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La política rara de las cosas

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Por Jaron Rowan

¿Cómo se puede hacer análisis cultural contemporáneo? Un replanteo necesario sobre cuáles son las políticas de los objetos culturales y cómo nos podemos relacionar con ellos.

Si un día llaman a tu puerta y aparece un señor de mediana edad, una camisa sudada por los sobacos y los botones a medio cerrar y te dice: buenas, soy un búfalo, hay pocas probabilidades de que le creyeras y le ofrecieras agua y paja para desayunar. En cambio con los objetos culturales tendemos a creernos todo lo que dicen, sin apenas reparar en lo que son. Tenemos la tendencia a considerar que la política de los objetos reside en lo que nos enuncian, por eso en ocasiones descuidamos atender a lo que hacen, lo que son. Pero como nos recuerda el filósofo de la tecnología Peter-Paul Verbeek, “la influencia de los artefactos tecnológicos sobre las acciones humanas puede ejercerse de forma no lingüística. Los artefactos pueden ejercer su influencia como seres materiales, no tan solo como signos o porteadores de significado”. Ver cómo los objetos afectan, cambian o determinan las vidas de humanos u otros objetos sería una forma de comprender esta política no discursiva objetual.

Pese a los indicios que tenemos de que la política de los objetos es en gran parte no discursiva, cuando buscamos sus políticas solemos intentar que se parezcan a las políticas humanas, por ello gran parte de las herramientas de análisis de las que disponemos coinciden en señalar que la política de los objetos es una política de carácter discursivo. Caemos en el error de pensar que la política reside en el mensaje que el objeto traiga consigo. Una canción será política dependiendo de las letras de dicha canción. De esta forma, por lo general para analizar un objeto primero se transforma en texto, se aplana, se analiza lo que dice y sin pensarlo mucho, tomamos por buenas sus pretensiones. La realidad material del objeto, su contexto, pasa a un segundo plano. Con esto podríamos llegar a equivocarnos pensando que una canción de Def Con Dos es más política que la película Frozen de Disney. Sospecho que esto no es así. Sospecho que una no es una arma política y la otra una mera obra de entretenimiento. Presiento que las estéticas de ambas van a tener efectos muy diferentes en los cuerpos de quienes se pongan en relación con ellas. Me da la sensación que las sensibilidades, imaginarios y afectos que producen van a resonar de formas muy diferentes, en un caso de forma muy superficial en el otro, agarrándose y marcando comportamientos y formas de sentir que van a durar mucho tiempo. Sino, ¿por qué tenemos todas y todos una princesa Disney dentro? 

Langdon Winner, es uno de los pioneros en explorar la dimensión política de los objetos y nos ha dado buenos ejemplos de ello. Los puentes que diseñó Robert Moses en la carretera que une Long Island con Jones Beach son un buen ejemplo de ello. Nos cuenta Winner que “Robert Moses, el maestro constructor de caminos, parques, puentes y demás obras públicas desde 1920 hasta 1970 en Nueva York, construyó estos pasos superiores según especificaciones que desalentarían la presencia de autobuses en las autopistas paisajísticas”. Con esto se generó un sistema que segrega por diseño, puesto que “los blancos poseedores de automóviles pertenecientes a las clases «alta» y «media acomodada», como él las llamaba, serían libres de utilizar los paseos para su ocio y para ir a trabajar. En cambio, a los pobres y a los afroamericanos, quienes por lo general utilizaban el transporte público, se les mantenía fuera de esas carreteras debido a que los autobuses de cuatro metros de alto no podían atravesar los pasos elevados”. La política de los objetos predispone y ordena la vida de los sujetos. Muchas veces la política de los objetos no se deja ver a primera vista, solo la podemos comprender entendiendo sus efectos. Cómo nos obligan a relacionarnos con ellos. Tamaños, pesos o tipos de materiales marcan conductas, usos y determinan el tipo de vínculos y usos que podemos establecer.

Desde los estudios y activismos en torno a la diversidad funcional se ha señalado con acierto que decisiones de diseño que para muchas personas parecen irrelevantes, una acera unos centímetros más alta o baja, escalones juntos o separados, rampas romas o terminadas en escalón, etc. pueden suponer verdaderos obstáculos para ciertos colectivos. El diseño urbano puede ser segregador por defecto, puede excluir a ciertas personas de espacios y limitar su movilidad. La gran cantidad de objetos que constituyen y pueblan el espacio público generan una política de acceso muy determinada. Edificios públicos inaccesibles, calles vetadas, recorridos imposibles. Objetos que cierran el paso, que limitan el acceso, algunos por coerción y otros por sugestión. Adoquines o asfalto, semáforos audibles o silenciosos. El entorno urbano está repleto de objetos que politizan el uso, que congregan o segregan. La pregunta en torno a quién se congrega y a quién se segrega seguramente es una de las más importantes a la hora de entender la política objetual. Qué vínculos se permiten y cuales se niegan. Qué políticas tienen las cosas y cómo son diferentes de las políticas de las personas. Tenemos por delante el reto de entender las políticas raras de las cosas.