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El margen lúdico (sexo y redes)

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Por Esteban De Gori

@gabbois

“Necesito un margen lúdico”, me escribió mi prima por WhatsApp. Ya le había preguntado varias veces cómo llevaba la separación. Soy repetitivo. Al final me manda un emoji de una rubia baby que baila sin cesar.  Esa palabrita “margen” es encantadora. Un lugar gris, un archivo temporal (como el de las notebooks), un fuori tempo placentero para nutrirse del buen ocio. Un margen. La vida actual acota, reduce al infinito y más si hay hijos, hijas, padres, madres y múltiples tareas.

En Little Calabria siempre es difícil preguntar. Hablar no es nuestro fuerte. Todo lo contrario. Hicimos un culto del silencio o del silencio a medias durante siglos. Con un calabrés o una calabresa, después de treinta años, podés enterarte cosas que nunca imaginaste. Es la historia de dormir con gente que guarda en su cuerpo palabras y narraciones. Son una caja de sorpresas con retardo. Un día al pasar, como si nada, te cuentan algo. Te tiran una daga maldita. Te lo lanzan y no queda otra que hacer malabares.

   “¿Tía vos me contás esto ahora?”
   “¡Si!”
   “Pasaron veinte años. Eso es un datazo”
   “Bueno, salió en este momento”

Las palabras, en manos de este colectivo humano, tienen tiempo de espera y de salida. Estas se mantienen en un territorio particular de la memoria y del cuerpo. Se conservan como un plazo fijo con cero intereses. Y un día, como sablazo, aparecen y te resignifican tu biografía personal y familiar. Algo que parece no tener ningún valor, a veces, te cambia todo. Una palabra hace la diferencia. Ese margen que abre. El margen lúdico que necesitamos.

Pitu, mi primo, tiene un nobel sueco en apps de citas. Little Calabria está cachonda. Mejor dicho, calda. Mi hermana anotaba con dedicación en su Whatsapp las redes que el Profe Apps listaba: Tinder, Bumble, Happn, Inner Circle.

“No sé qué foto tendría que poner! ¿Cara? ¿Cuerpo entero?”  Se interrogó mi hermana.

“Besando un gatito re garpa, con Gino de la mano o poné cualquiera. Un amigo subió una foto en cuero. ¡La rompe!” explicaba Ale que confirmaba, ante esa clase abierta, las posibilidades que cada una de estas redes abrían. «¡Es un mundo

“Debe tener un lomazo tu amigo”, insistió mi hermana.

“¡¿Que???! Un cuerpo no hegemónico baby,” mientras Ale gesticulaba los contornos desmesurados de su amigo.

Otra prima agregó a su perfil de una de esas Apps: “soy de la ´República calabresa de Virreyes´. Mucho muñeco me pregunta dónde queda eso. Respondo y levanto cada osito que ni te imaginás”.

Gran sentencia del profe: «Estas Apps son un gran Pac Man: si movés bien el joystick ´comés´ en todas».

Tinder es una montaña rusa, una rave emocional donde cada uno y cada una participa como si dirigiese la Asociación Nacional del Rifle. Le tiran de manera desaforada a lo que se mueve.

Happn es el GPS del deseo. Así lo resumió Giselle: “Donde te engancho te garcho”. Ella tenía un mapeo de los muchachos y muchachas que estaban cerca de su zona. El deseo, como sabemos, no puede esperar y si está próximo mejor.

Bumble e Inner Circle son las patrias de las clases medias. Profesiones, viajes, mucha Torre Eiffel, Playa del Carmen, Norte de Brasil y Gran Vía madrileña. «Mucho médico y médica». El profe Apps acotó: “todos los grupos sociales tienen su red. Eso sí, si tenés ganas de dar un paseo por el tejido social podes transitar por todas. No hay sociología del sexo que se resista”.

Las apps de citas son parte de esa búsqueda del margen lúdico que la sociedad actual ha emprendido. Un viaje al interior de ciertas modulaciones del deseo. ¿Un viaje a dónde? No sabemos. ¡Pero viaje al fin!

“No necesito tu transparencia. ¡Por favor!” me contó mi amiga Marina, antropóloga, una conversación que mantuvo con un chico que desde el primer momento se empecinaba en contarle toda su vida. Desde que nació hasta estos días. “Te juro Esteban, esta pelotudez de que la gente quiere ser transparente me jode. No soy la Oficina anti Corrupción ni quiero saber su pasado, ni ninguna de sus emociones. Qué enfermedad!! No me entra un quilombo más en la góndola y el tipo me habla no sé de qué cosa. No sé Esteban, hay que volver a una opacidad digna. ¡Hay que jubilar el exceso de empatía!”

Correr para borrar el margen (lúdico). Un gran deporte de la época. Un running existencial para achicar ese margen y la incertidumbre. Para herir de muerte el misterio que carga cada una de las personas. Ensayar el extractivismo total de palabras y memorias que habitan el cuerpo. Sacar todo, como si el mundo debería escucharnos y al mismo tiempo creer ser mejores personas. Ser transparentes. Confesados y confesadas seriales. Sin margen para jugar. Vaciar todo el cuerpo de letras y narraciones y suspender ese capital mínimo que nos otorgaba el misterio de lo que guardábamos. Nuestro último plazo fijo existencial.