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Y líbranos del mal. Elecciones argentinas

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Por Esteban De Gori

A veces los libros no llegan. La vida acelerada, los espacios donde nos movemos y la gente con la que nos encontramos no los proporcionan. Los libros van y vienen. Circulan. Y una pregunta, una preocupación o una obsesión los llama o los aleja. Es muy posible que Patricia Bullrich no se topara con Y líbranos del mal (2021) del escritor peruano Santiago Roncagliolo. Me imagino que por su discurso encendido contra el kirchnerismo se acercó a otros escritores peruanos como Mario Vargas LLosa o Jaime Bayly. La Fiesta del Chivo de Vargas Llosa provee interpretaciones fuertes para la candidata a la presidencia. Es una mujer amiga de los combates.

Un libro, por momentos, es un GPS existencial en momentos cruciales. Bartolomé Mitre mientras guerreaba contra el Paraguay del presidente Solano López traducía la Divina Comedia. Patricia Bullrich en su arte beligerante contra el peronismo en el poder recupera las resonancias de una literatura peruana que lucha contra fantasmas previos a las nuevas transformaciones del capitalismo y de los universos de derechas e izquierdas. No toda literatura posee eficacia en el presente de quien lo aborda. Puede acercarse, rodear el drama político, pero también puede escaparse por las novedades que este tiempo trae. Mitre se inmiscuye en la convulsión de quienes afrontan una guerra: la muerte, el pecado, el descenso al infierno, la injusticia, Beatrice, el amor que podía perderse, etc. Había mucho presente para Mitre en la obra de Dante Alighieri. El Infierno estaba ante sus propios ojos. En Bullrich hay poco presente cuando lee con ímpetu las resonancias de Vargas LLosa. No llega a Roncagliolo porque su mirada es otra. Sus indagaciones son distintas. Y su sensibilidad se posa sobre una gran beligerancia que fue perdiendo terreno y sentido.

La literatura en momentos de la lucha por el poder es un universo de “sentidos en la lengua” preparados y organizados para alimentar el debate. Esos momentos, las letras y sus imaginaciones, pueden funcionar como “consigliere di guerra”. En una elección los candidatos y candidatas van con libros debajo del brazo, los muestren o no, hagan alarde de los mismos o no, las palabras y los mundos que propone la literatura circulan más de lo que creemos.

Santiago Roncagliolo en su libro Y líbranos del mal narra el vínculo entre Gaspar y Gabriel. Desde niños construyeron una gran amistad. Ambos pertenecían a la élite limeña y frecuentaban una prestigiosa escuela religiosa. Un vínculo que se construye en los años 60 donde el mundo y el propio Perú están atravesados por la guerra fría y por la incertidumbre de que ese Perú tradicional y conservador se desmorone o quede bajo el influjo de movimientos reformadores y de izquierdas. Ese vínculo entre ambos niños se afirmó en ayudas mutuas.  Gaspar permitía que Gabriel se integrase al grupo de amigos de la escuela que, por su pulcritud, lo consideraban “maricón” y Gabriel ayudaba Gaspar con tareas que le era imposible resolver. La amistad les permitía entrar a mundos que por sí mismos no podían.

La religión católica fue un universo donde ambos amigos encontraron un lugar identitario y un espacio para desarrollar sus aspiraciones. Gabriel era impulsivo. Intenso. Devoto. Gaspar apegado a las instituciones y moderado.

El sacerdocio se les presentó como un destino natural a sus posicionamientos identitarios. Gaspar logró entrar al seminario y consagrarse. Gabriel, pese a su fuerte creencia, nunca pudo lograrlo. Fallaba en los exámenes. Culpaba a los sacerdotes “rojos” (a la teología de la liberación) que se oponían a su ingreso.  Si bien se movían en ambientes anticomunistas, Gabriel no lograba acceder al Seminario. Varias veces intentó y fracasó. Esto lo fastidiaba porque sentía que llevaba con más pasión el credo católico que otras personas. En una oportunidad, Gaspar consultó al Director del Seminario porque su amigo era rechazado y la respuesta fue que la Iglesia necesita “pastores” y “no perros ovejeros».  Gabriel era un “rabioso”.

