Si el rigorismo no estaría en boca de un funcionario estatal podría comprenderse como las tantas soluciones exprés que una sociedad (o parte de ella), a veces, encuentra para resolver ciertas crisis, desestabilizaciones o “supuestas” amenazas. De hecho, al pronunciar “rigor” por alguien que pertenece al elenco estatal hace que esa palabra resuene de múltiples maneras en los oídos ciudadanos. Que dispare acciones e imaginaciones de todo tipo. “Pasame las 50 sombras de la Pandemia y cerrame esta boludez”, me escribió una amiga por WhatsApp. “Armemos el pandemic sado argentino”, me sugirió un antropólogo al que consulté sobre esa búsqueda de firmeza nacional que nos aqueja. Esta palabra “rigor” es en definitiva una manera de mirar el mundo social y subjetivo. Una mirada que busca la falla o el desajuste. “Somos una mierda. No tenemos solución” me sugirió enojada la moza de un hotel de Bolívar mientras me comentaba el aumento de los casos de covid en las ciudades rurales del interior bonaerense. Me señalaba con el dedo como si me dijese: “Tomá apuntes en tu netbook. Somos así. No lo dudes”. Pensé que esa parte de hijaputez que correspondía a mi persona comenzaba a pagarla con ese café quemado y hervido que me puso sobre la mesa. Nunca sabremos cuando nos hacen pagar por “nuestros pecados”. ¡Pegame mami y gritame con ese gustito a café quemado que tan bien te sale!