Siempre recuerdo un libro sobre Florencia que indicaba que sus palacios y torres se convirtieron en signos de las luchas faccionales. Delimitaban espacios, fronteras, territorios de sangre. Zonas asediadas por personajes como Giovanni delle bande nere y sacerdotes mesiánicos como Savonarola. Argentina tendrá su propio escenario de guerra contra la pandemia. Se librará en la gran ciudad argentina. Sin facciones, sin padres fundadores, ni héroes visibles, sin condottieri que deseen asediarla. Toda heroicidad señalable será puesta sobre el gobierno, quedará en ese lugar, en su astucia por hacerse de aliados y por desalentar a otros que deseen acumular adhesiones. Pero también, esa heroicidad coloca a sus figuras en un brete, en el dilema del cuidado o control absoluto para que la mayoría no sea afectada o de una política que asume riesgos para garantizar, inclusive, intereses vitales. Todo héroe, como decía el viejo David Hume para explicar el Adán de la obediencia, necesita un trance de guerra. En ese trance hoy está Alberto, como en su capacidad de dotar de dramaticidad y astucia a una bomba que nunca llega y en ver cómo responder a demandas que empiezan a emerger.