Ni bien llegó a la playa que tanto recomendaban, se echó a andar con los pies descalzos donde la arena húmeda le permitía desplazarse sin esfuerzo. Le habían dicho que el lugar tenía mucho encanto, lo cual no significaba nada. Sin embargo, reconoció que era encantador, especialmente porque no había nadie en ninguna dirección y entre cielo y mar, y esto creaba una atmósfera anómala, mágica, suscitando un sentimiento de extrañeza y, a la vez, de placidez, de soledad dichosa. Observó que no había ser vivo o muerto elevándose, tampoco llovían mariposas ni revoloteaban gaviotas ni rebuznaban burritos pequeños, peludos y suaves, esos que parecían de algodón. Era un alivio.
El agua estaba limpia de sirenas, algas y medusas. Sobre la playa, ningún castillo de arena ni mensajes en botellas. El aire era, en esencia, puro, como si un filtro inteligente lo hubiese preservado del olor de las resacas y también de las comidas elaboradas con recetarios exóticos, herencia de alguna abuela de corazón grande que cultivaban en tierra y en mar mujeres y marineros.
De oírse algo, sólo se oía el romper de las olas. Ecos, risas, llantos, griterío, discusiones viejas de antiguos tertulianos era lo que el viento se llevó de allí.
Que se supiera, desde aquel rincón de la costa jamás se había visto naufragar un transatlántico, hundirse la barca de inmigrantes ilegales o que arribaran a él piratas o traficantes con alijo de cocaína.
La historia había ignorado la existencia de este lugar o el mismo lugar se había opuesto a entrar en ella resistiéndose a servir de escenario, ya sea de insignes batallas como de peleas entre espadachines y malandras. Nada de héroes en sus páginas ni de reyes depuestos. Tampoco consignaban desgracias personales o ecológicas. Ni una palabra sobre cuerpos de ahogados. Ninguna crónica sobre animales contaminados o muertos por vertidos tóxicos en sus aguas. Ni una mancha de aceite ni un tiznón de petróleo de la orilla al horizonte. La naturaleza, además, le había ahorrado tempestades y maremotos.
Las revistas de chismes no habían registrado hasta ahora la presencia de príncipes, magnates y famosos bajo el sol discreto de esa playa. Ningún film había dado cuenta de su peculiar belleza ni se rodaron jamás idilios de verano o escenas pasionales.
El lugar era como un libro en blanco. ¿Qué otra cosa podía ser ese sitio vacío de contenidos y efluvios, despojado de personas, personajes y fantasmas, esa especie de isla de nada y de nadie? Podía ser, y era, el paraíso.
Reina Roffé
Reina Roffé nació en Buenos Aires. Es narradora y ensayista. Su obra incluye novelas como Llamado al Puf (1973), Monte de Venus, (1976) La rompiente (1987), El cielo dividido (1996), Lorca enBuenos Aires (2016) y el libro de relatos Aves exóticas. Cinco cuentos con mujeresraras. Y uno más (2011). También ha publicado Conversaciones americanas (2001) y Voces íntimas. Entrevistas con autores latinoamericanos del siglo XX (2021). Entre otros ensayos, ha publicado Juan Rulfo: Autobiografíaarmada (1992), Juan Rulfo. Las mañas del zorro (2003) y Juan Rulfo. Biografía noautorizada (2012) Ha sido distinguida con la beca Fulbright (1981) y con la Antorchas de Literatura (1993). Recibió el primer galardón en el concurso Pondal Ríos por su primera novela (1975) y el Premio Internacional de Novela Corta otorgado por la Municipalidad de San Francisco, Argentina, por La rompiente, en 1986. Numerosas antologías europeas y estadounidenses albergan cuentos suyos y parte de su obra ha sido traducida al alemán, italiano, francés e inglés.