponce de León, fue un pintor que mantuvo una sensibilidad diferente de acercarse a lo cubano. Sus tonos sepias y monocromáticos se alejan de los colores del trópico, apabullantes y tan usados por el resto de sus coterráneos. “Pasé por la vida como un raudo relámpago, teniendo un solo instante de luz: mi obra. Pero, fue tan fugaz ese instante de mi vida, como eterno el fatal abismo de sombras en que pronto voy a sumirme”, escribió poco antes de morir.

Mientras miro la película, recuerdo en mis tiempos de periodista de la revista Bohemia, en Cuba, conversar con Juan Sánchez, quien es considerado su biógrafo, sobre mi fascinación con la obra de Fidelio que en realidad se llamaba Alfredo Ramón Jesús de la Paz Fuentes Pons.

Al decir del escritor cubano Lezama Lima, fue este, el pintor de las sombras. Y para Guy Pérez Cisneros “De todos nuestros pintores el único que consigue ponernos cara a cara con la muerte y con el tiempo”. 

Gómez Sicre, quien fue su descubridor, pensaba en Ponce de León como “un genuino expresionista, un pintor subterráneo y maldito, formado por un lado por la técnica académica de su maestro Romañach, las reproducciones de El Greco, y el ambiente miserable en que vivía”.

Justo en el momento en que se ve a Hitchcock en uno de sus cameos más sutiles, -aparece en un anuncio de neón promocionando un producto para la pérdida de peso- dejo de mirar la película y busco la carta que Ponce de León le escribe a Gómez Sicre cuando  se entera de la aparición del filme.

Dice:

“Querido Pepe, ya salí del sanatorio y encuentro que esta isla es la misma mierda de siempre, quizás hasta peor. Las mediocridades levantan sus cabezas como serpientes, los corruptos vomitan sobre nuestro pobre país y el chino siniestro es aplaudido por su protectora sáfica. Dime, ¿me conocen en New York? Estoy muy contento que el señor Hitchcock incluyó mis Cinco Mujeres en su película La soga. Un abrazo, Ponce.

En El señor Corchea, el espacio de la crítica de arte cubana Elvia Rosa Castro, hay una cita de Julio Lorente que señala: “Vivió rodeado de las miserias de una isla sepultada por la fabulación colorida del modernismo. Fue un anacoreta de la desgracia que pintaba el reverso opaco de la existencia, poblado de tuberculosos -como él mismo-, prostitutas, beatas fanáticas y héroes carcomidos. Su campiña cubana no era bucólica, sino un gran sanatorio con forma de archipiélago”.

Regreso a mi silla. En la película aparecen los créditos del final. Un The end que no es tal porque tal como dijera Guillermo Cabrera Infante, en uno de los ensayos de Mea Cuba: “Una de sus mejores telas cuelga para siempre en la pared de un elegante (y falso) piso de un Nueva York ilusorio, desde donde domina el escenario único de La soga, la famosa película de Hitchcock. Ponce, que se pasaba la vida preguntando a los amigos y enemigos ‘¿Me conocen de verdad en París?’, nunca vio la cinta. Murió, tuberculoso y en la indigencia, antes de que La Soga se estrenara en La Habana…”.

En mi casa, de Buenos Aires, yo pienso en “ese gran sanatorio con forma de archipiélago” que  sigue siendo Cuba. La memoria puede funcionar de muchas maneras.