Gaspar se transformó en el Director del colegio en el que habían estudiado con Gabriel. Designó, para ayudarlo, a su amigo como profesor de Religión. Desde su materia empezó a polemizar con la institución. Que los profesores no eran lo suficientemente comprometidos con la religión, que impartían clases para “bobos”. Si bien el Director lo llamaba al orden, proseguía, tiempo después, con sus críticas a la institución. Su salida se precipitó ante una protesta que hicieron sus estudiantes frente a la Dirección y cuando Gabriel organizó un retiro espiritual paralelo al que organizaba el colegio. Los estudiantes reclamaban asistir al retiro organizado por el profesor de religión. Existía una pulseada por el favor estudiantil. Gaspar siempre apelaba al orden, a las normas institucionales para encaminar el diferendo. Gabriel profundizaba una mirada radical contra esas normas. Había que intensificar los preceptos religiosos y militantes. Las normas no bastaban para insuflar la religión y combatir contra lo que se aproximaba. Los rojos eran el gran monstruo. Sus acciones estaban atravesadas por una lectura sobre la coyuntura, por la mirada de una realidad contorsionada por el  conflicto y por la incertidumbre que provocaba esa idea que podían ser “atacados” por turbas de izquierdas. Gaspar apostó a aferrarse con fuerza al orden. A refugiarse en este y su racionalidad. Gabriel prefirió construir otra trayectoria radicalizando sus miradas conservadoras. Buscando en la devoción una salida u horizonte. Una respuesta a un mundo en crisis.

Ambos eran parte del mismo territorio social (clases altas, católicas, capitalinas) pero tenían indagaciones y miradas distintas acerca de cómo defenderse de un mundo que sentían hostil.

Gaspar expulsó a Gabriel del colegio.

Años después, Gaspar todavía Director del colegio recibe una invitación de Gabriel para un festejo de graduación de su promoción. La fiesta no la organizaba el colegio sino el propio Gabriel. Gaspar fue por curiosidad. Volver a ver a su antiguo amigo le pareció interesante. Al llegar se encontró con viejos amigos de promoción. La mayoría eran empresarios o estaban vinculados a la política. También observó como un conjunto de jóvenes, muchos hijos de esos compañeros de promoción, servían las mesas y los vasos de los invitados. Descubrió que su antiguo amigo había logrado que esos jóvenes entusiastas y obedientes realicen actividades que culturalmente estaban destinadas a personas de otras clases sociales. Desde el parking hasta la atención de las mesas. Pensó que en sus propias casas estos jóvenes se resistirían a levantar un vaso. Los hijos de aquellos que habían llamado maricón a Gabriel ahora se encontraban a su servicio. Gaspar saludo a varios amigos. Luego de un rato apareció el anfitrión. Gabriel llevaba puesta una túnica blanca, saludó con un cordial pero distante gesto a Gaspar. Gabriel estaba en el centro de la escena. Mostrando su poder de convocatoria y de mando. Gaspar quedó  a un costado frente al brindis que propuso el anfitrión. Quien había expulsado a Gabriel y aferrado al orden quedó relegado de la mesa principal. Comprendió que fue invitado para ver esa demostración de poder y los “avances” de su ex amigo. Invitado al laboratorio de poder de su ex amigo. Gaspar se quedaba a un costado. Mirando desde afuera el despliegue del anfitrión. Era esa sensación de estar fuera del presente. Gabriel, quien había sido llamado “perro ovejero” se consagró como un dirigente resiliente frente a la incertidumbre que abría la guerra fría, el conflicto social y las hostilidades de los “propios”. Ambos desde el universo del conservadurismo peruano plantean trayectorias políticas y existenciales diversas. Uno se quedó con la dirección de almas jóvenes proponiéndoles un camino radical y el otro buscó su legitimidad en el orden y las instituciones. La emoción y la audacia estaban con Gabriel y no con Gaspar. Abrazarse al orden no le otorgaba seducción ni réditos con los jóvenes. Demasiado apolíneo para la época.

En la fiesta Gabriel demostró que toda esa gente venía a comer de su mano. Una pequeña venganza. Abrió sus puertas para mostrar lo que había logrado: “almas” para sus intereses, para sus políticas, para hacer de ello un pequeño poder. Y así prepararse para futuras disputas. Gaspar se quedó con la comodidad que ofrece el orden y todas sus rutinas y Gabriel con las posibilidades y audacias que otorga su erosión y su ineficacia.

Patricia Bullrich se aproxima a Gaspar. Quien se aferra al orden en momentos que todo está en entredicho. Quien más insiste en su apego. Ante el kirchnerismo y la incertidumbre propone orden. Salir del “caos”. Esa palabra talismán que en otro momento puede lograr adhesiones, en este momento el apoyo circula entre aquellos que desbaratan el orden. Existe un apego por el salto, por “quemar la pradera”, por el riesgo en una sociedad ya demasiado riesgosa. A como sea. A veces la palabra orden remite a una idea de lo estático. A veces las ideas pierden presente y efectividad. Javier Milei es un lector del riesgo que se lanza al vacío con la dolarización. El “dólar” tiene más potencia de futuro que la referencia misma a la palabra orden. Patricia ofrece una palabra de la que todos desconfían conseguir, Milei un salto a una futura estabilidad.  De consecuencias inciertas y dramáticas, pero con un propósito al fin. Milei se acerca a Gabriel. Muestra un conjunto de jóvenes que sumó a esa propuesta para “romper todo”.  Mejor dicho. Cortar el mal. Cortar de cuajo,

Sergio Massa también ha decido no aliarse a la continuidad ni a ningún orden.  La redistribución de recursos, fuera de todo GPS de orden económico, está dirigida a ampliar adhesiones y a rediseñar una mirada sobre el peronismo. 3 billones de pesos, en las últimas medidas, es quemar todo y poner al peronismo en ese lugar que puede al mismo tiempo jugar al orden y a su erosión.

En esta campaña quienes no se toman seriamente el orden triunfan. Triunfan culturalmente y pueden hacerlo en las urnas.

Patricia queda aferrada al orden, como Ulises al mástil de la nave para no dejarse seducir por lo ”incorrecto” o el riesgo. Milei, como Gabriel, se aferran a un rediseño jacobino, intenso, devocional que trastoque el orden desde el mismo territorio conservador en el que se mueve Patricia.

Quien asume riesgos no habla de un “para siempre”. Nada es para siempre en esta actualidad posmoderna. Nada lo resiste, ni siquiera la nostalgia del para siempre.

En el libro de Roncagliolo el “perro ovejero” ganó la partida. Gaspar debía salir victorioso por su aplicación a  la ley, pero Gabriel cruzó el Rubicón con audacia. El “pastor” quedó al costado de la mesa. La historia y la política, a veces, son inclementes con los actores y las actrices.

Gabriel no triunfa por tener una posición radical per se, sino porque el contexto social y subjetivo habilitan esa posibilidad. Inclusive la desean. La opción por alguna modalidad distinta al orden es mayoritaria. A diferencia de otros momentos no se trata de continuidad o cambio. Sino de quién asume qué en la fatiga social, en la individualidad -cada vez más solitaria-, entre trabajadores y trabajadoras de condición informal y registrado, que bordean con la pobreza y en quienes existen deseos de patear el tablero. De apostar por la incertidumbre y por lo desconocido que ella traiga.

La legitimación de una sociedad del riesgo (una desprovista y desmantelada en sus seguridades) parece un rasgo interesante de estos tiempos electorales. El riesgo es asumido como indagación de otro futuro. El riesgo económico y el existencial poseen vasos comunicantes.

Roncagliolo, sin saberlo, se mete en la campaña electoral con su narración. Gaspar y Gabriel están ahí esperando que las elecciones terminen.